lunes, 15 de abril de 2013

SI CIERRO LA PUERTA





Hay cosas por todas partes. Viejas revistas de patrones, octavillas religiosas, trozos de papel donde han ido apuntando cosas para no olvidarse de tareas apuntadas en otros papeles, maletas viejas, figuritas pegadas con cola, floreros de cristal, de cerámica, un sesentero teléfono rojo, enjambres de bolsas suficientes para acabar con todos los delfines del planeta, archivadores vacíos, llenos, con papeles ordenados y desordenados, sobres y sobres con fotos, álbumes de fotos estropeados, vasos con lápices sin punta o bolígrafos sin tinta, maletines con tuercas y tornillos, taladros, cajas de plástico con gomas, estampillas de la Virgen Inmaculada Concepción, libretas de espiral, rotuladores, más fotos, un rosario, algún cuadernillo rubio...  Su cabeza está igual que su casa: cosas por todas partes. Y luego se pasa todo el día quejándose y amenazándonos por todo ese desorden.  Me angustia preguntarme si hay un gen que determine todo este sin dios. Él me dice que aquí solo hay una cosa que hacer: huirrrr. Y lo dice resaltando la i, haciendo una inflexión con la voz, como un estruendo, una voz de Dios. – “Ponte los cascos y un cerrojo en la puerta. Tienes que cerrar la puerta”- Y ese “tienes” es más un consejo de “Neuróticos para dummies” que una obligación en sí.

Trato con la tristeza a diario. Soy una persona alegre, así que no necesito hacer grandes esfuerzos para mantener el tipo. Pero dentro de mí vive un alien que me está devorando desde dentro. Es una tristeza torpe y muda pero tremendamente efectiva, me va robando cada noche las ilusiones, las ganas, los deseos, los sueños… Así que finjo que no la siento, me empastillo, miro para otro lado, trabajo como si no hubiera mañana y me prometo a mí misma el cielo prometido que mis creencias me han negado.

Pero nada funciona. Nada salvo él. Él aferrado a mis piernas succionándome la pena desde el coño. Llevándome a un verdadero paraíso, a uno de verdad,  a uno donde solo existimos ambos y el placer de gozarnos y darnos placer. Hay escasísimas ocasiones donde recibir es dar y dar es recibir, uno se alimenta en lo que da, goza de ello y el otro se entrega en su placer, en lo que recibe, que te estén comiendo el coño o la polla es un mero accidente de lo que realmente ocurre. Esa conexión entre dos seres es el único cielo que conozco, y probablemente el único edén que encontraré.

Le echo de menos terriblemente. Espero que al menos a él le merezca la pena, de verdad que sí lo espero. Así que le recuerdo llegando a mi casa, con mi faldita y mis ligueros, le recuerdo besándome entera. Le evoco sobre mi cama embadurnándome de aceite y haciéndome masaje por todos los rincones de mi cuerpo. Le añoro cuando cierro los ojos y me veo en el borde de la cama y él sacándome orgasmos a golpe de cadera, a cuatro patas, como una verdadera golfa, susurrando su nombre entre jadeos. Le echo de menos en su cama besándome despacito la espalda, recreándose en ella como si mi columna fuera kilométrica y sus besos no pudieran gastarse jamás, inventando caricias para mí con sus labios, recorriendo cada vértebra como si fuera un lugar donde deleitarse, donde estremecerme, alcanzando mi culo, poderosamente cariñoso, provechosamente cerdo, mordiendo mis nalgas y perdiéndose definitivo hacia mi coño.

 Le evoco en mi cuerpo hundiéndose en él profundamente, clavándose en mi sexo, saliendo de él, volviendo a penetrarme; añoro su polla suavísima entrando despacio a través de mis labios, impregnando mi coño de fluidos, de los suyos, sintiéndome en él y con él, perdiendo la noción del tiempo mientras me agarra las caderas o vuelve a besarme la espalda. Todo en él es ternura. Una ternura insólita y sedante, que me devuelve la esperanza, una ternura envolvente con la que consigue abrazarme y hacerme sentir una Diosa.

Le añoro devorando mi sexo a besos y lametones, lento, minucioso, como si me coño fuera una caja de caudales cuyo mecanismo solo él entendiera, y escucha sus sonidos y el modo en que se abre. Extraño su lengua girando alrededor de mi clítoris o acariciándolo suavemente con la punta haciéndome temblar por dentro. Le recuerdo enganchado a mis piernas e introduciendo su lengua en mi agujero, bordeándolo, sorbiéndome como a un helado mientras mi cuerpo se sacude de un placer irradiado desde mi coño, y mi coño produce un dulce y mágico chapoteo de lengua, saliva y sexo.

Sueño con su polla en mi boca, discurriendo sobre mi lengua naturalmente, prodigiosamente, alanzando mi garganta y adquiriendo más volumen entre mis labios, evoco sus gemidos y el modo en que se arquea y pide follarme y se estremece. Mi boca sigue sujetando sus venas con firmeza mientras mi lengua se mueve ondulante y sicalíptica en su frenillo. Mi mano sujeta sus cojones, tira de ellos suavemente y los invoco espumantes y cálidos. Revivo la sensación de estar flotando en un mar de lujuria y cariño donde mi única voluntad es su placer y mi único fin sentirme con él en el goce sublime de hallarnos, de reconocernos en nuestra animalidad y nuestra alegría.

Y repaso todos estos momentos, si cierro la puerta, y detrás de ella me embriago en la voluptuosidad con que le recuerdo, mi pena se cierra, mi coño se abre, dejo paso a todo cuanto tenemos y espero que tengamos, a nuestro placer, nuestra entrega, a la delicia de compartirnos y espero, solo espero, que volvamos a encontrarnos.