lunes, 17 de noviembre de 2014

BAÑO




Es algo que sé hace mucho tiempo. Cuando hace frío solo hay una cosa que puedas hacer y es: pasar frío. Claro que esto no es del todo cierto. Se pueden buscar millones de maneras de evitar el frío. Todas son mentira. Y, en cambio, todas sirven. Con unas pasas menos frío, con otras es posible que te olvides de él y con otras, incluso, puede llegar a gustarte.

A veces me parece que mi yo interior esté totalmente conectado con el clima. Estos temporales que se suceden han causado destrozos por todas partes, pero lo peor es la sensación que dejan en la gente de estar todo extraviado, esta impresión de hallarse sin esperanza. Sí, lo peor de las tormentas son este frío y esta tiritona que dejan, removiéndonos y recordándonos que van a volver. Quizá por eso necesito ordenar, hacer limpieza, hallar la manera de recuperar, ya no lo que está perdido, pero sí la ilusión de poder empezar de nuevo.

Cuando perdemos algo en nuestras vidas que ha sido importante, aunque incluso lo odiemos, es una forma de quedarnos desnudos, a la intemperie. Y por eso es tan difícil no sentir ese extraño dolor. La frialdad duele como un cuchillo. Pero del mismo modo, sé que puedo aguantar el mal tiempo, que permanezco en pie, resistiendo, y soy fuerte, y tengo imaginación y tengo unas ganas de vivir inmensas.

Él sabe que no es mi mejor momento y se ha ofrecido a abrigarme. Lógico. No, no creo que haya muchos tíos que dijeran que no a mi invitación pero desde luego no hay muchos capaces de cumplir con mis expectativas en los días del frío. Los hombres tienen una capacidad innata para hacernos polvo cuando menos falta hace. No sé por qué. Seguramente ellos se encogen de hombros porque tampoco lo saben, incluso, es posible que no tengan ni puta idea de qué hablo.

Necesitaba mimos, el calor de una piel, de alguien arropándome, necesitaba calor sexual, actividad, distracción, necesitaba juego y risa, necesitaba agua y aceite, y alguien que pudiera entregarse un rato, solo un rato para llevarme a otro sitio, a otro estado, a otra actitud, a otra forma de sentir.

Le había comentado que hace tiempo tenía ganas de ir a un Hammam* que hay en Madrid por la zona de Atocha. No hay nada mejor para entrar en calor que un baño caliente. Eso lo saben en cualquier país civilizado. Pero me convenció para ir a un hotel en el centro que tenía sus propios baños.

Llegué después que él. Al abrir la puerta me sonrió y a continuación me abrazó. Adoro esa sonrisa abierta que me dice tanto, mitad de canalla y mitad de niño curioso, con sus hoyuelos y su picardía dando saltitos sobre el aire, capturando mi atención, logrando que me tiemblen las piernas. Hay hombres que pueden ganarte con su sonrisa. Otros pueden destruirte. Crují con él en ese abrazo. Es impresionante todo cuanto pueden decirte solo con apretarte fuerte y respirar contigo unos momentos. Hay brazos en los que me siento a salvo.

Me llevó de la mano hasta el fondo de la habitación y me dijo que ya había preparado el baño. Me quedé perpleja. Era la habitación más bonita que había visto nunca, estaba decorada en tonos rojos pero no agobiaba en absoluto, una cama enorme se apoyaba directamente en el suelo, cortinas y lienzos colgaban de aquí y allá, el suelo se encontraba tapizado de alfombras mullidas y tersas enmarcadas por cenefas, y había cojines por todas partes. Desde luego parecía una de esas estancias salidas de Las Mil y una Noches. En un rincón había un jacuzzi lo bastante grande para más de dos personas. No había luces directas, la habitación tan solo estaba iluminada por unas cuantas velas. Olía sutilmente a jazmines y me parecía que la belleza de la melodía de un ney* brotaba de algún lugar pero no podía asegurarlo. Si quien había decorado aquella alcoba tenía la intención de que nos sintiéramos acogidos por una cálida y placentera sensación de bienestar lo había conseguido.

Fui a decir algo pero él me tapó delicadamente los labios con un beso. Sus besos se esparcieron por mi cuello, por mi pecho, por mi vientre como la sal de la tierra, y a medida que besaba me iba desnudando. Nunca me parecieron más ágiles ni oportunas unas manos, grandes pero delicadas y hábiles. Me iba sacando prenda a prenda mientras me besaba, acercaba su nariz a mi piel, aspirando mi olor como una cría haría con su madre, reconociéndome y abrazándome, hundiéndome con él y por él en esa cuarta dimensión del deseo, en ese agujero donde me siento caer, en ese hoyo que cuanto más se llena más agua cabe y más pozo me hago y más me sumerjo de impudicia. Me besó las caderas y me mordió los muslos, su boca me hacía sentir capturada, y me pareció que solo pudiera liberarme a través de sus labios, de sus besos, de su lengua. En sus brazos desperté del frío y se abrieron las puertas a mis sentidos.

Mi respiración comenzó a entorpecerse y estoy segura de que podía sentir los latidos de mi corazón en el coño. Intentaba enroscarme contra él y alargaba las manos para alcanzar su rabo pero no me dejó. Así que no podía hacer otra cosa que dejarle hacer, observarle y mantenerme tan cachonda que comencé a sentir palpitaciones en las sienes y mi vientre se contraía al ritmo de estas.

Me sumergió en el agua y me bañó. Frotó todo mi cuerpo con una esponja muy suave. El jabón hacía espuma y pompas de jabón. Llenaba la esponja de agua caliente y luego la dejaba caer sobre mi piel. El agua estaba aromatizada con algún aceite perfumado. Su cuerpo emanaba calor y ganas, cada vez que se levantaba un poco su polla emergía vertical sobre el agua y yo la ansiaba moviendo mi boca hacia ella. Se colocó detrás de mí y yo me recosté sobre su pecho. Sentir la dureza de su polla casi en mi culo era una delicia-tortura más. Sus manos iban y venían por mi cuerpo, me acunaba, me decía cosas bonitas mientras introducía sus dedos en mi coño, o me rozaba o pellizcaba los labios, como si abrir los poros de mi cuerpo fuera algo que hacía como de pasada mientras me hablaba.

Me preguntaba si me gustaba la habitación, o qué tal había pasado el día, o si había llegado en taxi o me había traído alguien y alternaba estas preguntas inocentes con otras como cuando había sido la última vez que me habían follado el culo, si me daría morbo que me follara otro tío mientras él nos observaba o si me apetecería comerme un coñito jugoso y sonrosado, y, mientras, aprovechaba el momento en que yo contestaba para acariciarme el clítoris, pellizcar mis pezones o hurgar en mi culo. Yo cada vez estaba más fuera de mí, apenas si podía responder a lo que me preguntaba, movía las caderas y mi espalda se arqueaba contra su pecho sin querer. Me tocó a su antojo, me provocó, me ensució los oídos con todas las guarrerías que se le ocurrieron y me agarró fuerte contra él cuando empezó a notar los temblores de mi orgasmo. Yo me sacudía contra él y gemía como nunca. No hay nada en el mundo tan liberador como gemir y gritar cuando te estás corriendo bien a gusto.

Me volví y le bese la boca. Hay besos que deberían tener otro nombre, porque son algo parecido a ser uno. Cada vez que nos enfadáramos, o tuviéramos un frustración muy grande o un dolor muy hondo alguien debería besarnos así para ponernos en contacto con el mundo, con el universo. Quizá llegar a otro aunque sea por un breve instante sea lo más parecido a la felicidad.

Entonces comencé yo a enjabonarle a él. Es una gozada bañar a otro, tener su cuerpo a tu disposición, poder observar cada reacción de su cuerpo. Le embadurné de espuma y le frotaba o le daba masaje. Mis manos se hundían en sus músculos y le pasaba las tetas por la espalda o acercaba mi sexo para frotarme contra él. Le agarré la polla desde atrás y mi mano se deslizaba en su rabo maravillosamente gracias al agua. Le agarré de los huevos y los hacía girar en mis manos. Sus gemidos me estaban volviendo loca. Volví a pajearle, alternado movimientos firmes y rápidos con otros más lentos y amorosos. Sus caderas parecían cobrar vida propia y no dejaba de decir: “ohhh que bueno, mmmm, que bueno”

Me metí entre sus piernas y comencé a comerle la polla. Le dí lamidas largas por todo el tronco hasta el escroto y bajé un poco más hasta su culo. Sus gemidos me pervertían y me llenaban de vicio. Luego volví a su rabo. Lo necesitaba todo en mi boca, llenándomela, llegándome a la garganta, sintiéndome muy sucia y muy zorra. Él me agarró del pelo y me llevó aún más adentro. Mis ojos se clavaron en los suyos. No dejaba de mirarme fíjamente, con el rostro desencajado de placer, la boca abierta, reclinando levemente la cabeza hacia atrás de cuando en cuando. Volví a pelársela y alternaba los movimientos de mis manos con los de mis labios y mi lengua, hasta que llegó un punto que me agarró, me dio la vuelta y metió su polla en mi agujero de una vez.


Con una mano me acariciaba las tetas y el vientre, su pelvis iba y venía contra mi culo, respiraba tan fuerte que sus resuellos me hacían cosquillas en la espalda. Entonces sacó su polla de mi coño, agarró una de mis cachas y la apartó. Sentí su boca en mis nalgas, me parecía una animal vivo llenándome el culo de gozo, su lengua se retorcía y deslizaba en mi agujero y lo dilataba de placer. Mientras tanto jugaba con mi coño haciendo girar mi clítoris, metiéndome los dedos por el coño o por el culo, ablandando cada vez más y más mi ojete. Gemí cuando sentí su capullo tratando de entrar en mi culo, notando como me rascaba con su polla a cada avance, advirtiendo como mis paredes se ensanchaban a su paso como si fueran los caprichos de un dios. Despacio, despacio, despacio.

Alcé un poco la cabeza y me parecía estar envuelta de una bruma de color rojo; había un aroma especial en el ambiente, escuché el extraordinario eco de mis gemidos junto a los suyos mezclados con el ruido que hacíamos en el agua, su polla batiendo en mi culo, mi culo dilatándose de placer. Comenzó a ir un poco más deprisa, yo le pedía más y me decía que se iba a correr en mi culo. Más, más. Mis caderas se movían deprisa y le gritaba que más, que me iba a correr , que me iba a correr ya, y él me suplicaba que sí, que me corriera ya porque no podía más. Su polla me ardía en el culo espoleándome, llegando a un lugar de mí más mío que ninguno, llevándome a un placer tan grande y fecundo que me parecía estar multiplicándome de ganas y de gusto. Grité su nombre mientras me volví a correr, todo mi cuerpo temblaba y lo adoraba, él salió de mi culo y estampó su lefa contra mis nalgas, las embadurnó de gusto y vida, se restregó contra mí, me volvió a abrazar, me apretó con sus manos, con su suavidad, con su vehemencia, y yo sentí salir el frío de mi cuerpo como un espíritu maligno que me hubiera estado emponzoñando el alma de miedo.

Después salimos del baño y nos secamos, descansamos fuera del agua, hablamos de esto y de lo otro, volvimos a follar varias veces, nos dimos masaje, comimos fruta y bebimos vino, nos reímos, nos hicimos el amor, nos hicimos más amigos, más nosotros, volvimos a bañarnos y a abrazarnos y las horas fueron cayendo rápidas con esa violencia del tiempo. En esas horas recuperé el calor que tanta falta me hacía para recuperarme del frío y quizá para no olvidar que antes o después siempre hay algo, alguien que te devuelve el olor de los jazmines, y vuelves a sentir tu vida corriendo por tus venas, y regresas a la templanza e incluso a la alegría, alguien que te recuerda que ha de volver la primavera.






* Hammam: baños turcos.


* Ney: Flauta




domingo, 5 de octubre de 2014

AHORA






Sé que lo ves a través de mis ojos, según impacta tu retina en ese brillo turbado con el que te miro. Mi insaciable mirada, mi lengua de fuego y este animal que llevo dentro. Es todo deseo. Toda.

Es verdad, te estoy mirando pero no te veo, solo voy detrás de tus ganas. O delante de las mías. Millones de átomos están invadiendo nuestro espacio, millones de hormonas están haciendo su trabajo: volvernos locos. Y a mí me arrebata revolverme en ese caldo de lujuria que mantienes caliente para mí. Para cualquiera. Sentir como me golpea por dentro, como me dejo llevar por mi instinto, como me precipito hacia el tuyo.

Lo estoy sintiendo. Aquí y ahora. En la velocidad con que se constriñen mis pezones y mi coño se lubrica de magnífica substancia. En tu polla vertical sudando vicio. En el sonido de nuestros sexos cuando follamos, saltando sobre nuestro propio placer para encontrar algo nuevo, distinto. Lo siento así, flotando sobre nosotros mientras nos hincamos el uno en el otro. Dejándome caer en las vibraciones de mis gemidos, los mismos que me abandonan cuando llenas mi garganta con la rotundidad de tu falo. Repleta de ti. Vaciándonos y llenándonos en este recreo en el que jugamos a pertenecernos. Agotándonos y fortaleciéndonos en esta grandeza de gozarnos.

Tú lo sabes, en este momento hay algo tuyo que se hace mío. Y yo sé que hay algo mío que te pertenece. Solo ahora. Solo en ese mínimo instante del presente. Pero podemos sentirlo y, puede que en el fondo, solo sea ese minúsculo segundo lo que buscamos. En cualquier caso. Con cualquier persona.

Esa es la única puta verdad que tengo. Mi cuerpo abriéndose a un poder certero: otro cuerpo.

Aquí y ahora.

Venga. Ven. Perfórame. Hazme sentir mi cuerpo con tu fuerza, con tu celo continuo de macho, con tus absolutas ganas. Como un koan ideado para no poder descifrarse con ningún otro cuerpo que encuentre. Como un acertijo que se resuelve con cada uno que alcanzo. Házmelo sentir con tus ojos, con tus manos, con tu polla. Golpéame con tu pelvis, más fuerte, hasta que sienta dentro de mi coño toda tu lascivia, toda tu verga empujándome hacia el abismo, con la fuerza de tus espasmos y el ímpetu lascivo de tus cojones.

Venga. Ven. Hazme sentir que hay un momento único. Uno momento en que somos carne en movimiento acuciada por el ansia primitiva de la concupiscencia. Y devuélveme a la diáfana simplicidad de ser. Contigo.

martes, 26 de agosto de 2014

BLANCA


He salido a dar una vuelta por si corría algo de brisa, quizá con la esperanza de aclararme o de sentirme menos perdida. No ha habido suerte; parece que vuelve el calor. He podido oír el zumbido de los motores desde la M30 a pesar del entorno idílico del parque, eso me ha estropeado un poco la abstracción. He estado evocando momentos del viernes y el sábado. Es curioso como se mezcla todo en la vida para conformarnos o deshacernos, para satisfacernos o hacernos desdichados.

La felicidad es demasiado efímera para sentirla con claridad. No hay modo de demostrarla. Siempre hay algo o alguien que distrae tus sentidos para poder ser consciente plenamente de ella, así que solo puedes tener instantes, fogonazos, piel erizada, mínimas dosis de alegría o luz a las que has de volver en los momentos oscuros para recordarte que la vida es también eso y merece la pena ser vivida.

He cerrado los ojos y he podido sentir sus besos cayendo sobre mis labios como una lluvia inesperada de alegría. Ha sido un día espléndido. Hemos llegado al hotel y nos ha sorprendido la habitación. Parecíamos entrar en algún decorado futurista. Absolutamente blanca con formas acogedoramente sinuosas, una bañera enorme y curvilínea, con luces escondidas estratégicamente. Hemos escudriñado el espacio, tan sideral y luminosamente. inmaculado He pensado que era el lugar perfecto para amarnos. Tan distintos, tan insólitos, tan alienígenas.

Todavía no he podido evaluar si sus besos me enternecen o encerdecen. Sí, ya sé que suena contradictorio y poco romántico, pero es la verdad. Comienza a besarme y me siento caer al vacío, a una especie de gran lago, húmedo, viscoso e inmenso de impudicia. Es lo que más me gusta que haga. Es lo que más loca me vuelve. Es una paradoja sexual. Para mí lo es. Es cierto que los besos siempre me han puesto muy loca, pero con él esa forma de ponerme cachonda se eleva a la enésima potencia. No quiero juegos, ni carantoñas, quiero que me folle en plan fó-lla-me. Punto.

En cuanto estamos juntos no hacemos otra cosa. Follar y follar en la medida que podemos, en la medida del tiempo del que disponemos o las energías de nuestros organismos. Porque es lo que nos pide el cuerpo. Nada de tríos, ni exhibicionismos, ni retruécanos. Follar. Así de simple. Nuestra lujuria es sencilla y vasta. Follar.

Siento escalofríos cuando invoco a sus dedos retorciéndome los pezones, mi cuerpo tiembla cuando vuelvo a sentir sus manos colocándome a cuatro patas, o el calor de sus cojones sobre mi vulva, o su sudor cayendo sobre mi espalda, mi cabeza parece dar vueltas y vueltas en torno a su polla clavándose con frenesí en mi coño, haciéndome tiritar de gusto, llevándome a algún sitio que debe ser la felicidad, porque no hay tiempo, ni dolor y sobre todo, no hay miedo. Solo él y yo, follando, amándonos, hablando el único lenguaje que nos hace únicos.

Evoco su voz cuando se corre, sus caderas enloquecen y libera un sonido ronco y definitivo que se clava en algún lugar en el centro de mi cabeza, detrás de los ojos y me hace sentir animal y mujer. La única mujer. Entonces todo desaparece salvo las sensaciones de mi cuerpo mezcladas con el suyo, es la magia de ser una mujer y un hombre acoplados. Su polla todavía palpita y chorrea sobre mi coño su lefa templada y densa. Y sé que es uno de esos instantes que debo guardar para cuando venga la salvaje e implacable pesadumbre de los días, y tenga que sobrevivir a ellos.

¿Y tú, eres feliz?