lunes, 17 de noviembre de 2014

BAÑO




Es algo que sé hace mucho tiempo. Cuando hace frío solo hay una cosa que puedas hacer y es: pasar frío. Claro que esto no es del todo cierto. Se pueden buscar millones de maneras de evitar el frío. Todas son mentira. Y, en cambio, todas sirven. Con unas pasas menos frío, con otras es posible que te olvides de él y con otras, incluso, puede llegar a gustarte.

A veces me parece que mi yo interior esté totalmente conectado con el clima. Estos temporales que se suceden han causado destrozos por todas partes, pero lo peor es la sensación que dejan en la gente de estar todo extraviado, esta impresión de hallarse sin esperanza. Sí, lo peor de las tormentas son este frío y esta tiritona que dejan, removiéndonos y recordándonos que van a volver. Quizá por eso necesito ordenar, hacer limpieza, hallar la manera de recuperar, ya no lo que está perdido, pero sí la ilusión de poder empezar de nuevo.

Cuando perdemos algo en nuestras vidas que ha sido importante, aunque incluso lo odiemos, es una forma de quedarnos desnudos, a la intemperie. Y por eso es tan difícil no sentir ese extraño dolor. La frialdad duele como un cuchillo. Pero del mismo modo, sé que puedo aguantar el mal tiempo, que permanezco en pie, resistiendo, y soy fuerte, y tengo imaginación y tengo unas ganas de vivir inmensas.

Él sabe que no es mi mejor momento y se ha ofrecido a abrigarme. Lógico. No, no creo que haya muchos tíos que dijeran que no a mi invitación pero desde luego no hay muchos capaces de cumplir con mis expectativas en los días del frío. Los hombres tienen una capacidad innata para hacernos polvo cuando menos falta hace. No sé por qué. Seguramente ellos se encogen de hombros porque tampoco lo saben, incluso, es posible que no tengan ni puta idea de qué hablo.

Necesitaba mimos, el calor de una piel, de alguien arropándome, necesitaba calor sexual, actividad, distracción, necesitaba juego y risa, necesitaba agua y aceite, y alguien que pudiera entregarse un rato, solo un rato para llevarme a otro sitio, a otro estado, a otra actitud, a otra forma de sentir.

Le había comentado que hace tiempo tenía ganas de ir a un Hammam* que hay en Madrid por la zona de Atocha. No hay nada mejor para entrar en calor que un baño caliente. Eso lo saben en cualquier país civilizado. Pero me convenció para ir a un hotel en el centro que tenía sus propios baños.

Llegué después que él. Al abrir la puerta me sonrió y a continuación me abrazó. Adoro esa sonrisa abierta que me dice tanto, mitad de canalla y mitad de niño curioso, con sus hoyuelos y su picardía dando saltitos sobre el aire, capturando mi atención, logrando que me tiemblen las piernas. Hay hombres que pueden ganarte con su sonrisa. Otros pueden destruirte. Crují con él en ese abrazo. Es impresionante todo cuanto pueden decirte solo con apretarte fuerte y respirar contigo unos momentos. Hay brazos en los que me siento a salvo.

Me llevó de la mano hasta el fondo de la habitación y me dijo que ya había preparado el baño. Me quedé perpleja. Era la habitación más bonita que había visto nunca, estaba decorada en tonos rojos pero no agobiaba en absoluto, una cama enorme se apoyaba directamente en el suelo, cortinas y lienzos colgaban de aquí y allá, el suelo se encontraba tapizado de alfombras mullidas y tersas enmarcadas por cenefas, y había cojines por todas partes. Desde luego parecía una de esas estancias salidas de Las Mil y una Noches. En un rincón había un jacuzzi lo bastante grande para más de dos personas. No había luces directas, la habitación tan solo estaba iluminada por unas cuantas velas. Olía sutilmente a jazmines y me parecía que la belleza de la melodía de un ney* brotaba de algún lugar pero no podía asegurarlo. Si quien había decorado aquella alcoba tenía la intención de que nos sintiéramos acogidos por una cálida y placentera sensación de bienestar lo había conseguido.

Fui a decir algo pero él me tapó delicadamente los labios con un beso. Sus besos se esparcieron por mi cuello, por mi pecho, por mi vientre como la sal de la tierra, y a medida que besaba me iba desnudando. Nunca me parecieron más ágiles ni oportunas unas manos, grandes pero delicadas y hábiles. Me iba sacando prenda a prenda mientras me besaba, acercaba su nariz a mi piel, aspirando mi olor como una cría haría con su madre, reconociéndome y abrazándome, hundiéndome con él y por él en esa cuarta dimensión del deseo, en ese agujero donde me siento caer, en ese hoyo que cuanto más se llena más agua cabe y más pozo me hago y más me sumerjo de impudicia. Me besó las caderas y me mordió los muslos, su boca me hacía sentir capturada, y me pareció que solo pudiera liberarme a través de sus labios, de sus besos, de su lengua. En sus brazos desperté del frío y se abrieron las puertas a mis sentidos.

Mi respiración comenzó a entorpecerse y estoy segura de que podía sentir los latidos de mi corazón en el coño. Intentaba enroscarme contra él y alargaba las manos para alcanzar su rabo pero no me dejó. Así que no podía hacer otra cosa que dejarle hacer, observarle y mantenerme tan cachonda que comencé a sentir palpitaciones en las sienes y mi vientre se contraía al ritmo de estas.

Me sumergió en el agua y me bañó. Frotó todo mi cuerpo con una esponja muy suave. El jabón hacía espuma y pompas de jabón. Llenaba la esponja de agua caliente y luego la dejaba caer sobre mi piel. El agua estaba aromatizada con algún aceite perfumado. Su cuerpo emanaba calor y ganas, cada vez que se levantaba un poco su polla emergía vertical sobre el agua y yo la ansiaba moviendo mi boca hacia ella. Se colocó detrás de mí y yo me recosté sobre su pecho. Sentir la dureza de su polla casi en mi culo era una delicia-tortura más. Sus manos iban y venían por mi cuerpo, me acunaba, me decía cosas bonitas mientras introducía sus dedos en mi coño, o me rozaba o pellizcaba los labios, como si abrir los poros de mi cuerpo fuera algo que hacía como de pasada mientras me hablaba.

Me preguntaba si me gustaba la habitación, o qué tal había pasado el día, o si había llegado en taxi o me había traído alguien y alternaba estas preguntas inocentes con otras como cuando había sido la última vez que me habían follado el culo, si me daría morbo que me follara otro tío mientras él nos observaba o si me apetecería comerme un coñito jugoso y sonrosado, y, mientras, aprovechaba el momento en que yo contestaba para acariciarme el clítoris, pellizcar mis pezones o hurgar en mi culo. Yo cada vez estaba más fuera de mí, apenas si podía responder a lo que me preguntaba, movía las caderas y mi espalda se arqueaba contra su pecho sin querer. Me tocó a su antojo, me provocó, me ensució los oídos con todas las guarrerías que se le ocurrieron y me agarró fuerte contra él cuando empezó a notar los temblores de mi orgasmo. Yo me sacudía contra él y gemía como nunca. No hay nada en el mundo tan liberador como gemir y gritar cuando te estás corriendo bien a gusto.

Me volví y le bese la boca. Hay besos que deberían tener otro nombre, porque son algo parecido a ser uno. Cada vez que nos enfadáramos, o tuviéramos un frustración muy grande o un dolor muy hondo alguien debería besarnos así para ponernos en contacto con el mundo, con el universo. Quizá llegar a otro aunque sea por un breve instante sea lo más parecido a la felicidad.

Entonces comencé yo a enjabonarle a él. Es una gozada bañar a otro, tener su cuerpo a tu disposición, poder observar cada reacción de su cuerpo. Le embadurné de espuma y le frotaba o le daba masaje. Mis manos se hundían en sus músculos y le pasaba las tetas por la espalda o acercaba mi sexo para frotarme contra él. Le agarré la polla desde atrás y mi mano se deslizaba en su rabo maravillosamente gracias al agua. Le agarré de los huevos y los hacía girar en mis manos. Sus gemidos me estaban volviendo loca. Volví a pajearle, alternado movimientos firmes y rápidos con otros más lentos y amorosos. Sus caderas parecían cobrar vida propia y no dejaba de decir: “ohhh que bueno, mmmm, que bueno”

Me metí entre sus piernas y comencé a comerle la polla. Le dí lamidas largas por todo el tronco hasta el escroto y bajé un poco más hasta su culo. Sus gemidos me pervertían y me llenaban de vicio. Luego volví a su rabo. Lo necesitaba todo en mi boca, llenándomela, llegándome a la garganta, sintiéndome muy sucia y muy zorra. Él me agarró del pelo y me llevó aún más adentro. Mis ojos se clavaron en los suyos. No dejaba de mirarme fíjamente, con el rostro desencajado de placer, la boca abierta, reclinando levemente la cabeza hacia atrás de cuando en cuando. Volví a pelársela y alternaba los movimientos de mis manos con los de mis labios y mi lengua, hasta que llegó un punto que me agarró, me dio la vuelta y metió su polla en mi agujero de una vez.


Con una mano me acariciaba las tetas y el vientre, su pelvis iba y venía contra mi culo, respiraba tan fuerte que sus resuellos me hacían cosquillas en la espalda. Entonces sacó su polla de mi coño, agarró una de mis cachas y la apartó. Sentí su boca en mis nalgas, me parecía una animal vivo llenándome el culo de gozo, su lengua se retorcía y deslizaba en mi agujero y lo dilataba de placer. Mientras tanto jugaba con mi coño haciendo girar mi clítoris, metiéndome los dedos por el coño o por el culo, ablandando cada vez más y más mi ojete. Gemí cuando sentí su capullo tratando de entrar en mi culo, notando como me rascaba con su polla a cada avance, advirtiendo como mis paredes se ensanchaban a su paso como si fueran los caprichos de un dios. Despacio, despacio, despacio.

Alcé un poco la cabeza y me parecía estar envuelta de una bruma de color rojo; había un aroma especial en el ambiente, escuché el extraordinario eco de mis gemidos junto a los suyos mezclados con el ruido que hacíamos en el agua, su polla batiendo en mi culo, mi culo dilatándose de placer. Comenzó a ir un poco más deprisa, yo le pedía más y me decía que se iba a correr en mi culo. Más, más. Mis caderas se movían deprisa y le gritaba que más, que me iba a correr , que me iba a correr ya, y él me suplicaba que sí, que me corriera ya porque no podía más. Su polla me ardía en el culo espoleándome, llegando a un lugar de mí más mío que ninguno, llevándome a un placer tan grande y fecundo que me parecía estar multiplicándome de ganas y de gusto. Grité su nombre mientras me volví a correr, todo mi cuerpo temblaba y lo adoraba, él salió de mi culo y estampó su lefa contra mis nalgas, las embadurnó de gusto y vida, se restregó contra mí, me volvió a abrazar, me apretó con sus manos, con su suavidad, con su vehemencia, y yo sentí salir el frío de mi cuerpo como un espíritu maligno que me hubiera estado emponzoñando el alma de miedo.

Después salimos del baño y nos secamos, descansamos fuera del agua, hablamos de esto y de lo otro, volvimos a follar varias veces, nos dimos masaje, comimos fruta y bebimos vino, nos reímos, nos hicimos el amor, nos hicimos más amigos, más nosotros, volvimos a bañarnos y a abrazarnos y las horas fueron cayendo rápidas con esa violencia del tiempo. En esas horas recuperé el calor que tanta falta me hacía para recuperarme del frío y quizá para no olvidar que antes o después siempre hay algo, alguien que te devuelve el olor de los jazmines, y vuelves a sentir tu vida corriendo por tus venas, y regresas a la templanza e incluso a la alegría, alguien que te recuerda que ha de volver la primavera.






* Hammam: baños turcos.


* Ney: Flauta




domingo, 5 de octubre de 2014

AHORA






Sé que lo ves a través de mis ojos, según impacta tu retina en ese brillo turbado con el que te miro. Mi insaciable mirada, mi lengua de fuego y este animal que llevo dentro. Es todo deseo. Toda.

Es verdad, te estoy mirando pero no te veo, solo voy detrás de tus ganas. O delante de las mías. Millones de átomos están invadiendo nuestro espacio, millones de hormonas están haciendo su trabajo: volvernos locos. Y a mí me arrebata revolverme en ese caldo de lujuria que mantienes caliente para mí. Para cualquiera. Sentir como me golpea por dentro, como me dejo llevar por mi instinto, como me precipito hacia el tuyo.

Lo estoy sintiendo. Aquí y ahora. En la velocidad con que se constriñen mis pezones y mi coño se lubrica de magnífica substancia. En tu polla vertical sudando vicio. En el sonido de nuestros sexos cuando follamos, saltando sobre nuestro propio placer para encontrar algo nuevo, distinto. Lo siento así, flotando sobre nosotros mientras nos hincamos el uno en el otro. Dejándome caer en las vibraciones de mis gemidos, los mismos que me abandonan cuando llenas mi garganta con la rotundidad de tu falo. Repleta de ti. Vaciándonos y llenándonos en este recreo en el que jugamos a pertenecernos. Agotándonos y fortaleciéndonos en esta grandeza de gozarnos.

Tú lo sabes, en este momento hay algo tuyo que se hace mío. Y yo sé que hay algo mío que te pertenece. Solo ahora. Solo en ese mínimo instante del presente. Pero podemos sentirlo y, puede que en el fondo, solo sea ese minúsculo segundo lo que buscamos. En cualquier caso. Con cualquier persona.

Esa es la única puta verdad que tengo. Mi cuerpo abriéndose a un poder certero: otro cuerpo.

Aquí y ahora.

Venga. Ven. Perfórame. Hazme sentir mi cuerpo con tu fuerza, con tu celo continuo de macho, con tus absolutas ganas. Como un koan ideado para no poder descifrarse con ningún otro cuerpo que encuentre. Como un acertijo que se resuelve con cada uno que alcanzo. Házmelo sentir con tus ojos, con tus manos, con tu polla. Golpéame con tu pelvis, más fuerte, hasta que sienta dentro de mi coño toda tu lascivia, toda tu verga empujándome hacia el abismo, con la fuerza de tus espasmos y el ímpetu lascivo de tus cojones.

Venga. Ven. Hazme sentir que hay un momento único. Uno momento en que somos carne en movimiento acuciada por el ansia primitiva de la concupiscencia. Y devuélveme a la diáfana simplicidad de ser. Contigo.

martes, 26 de agosto de 2014

BLANCA


He salido a dar una vuelta por si corría algo de brisa, quizá con la esperanza de aclararme o de sentirme menos perdida. No ha habido suerte; parece que vuelve el calor. He podido oír el zumbido de los motores desde la M30 a pesar del entorno idílico del parque, eso me ha estropeado un poco la abstracción. He estado evocando momentos del viernes y el sábado. Es curioso como se mezcla todo en la vida para conformarnos o deshacernos, para satisfacernos o hacernos desdichados.

La felicidad es demasiado efímera para sentirla con claridad. No hay modo de demostrarla. Siempre hay algo o alguien que distrae tus sentidos para poder ser consciente plenamente de ella, así que solo puedes tener instantes, fogonazos, piel erizada, mínimas dosis de alegría o luz a las que has de volver en los momentos oscuros para recordarte que la vida es también eso y merece la pena ser vivida.

He cerrado los ojos y he podido sentir sus besos cayendo sobre mis labios como una lluvia inesperada de alegría. Ha sido un día espléndido. Hemos llegado al hotel y nos ha sorprendido la habitación. Parecíamos entrar en algún decorado futurista. Absolutamente blanca con formas acogedoramente sinuosas, una bañera enorme y curvilínea, con luces escondidas estratégicamente. Hemos escudriñado el espacio, tan sideral y luminosamente. inmaculado He pensado que era el lugar perfecto para amarnos. Tan distintos, tan insólitos, tan alienígenas.

Todavía no he podido evaluar si sus besos me enternecen o encerdecen. Sí, ya sé que suena contradictorio y poco romántico, pero es la verdad. Comienza a besarme y me siento caer al vacío, a una especie de gran lago, húmedo, viscoso e inmenso de impudicia. Es lo que más me gusta que haga. Es lo que más loca me vuelve. Es una paradoja sexual. Para mí lo es. Es cierto que los besos siempre me han puesto muy loca, pero con él esa forma de ponerme cachonda se eleva a la enésima potencia. No quiero juegos, ni carantoñas, quiero que me folle en plan fó-lla-me. Punto.

En cuanto estamos juntos no hacemos otra cosa. Follar y follar en la medida que podemos, en la medida del tiempo del que disponemos o las energías de nuestros organismos. Porque es lo que nos pide el cuerpo. Nada de tríos, ni exhibicionismos, ni retruécanos. Follar. Así de simple. Nuestra lujuria es sencilla y vasta. Follar.

Siento escalofríos cuando invoco a sus dedos retorciéndome los pezones, mi cuerpo tiembla cuando vuelvo a sentir sus manos colocándome a cuatro patas, o el calor de sus cojones sobre mi vulva, o su sudor cayendo sobre mi espalda, mi cabeza parece dar vueltas y vueltas en torno a su polla clavándose con frenesí en mi coño, haciéndome tiritar de gusto, llevándome a algún sitio que debe ser la felicidad, porque no hay tiempo, ni dolor y sobre todo, no hay miedo. Solo él y yo, follando, amándonos, hablando el único lenguaje que nos hace únicos.

Evoco su voz cuando se corre, sus caderas enloquecen y libera un sonido ronco y definitivo que se clava en algún lugar en el centro de mi cabeza, detrás de los ojos y me hace sentir animal y mujer. La única mujer. Entonces todo desaparece salvo las sensaciones de mi cuerpo mezcladas con el suyo, es la magia de ser una mujer y un hombre acoplados. Su polla todavía palpita y chorrea sobre mi coño su lefa templada y densa. Y sé que es uno de esos instantes que debo guardar para cuando venga la salvaje e implacable pesadumbre de los días, y tenga que sobrevivir a ellos.

¿Y tú, eres feliz?





lunes, 25 de agosto de 2014

TU CUERPO




Abro la boca buscando tu lujuria,
cierro los ojos y sustento
mi impudicia de dedos fantasma,
de lenguas incorpóreas
y falos metafísicos
que abren mi cabeza
llenándola de fantasías, sexo,
tú.

Me rompo en mil pedazos
cuando a través de las sombras
tu voz tronza la mía;
escupo al cielo y enfurezco
a tus demonios.

Nuestra avidez desgarra,
nos retiembla, muerde,
nos rebusca.

Y a cambio obtenemos ilusiones,
trozos de nosotros,
jadeos, semen, convulsiones.

El deseo es un naufragio
para este delirio desmedido,
y tu cuerpo,
tu cuerpo es mi tierra prometida.

miércoles, 20 de agosto de 2014

SUSURRAS





Susurras mi nombre debajo de mis sueños para que no se me olvide, mientras, mi cabeza escapa de la realidad en estallidos de llanto, para poder soltar lastres, para liberarme de mis nudos, cenizas de mí, tal y como hacen los volcanes con su magma. Las lágrimas puede que sean una forma de resistir.


Y con tus manos describes el mundo que en realidad soy: agua.   Me recoges en tus brazos, en la manera que tienes de restregarte contra mí y decirme entre susurros: mi amor, necesito tu coño, necesito hundirme en tu sexo, en lo más oscuro de ti y sentirlo latir por mí. Y mi coño te obedece, se conmueve, te desea como jamás antes te había deseado.    


Me besas desde algo más que tus labios, desde tus ansias por llegar a mí y hacer que te sienta. Me llenas de lengua y saliva y amor, todo mi cuerpo lo llenas de lengua y saliva y amor y ganas, concupiscencia, mordiscos, jadeos, lengua, sudor, placer. Mi cuerpo responde a tu llamada con el vigor de mi naturaleza. Mis caderas se elevan, mi espalda se arquea, mi coño se abre, se expande para recibirte: macho.   Me siento caer contigo en esa trama de besos hasta alcanzar tu polla. Dura, suave, tuya. Hay algo dentro de mí justo antes de tocarla, algo sutil, delicado, aéreo pero tremendamente macizo que me conmueve, me provoca, me excita hasta sentir electricidad detrás de mis párpados, abro la boca, saco la lengua y toda tu suavidad me penetra como un cuchillo. 


Te siento excitado, suplicante, doblándote de gusto mientras mi lengua te alcanza, lame el tronco de tu rabo, te come los huevos, se envicia de lujuria, se introduce en tu agujero, se pervierte contigo, enloquece, traga, besa, lame, acepta y bebe de ti. Siento mi coño tensándose, retorciéndose de ganas en mi interior, hundo mis dedos en mi sexo hinchado, alcanzo mi clítoris y mientras engullo tu polla doy vueltas a mi coño, lo hago girar y el mundo entero gira sobre nosotros.   Me parece estar flotando sobre un aire sin gravedad, dando vueltas mientras te consumo. 


Sí. Me gusta comerte la polla y también me gusta decirte que me-gusta-comerte-la-polla con mi cara de furcia corrompida por la lascivia. Saco la lengua. Quiero tu leche, vamos, cabrón, quiero tu leche ahora, mójame la boca de ti, lléname la boquita de lefa. Y mi mano sube y baja frenética por tu falo, ávida de tu esperma, y mi lengua se revuelve sobre el aire tratando de alcanzar tu gozo. Tu leche se dispara y se pega a mis labios. Te relamo. Te sonrío. Te amo. 


No sé si existe algo mejor que ver tu cuerpo vibrar, mi boca llena de ti y esa parte de nosotros que aún no se ha separado, apretada, compacta, unida por algo invisible y prodigioso a lo que no quiero poner nombre. Me da igual si es amor, sexo, ganas, cerdez, instinto, llámale como te dé la gana. Lo importante es poder sentirlo.  Poder sentirme arrastrada por esa fuerza tuya y este temblor mío.    Me aprieto contra ti, me hundo en tu carne, en tu olor, me acaricias el pelo y en ese único momento no existe nada más. Nada en absoluto. No hay lágrimas, no hay dolor, no hay tiempo, no hay nadie. Solo tu placer y el mío recomponiéndose para volver a nosotros. Me sonrío.



martes, 17 de junio de 2014

MEDITACIÓN





Cierro los ojos. No pienso. Solo siento mi cuerpo. Siento el aire entrando y saliendo de mí, acariciando suavemente mis fosas nasales, siento el aire penetrando en mis pulmones, llegando al fondo de ellos como algo mío. Es extraño que sienta el aire como algo tan mío cuando circula libremente. El aire sobre el aire, posándose en otras personas, en otros orificios, en otras pieles. Me sonrío. No pienses. Siente. Solo siente.


Me gusta esta sensación de consciencia, esta forma de sentir mi cuerpo de una forma tan definitiva. Sigo respirando. Me recreo en mi carne. Aparecen escenas de sexo. Con él, conmigo, con otros, escenas reales, fantasías, escenas de ayer mismo, de hace unos días.

Siento el deseo crecer, lo siento propagándose como un virus, como una ola enorme que cae sobre mí y me revuelca dentro de mi deseo. El deseo inflama mi carne. Mi sexo se hincha de sangre y de ganas. Pero no me muevo. Me mantengo en este estado de semiinconsciencia, me mantengo en esta cachondez lenta y dirigida, en este deseo dúctil y manejable. Mi cuerpo estático, mi mente aquietada y el deseo paseándose en mi cuerpo.

Percibo el cosquilleo del deseo como una mano invisible que me acaricia, observo mis reacciones intentando alejar de mí los pensamientos, las imágenes. Es extraño que pueda sentir el roce de algo que no me toca. Pero lo siento. Una caricia pequeña que recorre mis labios y baja hasta el cuello, se abren mis poros y se eriza mi vello. Aprieto los muslos, se tensan los músculos y se afloja mi culo y mi coño.

Deseo que esa caricia me envuelva por completo. El deseo es más rápido aún que el pensamiento, se hace patente sin pensar. Es raro pero delicioso. Mi caricia se detiene en los pezones. Me parece que alguien los esté sorbiendo. Se endurecen y se ensanchan. Una culebra recorre mi nuca y algo empuja mi vientre. Se desliza por el pecho para balancearse en el ombligo, toca mi pelvis, la elevo instintivamente porque hay un animal dentro de mí que sabe más que yo. Lo sabe todo de mí, de mi cuerpo, de mi deseo.

Contemplo mi cuerpo desde ese estado de semiinconsciencia. Ser y no ser. Sentir, sentir. Noto en la humedad de mis muslos mi coño encharcado. La caricia se resbala entre mis labios y se introduce por mi agujero. Se me escapa un gemido roto. La caricia crece dentro de mi coño y, al tiempo, se posa en mi clítoris y penetra mi ano. Se hace más grande más patente.

Un gran chorro de luz me inunda. Quizá sean los dioses. Mi pelvis se mueve hacia atrás y hacia adelante mecánicamente, impulsada por la fuerza de mi lascivia. La caricia se hace más caricia, gira en mi coño dándome un placer único, roza mi culo, abarca mi clítoris hinchado y acuoso. Creo que me estoy licuando en la caricia. Mi cuerpo tiembla. Soy consciente de todo mi cuerpo, de cada poro abriéndose, de como se tensan mis pies con la caricia, de como sube y baja el deseo por mi espalda y cruje en mi cuello, de como oscila mi cabeza. Vuelvo a alejar los pensamientos para fundirme con mi sentir. Todo mi cuerpo flotando sobre la caricia, dentro de ella, con ella.

Un placer desmesurado y blando me alcanza, hace temblar las paredes de mi culo, me muerdo el labio levemente, se hace más y más grande y quiero gritar de puro vicio, balbuceo a bocanadas ella aire y lo destrozo, mi coño se contrae y pide más. La caricia crece y crece y el placer salta por mi cuerpo zarandeándome como a una marioneta. Todo mi coño contraído y expandido, todo mi coño mío, y mi cuerpo mío y mi cuerpo coño, y placer y más placer. Y la luz inundándome de calma, gozo y vida desde un Universo que me crece dentro: deseo.


jueves, 12 de junio de 2014

ABRE LA BOCA








Los viernes por la noche son contradictorios, prometedores pero cansinos, luminosos pero algo decepcionantes...claro que siempre queda el sábado como último cartucho.

Madrid me miraba con cara de chuloputas desde su calor y su prepotencia. Miré los mensajes del móvil y me sonreí. No tenía ganas de quedar, o mejor dicho, el tío que me apetecía no estaba disponible (quién sabe...quizá seas tú el tío disponible).

Al llegar a casa me descalcé y me quedé con unas bragas y una camiseta. Pensé en escribir algo y acostarme pronto. Me puse un copazo y destapé un tarro de banderillas (sí...me molan las banderillas). Abrí un enlace de vídeos porno. Algunos vídeos me fascinan por su estética, otros por su simplicidad, me gustan mucho los videos de mamadas. Hay pocos videos porno que me pongan por los tíos , no sé si le pasará a alguien más pero si fuera director de porno me lo haría mirar...ah bueno y también me molan los vídeos de bdsm. En general el porno que más me gusta es el amateur, sobre todo cuando es cutre, no por cutre sino cuando por lo cutre se le nota el amateur.. (puede que esto ya lo haya contado alguna vez...he contado tantas cosas...)

Como estaba algo triste me puse a Janis (a Joplin, se sobreentiende) . Me gusta oír a Janis cuando estoy triste, siempre pienso: “ Esta hijadeputa estaba más triste que yo , pero cómo cantaba la jodía” Hay un dolor evidente en la voz de Janis, pero también una alegría oculta, algo que ella disimulaba, o que yo creo que disimulaba o, sencillamente, que quedaba disimulado debajo de su tristeza. A mí me gustan esas cosas escondidas en la evidencia, ese algo que solo yo soy capaz de captar. Puede que la gente especial, como Janis, quede hundida en la tristeza de este mundo, como cuando caes en aguas pantanosas y terminas irremediablemente en el fondo del fango porque no se ve tu verdadera esencia... pero esa alegría sobrevive, o esa forma de hacerse grande, no sé.

Estuve vagando de aquí a allá. No tenía ganas de escribir. Entendí por qué a esto de sentarse delante de un ordenador y no hacer nada le llaman navegar. Me puse otra copa. Visité varios blogs que me gustan. Abrí mi messenger. Lo cerré. Fui a varias webs de fotos. Volví a abrir el messenger.

- Hola
- Coño ¡cuánto tiempo! ¿donde te habías metido?
- Por ahí...
- Pues hacía un montón que no te veía... ¿Sigues con tu blog?
- Así, así... tengo poco tiempo últimamente
- ¿ Y sigues quedando con gente?
- Así, así...tengo poco tiempo últimamente...
- Echo de menos tu risa. ¿Qué haces?
- Nada, pensaba ponerme a escribir pero no tengo muchas ganas, estoy tomándome una copa y viendo videos...
- Buen plan...
- Será para ti...
- ¿Y qué estás viendo?
- Porno
- ¿Te mola el porno?
- Lo que más.
- Jajajaja , que jodía, nunca sé cuando hablas en serio
- Yo tampoco, corazón, yo tampoco, pero sí que me gusta. Anda cuéntame ¿qué es de tu vida?

Estuvimos charlando un rato y riendo, hablamos de amigos comunes, de historias, de viernes aburridos, de libros, de música, de sexo, de hombres, de mujeres, de líos.

- ¿Puedo proponerte algo?
- Claro, hoy puedes proponerme lo que quieras, otra cosa es que te siga el rollo...jajajaja
- Que mala ¿estás en Madrid, no?
- Hoy sí.
- Ya... ¿Quedarías conmigo? Tenemos una cita pendiente, hace muchísimo que no te veo, yo creo que más de dos años. Quiero decir, hoy, ahora...
- ¿Ahora? ¿Ahora mismo? Pero ¿chiquillo tú sabes cuántas copas llevo?
- Venga va, en una hora y poco podría estar en Madrid...no te preocupes por las copas, te paso a buscar.
- Calla, calla, bufff, que ya me estoy poniendo cachonda...
- ¿Sí? ¿Quedamos entonces?
- Vale
- ¿Vale? Mmmmm ¿Has quedado alguna vez con un desconocido en un hotel?
- Jajajajaja, que vaaaa, en mi vida, además, tú no eres un desconocido.
- Que cabrona. Bueno pero podría serlo ¿ entonces paso a recogerte?

Se hizo un silencio largo. Me gustan los silencios. Me gusta disfrutar de ese momento en que siento que está nervioso y duda de si le estoy tomando el pelo o realmente voy a quedar con él, ese instante me pone muy cachonda. Ese trance me pone a mil. ¿Calientapollas? Quizá. Mola.

- No, no hace falta que vengas a buscarme. Mejor quedamos en el hotel 3 Luces a la una. Quiero que me sigas el rollo. ¿Serás bueno conmigo?

Duda un momento. Sé que está cada vez más inquieto, más confuso, más excitado.

- Sí, haré lo que quieras.

Hago otro silencio a propósito. Un silencio extenuantemente largo. Pero él espera. Me satisface su espera.

- Bien. Quiero que llegues tú antes al hotel, quiero que me esperes en la cama, desnudo, con los ojos vendados y la polla bien dura. Como no tendré la llave dejarás la puerta arrimada para que pueda entrar.
- ¿Y qué me harás?
- Lo pensaré por el camino...
- Que hijadeputa eres. Me tienes durísimo. No sé si voy a poder aguantar cuando te vea.
- Sí, claro que aguantarás, aguantarás todo lo que yo quiera, o me iré.
- Zorra.
- Jajajaja

Cerré el messenger. Me di una ducha y me vestí. Le imaginé conduciendo con su rabo tieso y el corazón a mil mientras me pintaba los labios. Me sonreí.

Al llegar al hotel me esperaba tal y como le había pedido. Le saludé con suavidad. Estaba tumbado sobre la cama, su polla brillaba de ansia y se había puesto un foulard alrededor de los ojos. Le besé dulcemente los labios y pasé mi lengua por ellos.

- Abre la boca y saca la lengua...

Se la acaricié levemente con la punta de la mía. Le acaricié el borde de los labios y rocé los míos con los suyos.

- Mmmmm, me gusta tu polla así, bien tiesa – le susurré

Él iba a decir algo pero le cerré la boca con un beso, muy suave, muy cerdo, lamiéndole los labios, metiéndole la lengua, jadeando sobre sus labios

- Shhhhhh, shhhhh no digas nada...aún. Tengo un deseo.
- Cual – respondió él tímidamente
- Quiero que seas mi esclavo, que hagas o te dejes hacer lo que me apetezca.
- Joder me estás asustando, ¿te va eso de la dominación?
- Puede. Desde luego ahora mismo tengo ese deseo, la idea de poder hacerte todo lo que quiera me pone jodidamente cachonda. - Y resalté ese  j o d i d a m e n t e  todo cuanto pude.
- A mí me está poniendo jodidamente cachondo verte así de mandona.

Le agarré la polla con muchísima dulzura, acariciándosela brevemente y pasándole el dorso de mi mano y dejando que mis dedos la enlazaran y le hicieran cosquillas en la polla y en los huevos; contuvo la respiración y, entonces, apreté un poco más su rabo, lo sentía latir en mi mano, caliente, duro, vivo..

- Sí, sí, sí, quiero ser tu esclavo, esta noche jugaremos a tu juego, a lo que tú quieras...

Me separé de él un momento para observarle. Estaba tumbado y visiblemente excitado, sus ojos tapados y su boca ávida de mí. En realidad podría quitarse el pañuelo, agarrarme y follarme contra la pared en cuanto le diera la gana, pero no lo haría. Yo sabía que no lo haría, que lo que en realidad le estaba poniendo como loco era que ambos sabíamos que no haría absolutamente nada que yo no quisiera. Me dio mucha ternura que se entregara a mí de ese modo, me pareció vulnerable y terriblemente fuerte al mismo tiempo. Me mantuve en silencio y esperé.

Me parecía estar delante de un horno mientras sube el bizcocho, hinchándose lentamente, abriendo cada vez más sus esporas, sudando su propia calentura. Su pecho subía y bajaba. Su polla parecía que iba a estallar. El silencio se hizo mi cómplice. Después de un rato susurró:

- ¿Estás ahí?

No contesté y volvió a preguntar

- ¿Estás ahí? Di algo por dios...
- Shhhhhh

Avancé hacia él, me saqué la falda y las bragas y me subía a la cama, me puse en cuclillas sobre su cara.

- Abre la boca y saca la lengua

Volvió a sacar la lengua esperando recibir mi lengua de nuevo, supongo. Acerqué mi coño a su boca. Su lengua me pareció un animal resbaladizo y enérgico apresándome los labios. Él se dio cuenta de que lamía mi coño y gruñó como un cerdo, alargaba la lengua para llegar a mí más profundamente y yo movía las caderas adelante y atrás para darme gusto.


Se la acaricié levemente con la punta de la mía. Le acaricié el borde de los labios y rocé los míos con los suyos.

- Mmmmm, me gusta tu polla así, bien tiesa – le susurré

Él iba a decir algo pero le cerré la boca con un beso, muy suave, muy cerdo, lamiéndole los labios, metiéndole la lengua, jadeando sobre sus labios

- Shhhhhh, shhhhh no digas nada...aún. Tengo un deseo.
- Cual – respondió él tímidamente
- Quiero que seas mi esclavo, que hagas o te dejes hacer lo que me apetezca.
- Joder me estás asustando, ¿te va eso de la dominación?
- Puede. Desde luego ahora mismo tengo ese deseo, la idea de poder hacerte todo lo que quiera me pone jodidamente cachonda. - Y resalté ese  j o d i d a m e n t e  todo cuanto pude.
- A mí me está poniendo jodidamente cachondo verte así de mandona.

Le agarré la polla con muchísima dulzura, acariciándosela brevemente y pasándole el dorso de mi mano y dejando que mis dedos la enlazaran y le hicieran cosquillas en la polla y en los huevos; contuvo la respiración y, entonces, apreté un poco más su rabo, lo sentía latir en mi mano, caliente, duro, vivo..

- Sí, sí, sí, quiero ser tu esclavo, esta noche jugaremos a tu juego, a lo que tú quieras...

Me separé de él un momento para observarle. Estaba tumbado y visiblemente excitado, sus ojos tapados y su boca ávida de mí. En realidad podría quitarse el pañuelo, agarrarme y follarme contra la pared en cuanto le diera la gana, pero no lo haría. Yo sabía que no lo haría, que lo que en realidad le estaba poniendo como loco era que ambos sabíamos que no haría absolutamente nada que yo no quisiera. Me dio mucha ternura que se entregara a mí de ese modo, me pareció vulnerable y terriblemente fuerte al mismo tiempo. Me mantuve en silencio y esperé.

Me parecía estar delante de un horno mientras sube el bizcocho, hinchándose lentamente, abriendo cada vez más sus esporas, sudando su propia calentura. Su pecho subía y bajaba. Su polla parecía que iba a estallar. El silencio se hizo mi cómplice. Después de un rato susurró:

- ¿Estás ahí?

No contesté y volvió a preguntar

- ¿Estás ahí? Di algo por dios...
- Shhhhhh

Avancé hacia él, me saqué la falda y las bragas y me subía a la cama, me puse en cuclillas sobre su cara.

- Abre la boca y saca la lengua

Volvió a sacar la lengua esperando recibir mi lengua de nuevo, supongo. Acerqué mi coño a su boca. Su lengua me pareció un animal resbaladizo y enérgico apresándome los labios. Él se dio cuenta de que lamía mi coño y gruñó como un cerdo, alargaba la lengua para llegar a mí más profundamente y yo movía las caderas adelante y atrás para darme gusto.

Agarré un bote de lubricante con sabor a cereza y le eché unas gotitas sobre el pecho para que advirtiera su frescor. Le lamí los pezones y bajé con mi lengua hasta su pubis. Tenía los huevos encogidos. Apreté el tubo y eché un buen chorro sobre su polla. Esta resbaló con tanta armonía entre mis dedos que parecía que fuera a salir música de ahí. Su polla se deslizaba en mi mano acompasada y delicadamente. Acerqué mis labios a su polla, abrí la boca y saqué la lengua. La dejé pasar por su prepucio. Una vez, otra, otra, daba pequeñas lamidas para ponerle nervioso o dibujaba cuidadosamente con la punta su frenillo. Mi lengua subió y bajó varias veces por el tronco hasta los huevos y, finalmente, abrí la boca y metí su falo. Despacio. Lenta y muy profundamente. Tan profundamente que sentía mi garganta inflada por su polla y algunas lágrimas encharcándome los ojos.

- Dios, me matas, cómo mamas, cabrona, ohhhh, en mi vida...niña...
- No se te ocurra correrte. Aún.
- Para, por favor, que no sé si puedo aguantar.

Por supuesto, no paré. Seguí con mi mamada lenta y profunda, saboreándole como si fuera lo último que fuera a comerme en mi vida y me ponía loquísima con sus súplicas.

- Joder, joder, por favor, te lo suplico, para, por favor, que me voy a correr....

Pero no se corrió. Cuando le sentí que no podía más, paré. Me tumbé entre sus piernas y pasé las mías sobre sus caderas, abrí las piernas y dejé caer el lubricante sobre mi coño. El frío del gel me hizo dar un respingo de gusto, sentía aquella textura inundándome de cerdez, acaricié mi rajita para extender el gel, rocé mi clítoris untuoso y metí un dedo en mi agujero, luego dos, me pajeé delante de él, muy guarra, muy lúbrica, hacía ruido a propósito con mis dedos en el coño para provocarle: chofchofchof...

- Come.

Al incorporarse su polla rebotó contra su vientre. Me agarró los muslos y metió su boca en mi raja. Parecía una garrapata succionándome el coño. Despacio, muy despacio. Suave, muy suave. Como a mí me gusta. Su lengua me hacía caricias y encharcaba mis labios. Daba lamidas sobre mi clítoris, le daba golpecitos o apenas si lo rozaba con la punta de la lengua. No quería correrme. Quería prolongar mi placer cuanto fuera posible. Así que esperé. Aguanté cuanto pude, hasta que le supliqué que me follara. Necesitaba su polla en mi coño.

Me sujetó las piernas y las enlazó sobre su cintura y de una embestida metió todo su rabo en mi sexo. Le sentí tan duro que pensé que podría levantarme con ella. Salía y entraba lastimosamente despacio, podía sentir todo el recorrido de su polla dentro de mí, hasta que sentí que me iba a correr. Volví a parar.

Los dos respiramos levemente. Volví a echar lubricante en su polla, en sus huevos, en su culo, me encantó sentirle sucio y pringoso, saqué la lengua y volví a ponerla sobre su rabo, bajé despacio hasta los huevos, lamí su rafe, alcancé el perineo y él instintivamente abrió las piernas y elevó la pelvis. Introduje mi lengua en su culo. Daba lamidas cortas y rápidas, o más prolongadas y lentas. Le oí jadear fuerte y murmurar cosas que no entendí. Alcancé nuevamente el lubricante, unté mi culo con él y metí parte del dildo malva en mi ojete. Lo dejé ahí mientras seguía comiéndole el culo. A él le sentía fuera de sí, dejándose llevar por la inercia de mi puterío. Estaba cada vez más excitada y sentía como mi culo se dilataba de gusto. Me elevé hacia él.

- Coge el dildo con los dientes y sujétalo.

En cuclillas sobre su cara, el dildo se deslizaba dentro de mi culo acariciándome por dentro. Más que un placer físico era el morbo de esa dominación lo que me producía más gozo. Observar su polla a punto de estallar mientras sus dientes sujetaban el dildo como si fuera mi juguete, me producía un sacudida por dentro más allá del placer. Era más como un ataque de lujuria. Como una furia que me estaba creciendo por dentro. Pero una furia lenta, poderosa, fantástica. Yo sí que no pude aguantar. Me rompí en un maravilloso orgasmo que me hizo temblar y maldecir, una corrida que me hizo jurar y gemir y sentirme flotar sobre el Universo.

Estuvimos jugando hasta caer rendidos. La última vez que abrí los ojos comenzaba a amanecer. Jugamos con el pañuelo y con las perlas, usamos todos mis juguetes, acabamos con el lubricante. Me corrí varias veces por el culo y otras tantas mientras su polla sacudía mi coño rabioso. Él se corrió en mi boca, en mis manos y en mis tetas. Yo me sentía como poseída por mi desenfreno y exhausta. Las corridas por el culo son bestiales, a mí al menos me remueven de una manera única y me dejan agotada y feliz.

Y él...se busca en cada uno de mis cuentos...


lunes, 2 de junio de 2014

MARTA Y LA TEOLOGÍA





Marta siempre me penetra con sus frases contundentes y esa sonrisa de niña puta. A veces me pregunto cuanta realidad puede caber en una sola frase. Porque Marta tiene el don de llenar cada una de sus frases con una rotunda realidad: “Una polla sabe a un jodido culo, tía, y nada más”.  Le digo que eso va en gustos, que las que yo he probado me han sabido a gloria. Cualquiera podría pensar que a Marta le falta un poco de poesía y yo, en cambio, que cabalgo sobre cada una de sus oraciones como una diestra amazona, a la inglesa, tum tun tum tun tum tun, apretando el culo, conteniendo la respiración, enderezando la espalda, creo que hay algo mágico y lleno de poesía en esas frases clarividentes. Desde luego si hay algo que me mola de Marta es su total falta de tacto para decir lo que piensa. Pasa de retórica y de zarandajas.

Y así vamos pasando de un tema a otro mientras yo tropiezo cada dos por tres en su ajustada sonrisa. Hay personas con las que es muy fácil desnudarse. Y hablamos de hombres y sexo, y sexo sin hombres. Y hablamos de cosas muy duras descojonándonos de risa, por que cuanto más duro es un tema más hay que reírse. Eso Marta lo sabe, pero hay muy poca gente que de verdad sepa esto.


Luego me quedo suspendida en mis divagaciones al respecto, como que lo que tú le das a un tío en una mamada siempre es en progresión geométrica (sé que hay muy pocos que sepan que es la jodida progresión geométrica…pero aún menos qué es lo que se da en una mamada, cosas de la teología ) Y lo peor es que las mates se me han dado fatal siempre. Y que sé que esa progresión geométrica seguirá su curso perseculam seculorum, conmigo o sin mí. Pero que detrás de todo eso, y por mucha poesía que le busque, para Marta  hay una sola verdad indisoluble: una polla sabe a un jodido culo.


Pero siempre vuelvo a mí. Lo que yo doy es solo lo que busco. O debe serlo. Que mágico me parece hoy eso de conformar la realidad. Eso lo sé o no podría seguir. Sí que debe ser cierto que somos lo que pensamos. ¿Qué si no?


El caso es que mientras Marta hablaba, a mí me parecía estar observando a una Diosa (paso de religiones pero las Diosas molan) disertando sobre una especie de teología. La mística de Marta. El oráculo del culo. La polla sabe a culo.



Que lo sepas.


(La canción la subo porque a Marta le encanta...)


Este post ya lo había subido, pero es que hoy me he acordado mucho de Marta. Te echo de menos, cabrita, que lo sepas.

lunes, 26 de mayo de 2014

INSOMNIO


Me estremezco por las noches, ahora que soy feliz. Ahora es cuando no duermo y no, entonces. Hay veces en que siendo el mundo un lugar desierto y hostil puedo sentirme afortunada tan solo por un latido: el tuyo.

Hasta ayer, creía estar aquí siendo tan solo un testigo de mí misma, como si estuviera viendo una película sobre alguien que me importara muy poco. Tratando de recordar aquello que había vivido para relatar una parábola de lo que fui, de lo que iba siendo. Quizá con el propósito de ocultar a base de sucesos el vacío de no haberte conocido.

Y cuando vino la tristeza, la de verdad, la pena negra, el pozo oscuro y salvaje que hemos de vivir y sobrevivir y soportar, todos los secretos que articulaban esa pena me estallaron en la cara. ¿De qué sirve lo vivido cuando no eres? . Y ahora siento que eres el único secreto que merezca la pena. Una forma de última frontera.

Cierro los ojos y no dejo de oír en mi cabeza la canción de Jessica, ese compás distorsionado donde apareces con nitidez en medio de la perplejidad. Ahora existo en tu cuerpo, y te has incrustado bajo mi piel como algún tipo de hematófago para succionarme, no sé, algo que tengo y que de algún modo, no es del todo mío y que puede que vaya transformándose en nosotros. Quizá le supongo demasiado al amor, ¿pero sobre qué otra cosa podría tener esperanza?

Los días transcurren como algo virtual y apenas puedo sentirlos, cada momento es esperar el instante de volver a verte, de hablar contigo, de penetrar en ese pensamiento tuyo, tan genuino, tan auténtico, cada segundo es otro para volver a sentirte, de rozar tu piel aunque sea levemente, de aspirar tu olor, de verte gozar y sentir, de besarte o de lamerte o morderte, o de que me devores o hagas conmigo lo que te parezca, porque hay algo de mí que se ha muerto al llegar tú, algo inmundo, oscuro, pegajoso y tremendamente destructivo, así que ya no puedo temer nada de lo que tú puedas hacerme más de lo que puedo temerme a mí misma. Aún no te conozco y, en cambio, no deseo otra cosa que poder ponerte bajo mi lupa y verte. Ver lo que, en realidad, eres. Sopesarlo, medirlo, experimentarlo, vivirlo. Vivirlo.

Te deseo en un nimbo de temblores donde se mezcla la lujuria, el amor, la curiosidad, la complicidad, lo brutal, ese abismo oscuro e infinito que somos cada uno y que no mostramos jamás a nadie, ni siquiera a nosotros mismos, todo eso que enterramos en nuestra narcótica esencia porque creemos que nos mataría. Te miro y te veo con claridad y cerrazón al mismo tiempo. Sé que te miro bajo el prisma de aquello que deseo, pero al mismo tiempo te deseo por cuanto veo de ti.

En mis sueños me haces el amor dulcemente, como aquella primera vez donde quizá, sin querer, nos encontramos. Y tu dulzura evoca lo feroz porque solo se puede abrir la caja de Pandora desde la inocencia, y la curiosidad es cándida e imprudente como un niño pero también aterradora y atroz.

Te sueño en mi insomnio cada noche y cada sueño es la trayectoria de una honda lanzada desde lejos. Se precipita sobre mí sin que pueda hacer nada para evitarlo. A veces eres dulce y suave como tu piel, me acaricias la espalda y rozas mis labios con cuidado, parece que temieras que me deshiciera como un castillo de arena, otras tus besos se enturbian y se dejan llevar por lo que también eres, una bestia, un instinto, un hombre. Entonces me besas con violencia y me arrancas los besos y la ropa.

Te percibo en mis delirios con claridad. Cerca. Y deseo ser tuya como no he sido jamás de nadie. Deseo que me beses o acaricies, que me aprietes, que me azotes, que llegues a mí en tu incandescencia, en tu modo de sentirlo todo, de caer en todo cuanto amas, porque estando contigo puedo sentir esa luz tuya de ser con el mundo, y adoro todo cuanto me hace sentir esa luminaria.


Te descargas en mi vigilia como un rayo y te siento a fogonazos de luz, trueno y temblor. Me miras desde dentro de mí, como una rendija hacia ese universo que soy, que puedo ser. Y aquí, dentro, pasa todo.


En estos flashes de realidad te evoco o te deseo. Tus dedos acarician mi rostro mientras tus besos se desbordan sobre mi piel. Me muerdes la boca, lames mi lengua, buscas mi esencia en una extraña pirueta de lengua, saliva y ansia. Mi espalda se arquea y tus caderas se adelantan hacia mí. Me siento distinta, plena, como si volviera a descubrir el sexo. Esas ganas inmensas de follar y hacer el amor, y de hacer el amor y follar en un bucle sinérgico cuya consecuencia es mi delirio. En esos destellos de ti, te abrazo, siento tu cuerpo (y tu mente) como un ente creado para mi gozo. Te como la polla despacito, dándome tiempo para deleitarme en la forma que tienes de mirarme, para detener el tiempo en esos gemidos profundos y cortos que haces como para recrearte en lo que sientes, tu rabo crece en mi boca y en mis sentidos, me impaciento de ti y de tu placer, casi puedo sentirte como si fueras tú, casi puedo sentir el placer que te producen los movimientos de mi lengua en la piel de tu prepucio, el escalofrío que te recorre, el deseo de correrte, de follarme la boca, de follarme viva, la necesidad de descargar tu leche en mí cara, en mi lengua, las prisas por hacerme tuya. Puedo sentir tu cariño y la necesidad de quererme, y puedo sentir mi pasión en la boca y entre las piernas, hasta agotar todas las formas que conozco de comerte la polla.


En esas flechas de energía te encuentro follándome como un poseso, con la cara desencajada por tu lujuria y los ojos mirándome dulce y entregado. No puedes imaginar como me conmueve tu ternura, esa dulzura que temes y que escondes pero que me muestras furtiva pero constantemente. Te reclinas sobre mí , abro las piernas, o se abren solas porque saben que vienes, metes tu polla en mí, dentro, dentro. Me llenas, me abres, me retuerces. Mi coño se estruja contra ti, te ama, te necesita. Me follas como un animal , subes mis piernas, las enredo en torno a ti, me doblo, te sufro, me derrito. Algo por dentro retiembla, debajo de mi ombligo, me arden los riñones y siento un frío inmenso en la nuca, tus caderas continúan abrasándome el coño, el placer crece y crece, te miro, me pellizcas los pezones, metes un dedo en mi boca, lo lamo, me corro como si mi éxtasis hirviera en un caldo infernal haciendo burbujas. Me quema tu placer y gimo como si estuviera muriéndome de ti.

Mientras no duermo, te pienso de mil maneras. A veces usándome, a veces usado.
Te pienso sexual y te sueño amoroso, te deseo animal y te amo tierno. Y en la mezcla de ambos te voy encontrando y conociendo. Algunas veces me atas, o dejas abiertas mis piernas, me dejas expuesta y vulnerable, extiendes el tiempo como si fuera un jodido tirachinas y cuando menos lo espero, zas, disparas. Creo que vas a azotarme, y sí, alguna vez me azotas pero otras me das placer, y en esa confusión enloquezco de cerdez. Acaricias mi piel y luego la azotas, me follas duro o suave, me follas la boca o el coño o el culo, a tu antojo, y me siento tan tuya que tengo ganas de gritar para que todo el mundo lo sepa. Soy tuya. Tuya, tu perra, tu juguete, tu bicho, tu experimento, tu amante...
Te sueño como algo mío, como ese insecto al que puedo arrancarle las patas y ver como se retuerce mientras lo hago. A veces experimento con tu dolor, otras con tu placer. Te doy o te quito a mi antojo y me voy volviendo una puta zorra ansiosa de ti, de todo cuanto puedas sentir bajo mi pie, y adoro sentirte entregado, sometido, mío.


Te imagino atusándome los rizos, haciéndome mimos y caricias, apretándome contra tu pecho, musitando cosas sobre ti, o sobre mí. Y me hundo, definitivamente, en tus cariños, en tu voz, en los latidos de tu corazón, en el aire que vas respirando conmigo...


Pero no te detienes, sigues besándome, acariciándome, follándome, pellizcándome, amándome. Me doblas, me colocas a cuatro patas, vuelves a follarme, me buscas de lado, de pie, buscamos posturas imposibles conducidos por la concupiscencia, y me corro en cada una de ellas y en cada una de ellas te amo y me amas. Y sentir tu amor es todo cuanto necesito para saber que no es un sueño, que no voy a despertarme, que jamás he estado más despierta.


lunes, 12 de mayo de 2014

LA ENFERMERA







Fue comenzando el verano. Ya no tenía clases ni curro ni nada concreto que hacer. Pasar de estar todo el día ocupada a aquel estado contemplativo me dejó algo noqueada. Aquellos días estuve como ausente. No tenía ganas de hacer nada de lo que habitualmente hago. Las tardes iban cayendo una tras otra mientras lo esperaba sin hacer ninguna cosa. Había días que me los pasaba enteros paseando desnuda por la casa, masturbándome en el baño, en la cama, tendida en el suelo, probando nuevos modos o fantasías distintas, experimentando con mi cuerpo mientras a través de la ventana me llegaban los graznidos de las gaviotas y el sonido del océano rompiendo contra el rompeolas. Siempre he pensado que el olor del mar me pone cachonda, que el aroma del aire adobado de algas y salitre me revuelve la sangre y provoca a mis células a la lascivia.

Cuando él llegaba lo asaltaba y nos poníamos a follar como posesos. Fue una buena racha. Me pasaba el día caliente y él siempre estaba dispuesto. Follábamos en la cocina, en el baño, en un sofá, contra el mueble de la entrada, tirados por el pasillo, en cualquier sitio donde nos pillara el calentón.

Uno de aquellos días me acordé de que tenía una de las batas del laboratorio relegada al fondo del armario porque me quedaba algo estrecha. Mi amiga M. me había hecho el favor de entallarla porque me gustan más así, pero se había pasado un pelín y la dejé allí olvidada porque no podía trabajar tan “apretada”.

Estuve revolviendo el armario y allí estaba solitaria, blanquita, entalladita... Me la probé. Me quedaba realmente bien, resaltaba mis curvas, pero, efectivamente, no creo que hubiera podido ir así al trabajo sin que alguien se me hubiera echado encima. Pensé que faltando un par de botoncitos que dejaran mi escote al descubierto y subiéndola hasta el muslo quedaría estupenda. Rebusqué en un cajón de la mesilla y mis medias blancas estaban intactas. Saqué un liguero blanco también y un sujetador con encaje que apretaba mis tetas contra el último botón de aquella bata sobresaliendo mi pecho del escote. Perfecto.

Solo me faltaban los zapatos. Aunque los zuecos del laboratorio pudieran darle un aspecto más auténtico a mi atuendo no me parecieron nada sexys, pero no tenía zapatos blancos. Me decidí por unos taconazos rojos que hacía años que no usaba porque es realmente una tortura caminar con ellos, pero pensé que merecía la pena un poco de “sacrificio”.

Me dirigí al baño en busca de mi botiquín de primeros auxilios que tiene una provocadora cruz roja encima de la tapa. Hice recuento de lo que había que me pudiera servir aunque nada más fuera para asustar. Saqué algunas cajas de medicamentos y metí algunos de mis juguetes,  lubricante...no sabía qué iba a usar pero supuse que el hecho de que yo abriera aquella caja y mi amante la encontrara llena de chismes susceptibles de ser usados con él le haría sentirse confuso y deliciosamente sorprendido.

Me di una ducha, me vestí y le esperé dispuesta a ser la mejor enfermera del mundo.

Cuando él llegó y me vio de esa guisa se quedó impresionado:

- Guaaaa, pero ¿esto qué es? Jajajaja, eres la caña, ¡te has vestido de enfermera! Joder estás…estás…muy…no sé, joder ¡estás para comerte!

Me quedé mirándole muy seria, sin tener en cuenta sus comentarios y muy metida en mi papel le escruté:

- Creo que ha venido usted para la revisión. Tiene usted muy mala cara... Haga el favor de pasar, desnúdese y túmbese en la camilla que tengo que examinarle, por favor.


Por supuesto, me hizo caso, de hecho no recordaba haber visto a nadie desvestirse tan rápidamente. Me excitó ver como se desnudaba con prisas, arrastrando sus pantalones hasta el suelo, sacándose el calzado poniendo un pie contra el talón del otro, quitándose la camisa de cualquier manera. Su cuerpo se exponía ante mí como un trofeo. Me parecía que realizara sus gestos a cámara lenta, inflándose sus triceps al elevar los brazos, endureciendo los abdominales al echarse hacia atrás, respirando tan fuerte que podía oírle, mi boca estaba seca y percibía mi coño abriéndose, caliente, oloroso, encendido.

Me encantó verificar que ya estaba duro como una piedra pues al quitarse el calzoncillo su polla dio un salto zarandeándose. Se tumbo y se quedó mirándome expectante.

Me acerqué a él con muchísima malicia y cogí su rabo con dos dedos moviéndolo de un lado a otro como si lo estuviera observando.

-  Uy uy me parece que tiene usted una inflamación aguda.
- Sí, enfermera, ya lo creo, estoy fatal, va a tener que hacer usted algo para aliviarlo.
- Haga el favor de callarse mientras le miro porque me distrae y así no puedo explorarle.

Se quedó callado ante mi muestra de superioridad, pero mientras yo sostenía su verga entre mis dedos él movía ligeramente la pelvis.

- ¿Le duele aquí? – pregunté fingiendo una voz inocente.
- Mucho – contestó él sin dejar de mirarme.

Agarré su polla con firmeza pero suavemente, y comencé a pajearle despacio, lento, muy lento, tirando de la piel, dejando salir su prepucio. Dejé mi lengua fuera, la boca abierta, mi saliva se vertió sobre su glande. Lubriqué su polla. Él cerró los ojos y se dejó hacer. Sabía que deseaba que la metiera en mi boca pero no lo hice. Luego fui subiendo la intensidad de su paja. Fui más deprisa. Su polla más dura. Yo más deprisa, más, un poco más. Le noté cerdísimo. Un poco más. Mi mano iba tan deprisa que estuvo a punto de correrse. Me detuve.

Sabía que la situación le turbaba y me alegré de que me siguiera el juego. Sobre todo porque podía observar a cada momento lo febril que se estaba poniendo. No tenía ni idea de qué le iba a hacer, en realidad, ya le daba lo mismo.

Me separé un poco de él, me abrí el escote y dejé mis tetas al aire. Él no dejaba de mirarme. Comencé a tocarme las tetas de manera obscena, las cogía entre mis manos y las acercaba a mi boca dejando caer saliva sobre ellas, luego las embadurnaba y seguía sobándolas. Me senté en una silla que había dejado cerca, subí mi falda y coloqué una pierna más alta para que pudiera observar mi coño desde donde estaba. Estoy segura de que la visión de mis muslos aprisionados por los ligueros y  mi coño al aire le puso malísimo.

- Enfermera, enfermera
- ¿Sí?
- Voy a levantarme, quiero…
- ¡No, no, no, debe quedarse ahí, quietecito o tendré que llamar a seguridad! - le dije con voz condescendiente
- Está bien, no me moveré

Yo seguí tocándome descaradamente las tetas, la cintura, las caderas, el coño. Saqué el dildo más grande del botiquín y lo metí en mi agujero. Entraba y salía con facilidad, cadenciosamente, provocando en él un efecto hipnótico. Lo sacaba y metía lentamente mientras él observaba mis gestos, mi boca entreabierta, mis pezones duros, mi sexo acuoso. Volví a pararme.

Me acerqué de nuevo hasta él. Cuando toqué su piel me pareció que sufría escalofríos, pero no dijo nada. Me coloqué entre sus piernas y dispuse su polla entre mis tetas. Dejé que mi saliva cayera sobre su rabo, abría mi boca y escupía sobre ella, muy guarra, muy muy guarra. Él movía las caderas y su polla se deslizaba entre mis hermosas y húmedas tetas. Sacaba la lengua y se la ofrecía, más y más. Era todo un espectáculo el movimiento casi sincronizado entre su polla y mis tetas, arriba y abajo, expandiéndonos, carnales y viciosos. Volvía a sacar la lengua y rozaba su capullo con ella. Luego me incorporé un poco, le mamé hasta bien adentro y otra vez entre mis pechos; y así hasta que me pareció que podría correrse. De nuevo me contuve.

- Bien, ahora haga el favor de darse la vuelta.
- Bufff, estoy muy muy salido, venga siéntate aquí.
- Le he dicho que haga el favor de darse la vuelta, no quisiera tener que repetírselo.

Suspiró profundamente pero se dio la vuelta. Coloqué mis manos sobre su espalda y amasé su cuerpo mientras pegaba mi cuerpo al suyo. Me senté sobre su culo y hacía mover el mío al tiempo rozándome contra él. Soltó un gruñido de gusto y yo continué con mi trabajo. Le besé la espalda, le mordí los hombros, me revolvía sobre él con movimientos sinuosos notando como cada vez estaba más y más cerdo. Fui bajando despacito, beso a beso hasta su culo, le lamí las nalgas y profundicé hacia su ano, sus gemidos me estaban volviendo loca. Levanto el culo como una puta dispuesta para ser follada y yo le comí el culo con auténtica complacencia, agarré su polla y le pajee mientras tanto. Me puso frenética mantenerle en aquella postura entre humillante y suplicante, me puso totalmente fuera de mí, me pareció que entraba en otra dimensión donde solo cabía nuestra libídine y nosotros.

Entonces, de repente, él se dio la vuelta, se levantó, con cierta violencia me agarró por un brazo, puso una mano sobre mi espalda, me inclinó y me abrió las piernas.

- Déjate de juegos ya, no puedo más, voy a follarte, zorra.

Me sonreí. Y note su rabo ardiendo en mi coñito. Entró hasta el fondo de mí. Sin remilgos. Me folló sin parar, metiendo y sacando todo el largo de su polla, dándose el gusto. Me dio un azote y mi cuerpo se crispaba de lascivia. Me dio otro azote, me follaba y me azotaba. Entonces paró. Sus jadeos me ponían, si cabe, más frenética, más fuera de mí. Me acarició el culo. Me lo beso. Me lo comió. Sus labios fueron chorreando por mis nalgas hasta caer en mi ano. Sentí algo más allá de la lujuria, algo que hace que me contraiga por dentro como un trapo estrujado y vaya goteando mi vicio lenta pero certeramente, cada momento más intenso, cada instante más feroz, más rápido. Su lengua me empapó de placer. Lamía de mi coño como un gatito hambriento. Y sentí ese puterío agitándome por dentro, algo misterioso y sublime al mismo tiempo. Me lubricó bien el culo con cada beso, morreándose con mi oscuridad. Después metió un dedo en mi culo y se dedicó a mi coño.

Lo palpaba con la lengua en amplias lenguaradas, una y otra vez, me follaba con ella, metiéndola y sacándola de mi coñito como a golpes. Yo me sentía estremecer con cada gesto. Luego se dedicó a mi clítoris por entero mientras me penetraba con su dedo. Me corrí bañada en sus babas, tiritando con cada sacudida de mi orgasmo, mi culo se contraía alrededor de su dedo y gritaba su nombre sin poder evitarlo. Toda yo era un temblor.

Volvió a follarme. Metió su verga nuevamente en mi sexo, dando golpes contra mi culo, agarrándome por las caderas para ayudarse en sus embestidas.

- Vamos, zorra, haz que me corra ¿ves como me pones de loco, hostia?
- Sí, sí, vamos, dámelo, dame tu lechita, échamela toda donde más te guste que me muero por sentirla


Me puso tan cachonda oír sus embates contra mi culo que a punto estuve de volver a correrme. Siguió follandome hasta que le oí detrás de mí:

- Me voy a correr, me voy a correr…bufff

Y entre gruñidos dejó caer sobre mi culo su lefa traslúcida, templada, espesa. Adoré su cuerpo y sus ganas. Se dejó caer sobre mí, agotado y feliz, me besó el cuello y me apartó el pelo de la cara. Yo musité algo que no recuerdo. Vi uno de mis zapatos rojos tirados por el suelo y un poco más allá el botiquín con mis otros juguetes. Me sonreí.

- Creo que la próxima vez debería ser yo quien le ponga la inyección…



viernes, 25 de abril de 2014

SOY YO









Lo voy a contar hacia dentro. Para mí. Con esta voz mía que tienen mis susurros…



Hay un hueco entre mi carne y el deseo. Un espacio tan infinito como uno de tantos universos, como un agujero de gusano que me arañara la piel, profundizándome, haciéndome inmensa en sentido microscópico. Un agujero que se llena más y más cuando más ahondo, como cuando se cava en la arena de la playa y el agua es más agua y el mar es más mar y no cabe en el pozo más profundo de la playa más grande en el océano más insondable e inmenso …



Ellos vienen a por esa cosa viscosa y dulce, a por eso que soy y que no soy y que quizá puedo llegar a ser. Ellos vienen a por mí, sin mí, a por la carne, a por el aroma, a por las ganas, a por el coño… Y tampoco digo que esté mal. Es su deseo. Es su instinto. Y a mí me cuesta mucho renunciar a los instintos, o peor aún, renegar de ellos. Pero el caso es que ellos vienen sin saber por qué vienen. O quizá sí. Bueno creen estar seguros. Yo sí lo sé. Porque sí confío en esa cosa espesa y mórbida que son ellos, y que también soy yo, en ese misterio y esa revelación, es esa esencia que son y me sube y me baja como uno de aquellos vientos que perdí detrás de algún acantilado. Es lo que le pasa a mucha gente, que les faltan vientos… y terminan entrando en los demás a golpe de cuchillo. No son cuchillos pero duelen lo mismo.



Y puedo encontrarme en lo más raro para volver a perderme en lo más cotidiano, en esas pequeñas rutinas que hacen que un día vaya detrás de otro. Pero al final su boca me mastica retorciéndome de gusto y yo siento un placer distinto (aunque ya lo haya sentido muchas veces) cada vez en cada una de mis vértebras, y devuelvo ese placer porque no es mío, es de todo, es del aire que sostengo con cada gemido y cada gota de flujo que destilo con el gozo que se me entrega. Su polla me taladra, me divide, me parte en dos. (Me gusta la palabra polla, es la palabra más rotunda que tiene un hombre. Y me gustan los hombres y las mujeres rotundos. De una vez.) Y siento su fuerza y su estúpida arrogancia cabalgándome mientras repto por nubes de colores que su energía dispersa en ondas psicodélicas. Su semen, convertido en quintaesencia por alguna poderosa alquimia templa mi gozo y solo quiero ser las vibraciones que emanan desde dentro de mis gritos.

Soy yo. No necesito nada y lo quiero todo. Dispersarme en volutas de placer (incluso de dolor) para volver a reunirme en este océano de ganas…

Por eso sé que no importa no llegar a ninguna parte, no dirigirme hacia ningún lugar, solo importa lo que soy mientras estoy buscando, mientras estoy sintiendo, mientras estoy siendo, solo me importa sentir y poder cruzar este universo que soy yo.