martes, 4 de septiembre de 2018

LA ESENCIA



Me gustaría decir que he vuelto tanto como poder decir alguna vez: “estoy viva”. Cuanto más pienso sobre ello, y sobre cualquier cosa, más convencida estoy de que no tengo convicción alguna sobre ninguna cosa.
Es verdad que el sexo, como la música, como la comida, como los ríos salvajes o las olas gigantes tienen un efecto en mí alentador. Cuando el verde de las hojas traspasan mis pupilas y puedo oler su color, es entonces, cuando sé que sí, que hay una vida en mí. El resto del tiempo vivo, como casi todo el mundo, acunada en los aburridos brazos de la rutina. En piloto automático. En la nada.
Incluso muchas veces lo que quiero es morir, desaparecer o, al menos, dejar de sentir cosas sobre las que no tengo ninguna injerencia.

Creo que me quejo demasiado para la vida de puta madre que me ha tocado vivir. Creo que he tenido la suerte de vivir en una parte del mundo en el que para ser mujer puedo decidir bastantes cosas. Pocas. Pero muchas más que la mayoría de las mujeres del resto del planeta.
Aún con todo, creo que las cotas de libertad de la mayor parte de los seres humanos se reduce a poder elegir entre plátano o piña, y poco más. Sinceramente creo que la mente humana no está conformada de manera que podamos decidir absolutamente nada, así, en serio. Más bien vamos dando saltos o tumbos de decisión en decisión, inducidos por los caprichos de una mente para la cual, lo único que prima es la supervivencia. A tu cerebro se la sudas. Le da igual que te guste Bach, que quieras estudiar medicina molecular o que quieras ser tan rico como Amancio. Pero te obliga a tomar decisiones sobre las que es posible que discreparas si te hubieras dado cuenta de que no las has tomado tú.

Y, en cambio, hay en todo esto una ilusión maravillosa. O, al menos, un delirio que nos hace sentir maravillosamente bien. Hay un ente, algo, alguien escondido en la profundidad de nuestro organismo que mete la mano en el fango, bien hondo, y remueve el lodo de lo que somos para sacar limpiamente nuestra esencia. Algo a través de la tierra, del golpe de un trueno, del zaca zaca de nuestras caderas, de esa baba que gotea desde alguna caricia, algún ser.
Sí, el sexo, me hace sentir bien. Y hay muy pocas cosas que me hagan sentir así: limpia, animal, yo, mía. (Sí ya sé que todo esto también es provocado por mi cerebro, pero me mola)

Desde que empecé a escribir el blog de “Puta Inocencia”, creo que sobre el año 2008 y que luego cambié a este, “Los cuentos de la chica mala”, he observado un retroceso. Un cambio. No sé si soy la única.
Yo creía que con la llegada de Internet y el boom de los blogs, de la información en general, se normalizarían algunas cosas. Puta Inocencia.
En cambio, he observado que en lugar de eso, se está distorsionando la visión de lo que es el sexo. Y para mí la visión es que no hay visión. No hay una forma correcta de follar. No tienes que follar como el todo el mundo. Ni siquiera “tienes” que follar.

Para mí lo bello del sexo, es esa libertad para poder elegir plátano o piña. Sin eso, se transforma en algo banal, feo, normal.
Acudir al porno es casi como ir a misa. Sí. Ya sé que suena perverso. Pero es que yo tengo esa sensación. No hay nada de creativo en ello. Si el porno alguna vez ha sido arte, que no lo sé, aunque yo sí se lo suponía, se ha convertido en una mecánica tediosa que oculta el SEXO.
Por otro lado cada vez observo que la gente es más retrógrada, que cada vez más personas se echan las manos a la cabeza por ver el pecho de una mujer o su vagina o un pene o, incluso, una actitud (que casi es peor). Si la desnudez de las personas te aterra más que toda la bazofia espíritu-capitalista que te venden cada día sin llegar a buscar jamás tu propia sexualidad, tu esencia...me das mucho miedo.

Por eso me debato entre seguir escribiendo mis relatos en este blog, o en otro, o destruirlo.

Solo quería comentar estas reflexiones. Seguramente migre el blog a Wordpress. Si es que he vuelto, que aún no lo sé, seguiré escribiendo allí... Ya veremos si no me lo cargo todo. Destruir también tiene un efecto alentador en mí. ¿Y en ti?


lunes, 23 de abril de 2018

EL BUS

Photo by Jed Villejo on Unsplash

Estoy mortalmente aburrida. Odio los putos lunes. Odio las aceras mojadas y ese siseo silencioso de los transeúntes arrastrando sus pies hacia el trabajo. Detesto el traqueteo del autobús y las ojeras de las chicas que conversan cansinamente hacia la escuela de Magisterio. Me aterra la perspectiva de toda una semana nueva para hacer de todo menos lo que más me gusta: perder el tiempo.

Creo que estamos hechos de cosas pequeñas y periódicas. O ,en todo caso, todas esas cosas diminutas crecen y se extienden en algún lugar inexacto e intangible de nosotros hasta, realmente conformarnos, hacernos. Últimamente hago mucha vida en los autobuses. En los autobuses puedes pensar, hacer planes, observar y sentir, puedes leer, repasar apuntes, tomar notas para escribir esto o lo otro, incluso puedes llorar. Es de los pocos sitios donde puedes llorar a moco tendido sin que nadie te pregunte qué te pasa o te insista en que no lo hagas. A mí me gusta mucho llorar cuando está a punto de amanecer. El bus sube hacia mi destino, renqueando, quejicoso y adormilado. Y lloro despacito, sin melodramas ni dramatizaciones, solo dejo que todo lo que me perturba me afecte hasta el punto de conmoverme lo bastante como para ponerme a llorar… entonces lloro mi silencio y esas penas pequeñas o grandes que todos tenemos por dentro y nos van horadando despacito en forma de acomodada rutina.

Es curioso como los viajeros nos acompañamos en nuestras inercias. Siempre sube la misma gente, a la misma hora, casi siempre ocupan los mismos asientos y se acomodan de la misma manera. El chaval con los cascos a todo volumen que se sienta atrás del todo con la intención, supongo, de no ser molestado para ir dormitando casi todo el recorrido, el grupo de niñas que estudian Magisterio junto al Seminario, cuyas risas parecen nubes de estorninos y cuyo olor debe llegar hasta los seminaristas en forma de brea pegajosa y volcánica, la parejita de raperos que se van haciendo caricias y dándose besos pequeñitos todo el trayecto o yo misma apostada junto a la ventana observando este micromundo del autobús con la misma curiosidad que un científico se acercaría a su microscopio.

Pero esa forma que tiene la gente de ajustarse a sus costumbres termina haciéndose aburrida, consonante, mecánica y pareciéndose jodidamente a los Lunes.

La única cosa que alivia esta pesadez, esta inercia expelida como una náusea desde el domingo, este mareo constante que gravita bajo mis pies, advirtiéndome que puedo hacer lo que quiero, es él. El macizorro con el libro en mano, con su perpetua lectura y esas manos que le sospecho fuertes y aparentemente tan suaves. Mirándome con ese gesto serio y esas ojeaditas furtivas a mi escote por encima de su interminable libro, le he visto leyendo autores tan variopintos como Stieg Larsson, Auster, Murakami y algunos otros. Empezó a fascinarme cuando le pillé leyendo a Dostoievski, creo que eran Los demonios pero no estoy muy segura, aunque ahora está con El señor de los anillos y con eso ha perdido algunos puntos (aunque no llego al extremo de una amiga que dejó de salir con un buenorro solo porque le pilló leyendo a Dan Brown). Sí ya sé que hay gente que le encanta la épica de Tolkien y la mágica elaboración de toda su mitología, a mí me produce el mismo mareo que los Lunes.

El caso es que esté sentada donde esté, le observo a hurtadillas y espero, aguardo el momento en que él levanta la vista por encima de Frodo y Gandalf y me mira y ambos apartamos la mirada para volver a reunirla en un espacio indefinido entre su campo visual y el mío, al mismo tiempo, como si fuera cosa de la casualidad que nos mirásemos. Y en esa milésima de segundo imagino todo tipo de experiencias con él, obscenidades que anhelo infinitamente que salten por encima del brillo de mis ojos, suspiro secretamente porque él se haga consciente de mi deseo e imagine el modo en que se acumula entre mis pliegues y mi carne, aprieto los muslos y empiezo a sudar y, entonces, todo se detiene.

Le imagino desabotonando despacio mi blusa mientras me mira a los ojos susurrándome sobre los labios: - Shhhhh, no te muevas. Cesan las risas de las niñas de Magisterio, se para el ipod del chaval que se queda siempre dormido y hasta el motor parece atrancarse. Me tiemblan las piernas al tiempo que él me besa suavecito, y abre un botón, y me vuelve a besar, y abre otro botón y va bajando son sus besos por mi cuello llenándolo de labios y saliva e infectándome con sus ganas y su exceso todo el cuerpo. Después tira de la correa de mi pantalón, sacándolo de un solo gesto, yo también se los saco a él y se roza contra mí y siento su piel cálida y salpicada por el deseo. Me ata con el cinturón a una de las barras del bus, mientras el mundo entero se halla pétreo y estático, mientras el aire se cuaja en mi garganta y mi sangre parece volverse de mercurio. Entonces pasa sus palmas abiertas dócilmente por todo mi cuerpo, apenas si me toca, pero puedo sentir el calor seco de sus manos descendiendo por mis caderas, sus dedos sedientos de mí palpando mis pezones, el tacto de sus huellas recorriendo mi cintura, acercándose a mi sexo. Mi cuerpo responde a su propósito, se arquea ante su presencia, se dobla y se retuerce ante él, como si manejara unos hilos desde arriba. Es extraño como el deseo nos hace perder la compostura, ya no hablo de educación ni de buenas maneras, si no de la percepción del mundo, de cómo un cuerpo puede volverse otra cosa distinta a lo que es con intenciones que no son propias ni de nadie, quizá de algo que puede hacerse a partir de dos personas, pero que no eres tú ni él, solo ese algo suspendido a partir de “nosotros”. Y lo siento mordiéndome las piernas, ascendiendo por mis vértebras, afilando mis contornos, enganchándose a mi vientre, y cuanto más crece, más quiero, y cuánto más quiero más y más crece, mi pelvis se mueve sola adelantando mi sexo como si lo hubieran rellenado con un alien frenético y libidinoso, doblando mi talle hacia él, hacia sus manos. Y a dos escasos milímetros de mí siento el alma de sus dedos y el aura de su calor casi tocándome la piel. Se sonríe. Se sonríe con esa sonrisa de cabrón con la que me lleva mirando desde septiembre. Y en ese preciso instante lo deseo más que nunca. Y comprendo que me ata porque si no me precipitaría sobre él como una alimaña en busca de su almuerzo y todo lo que soñamos en ese instante en que nos miramos se acabaría en ese momento.

Entonces atada a la barra de arriba, me agarra por las caderas, me coge el culo, aprieta mis nalgas, las abre, y pasa su polla por mi coño despacito, haciéndome sufrir la dulzura de su rabo, hiriéndome de ganas, haciéndome consciente de su dureza y su impudicia, y abre mis labios con su rabo para acariciar esas porciones de mí desatendidas por apetitos más vigorosos o apremiantes o quizá solo más negligentes, e impregna su prepucio con la humedad de mis urgencias mientras me oye gemir con la voz rota: “ohhhh, fóllame, fóllame por lo que más quieras, quiero sentirte por dentro” Pero me mantiene así un rato largo. Me mantiene excitada lamiendo mi cuerpo o besando mis rincones o rozando su polla contra mi coño para que yo pueda distinguir ese momento preciso del “nopuedomás”, porque así me sabe suya y a su capricho, porque le gusta observar mi placer y mi cara de gusto y el modo en que se quiebran mis palabras entre agónicas bocanadas de oxígeno.

Entonces atada a la barra de arriba me clava contra él, contra su polla enhiesta y lustrosa. Me atraviesa, me parte, me enfunda y siento su poder. El poder de un hombre, de todos, dentro de mí, hablándome desde dentro, susurrándome todos sus secretos, llenándome de vida y de sueños, inflándome de fantasías y de vicio. Lo siento ascender desde lo más hondo de mí, desde lo más insondable e incierto, lentamente, como un topo se dispondría en su escondrijo, como el mundo mismo se acomodaría para rehacerse después de haberse partido. Y lo hace. Nace en mí. Me llena de luz y de magia, de todo lo que soy y lo que quiero ser. Siento su placer brotándome desde dentro, siento mi coño agarrándolo para dotarle de más gozo y mi cuerpo como un instrumento perfecto para ese placer suyo, como si desde el principio de los tiempos se hubiera preparado este momento y todo fuese, sencillamente, como debe ser. Así lo siento, ascendiendo más y más. Su polla acoplada a mí descargándose de fluidos y elixires, de gozo, de dicha. Mi coño articulándose en él, hasta que algo inmenso revienta, como un estallido que me alcanzara desde dentro, desde él y puedo sentir su caricia vibrando conmigo, haciéndome, restaurándome en ese movimiento de carne y ansia y placer, hasta que va disolviéndose lentamente…hasta que soy capaz de observar como se disgrega y se detiene, sosteniéndome en un mínimo parpadeo mientras nos miramos y el mundo sigue detenido en ese autobús, y las niñas de Magisterio pierden su clase de “Sociología de la Educación” y se oye al final del autobús los resuellos del chico de los cascos y el mundo se ha hecho Lunes y hombre y mis muslos aprietan contra sí el maravilloso tacto humectante de mis bragas.


lunes, 6 de febrero de 2017

TORMENTA PERFECTA








Dijeron que la flota quedaría amarrada, que había que atar todo lo que pudiera volar, que llegaría a una velocidad de ciento sesenta kilómetros por hora, que se trataba de una ciclogénesis explosiva, la hostia, la tormenta perfecta.

Dicen que el peligro es una espita del deseo, que toda esa adrenalina que produce el miedo hace que uno pueda enloquecer de impudicia y lujuria… No lo sé, solo sé que el viento empezó a golpear los cristales como nunca, que arrastró agua y barro y peces muertos, que parecía que iba a levantar la casa sobre un cuerno de infinito poder, que ahí afuera alguien soplaba una trompeta como si fuera el mismísimo diablo y que parecía que llegaría el puto Apocalipsis de un momento a otro.

Creo que por eso ambos nos buscamos por la casa, sin mediar palabra, como si nuestros cuerpos supieran de antemano qué había que hacer. Nos arrancamos la ropa y comenzamos una cópula frenética y desesperada. Medios desnudos nos besamos, veloces y violentos, absortos y perversos, apresando nuestra carne con desesperación, sin tiempo para sensualidades ni preliminares.

Yo sentía mi piel como un artefacto capaz de captar esa energía que flota en el aire antes de un desastre, esa tensión, esa masa crujiendo en silencio, esa electricidad agónica doblándose sobre sí misma. Yo sentía mi cuerpo a través del suyo en una disociación mutua, en un combate cuerpo a cuerpo. Mezclando nuestras lenguas, enlazadas en piruetas dignas del mejor contorsionista, tratando de alcanzar la médula de esa masa informe que elaborábamos con nuestra actividad. No se si el deseo tiene un epicentro, pero en ese momento era algo que había dentro de él, y lo quería, quería hacerlo mío, para comérmelo, para devorarlo o desmontarlo o destrozarlo, para morderlo con mi boca o apretarlo entre los profundos pliegues de mi coño. En ese momento era algo que yo poseía y protegía a toda costa de sus labios, de sus dedos, de esa polla furibunda que me asediaba como un ariete contra una puerta…

El cuerpo de un hombre me parece lleno de secretos que solo yo descifro, a pesar de todo lo que digan o lo que pueda parecer, a pesar de su supuesto sexo matemático y factible, a pesar de esa prodigalidad con que un hombre entrega su cuerpo y su placer, siempre, siempre me parece estar descubriendo algo recóndito y oculto, algo velado y más complicado de lo que apenas se observa en esa ruta a la evidencia. La punta del iceberg, la clave de una paradoja, es como esconder algo a la vista de todos, jamás hallarás algo tan bien escondido. Igual me complico demasiado, pero me encantan mis laberintos, ese salto mortal con doble tirabuzón… sobre todo cuando le oigo gritar de gusto, o veo su verga inflada por el vicio, cuando siento que ese placer me pertenece, cuando le hago mío, o le descubro vibrando de gozo con ese misterio que soy yo…

Pero no desee su placer ni el mío. Fue otra cosa. Una energía cósmica que nos llevaba a follarnos como bestias, transportados por un impulso oculto, fantásticamente poderoso. Sentí el influjo de mi animalidad, lamí avariciosamente los labios de su lujuria, su polla era un triunfo en mi boca que resbalaba de babas y obscenidad, supuraba burbujas preseminales que alimentaban animosamente mi lascivia, mi furor, mi hambre y toda su hambre, su furor y su lascivia escurrían desde su polla a mi saliva ahogándome en una maravillosa simbiosis libertina.

Su lengua me parecía un dragón adentrándose en mi raja, retorciéndome en cálidos temblores, soplando desde dentro de mis venas, haciendo saltar chispas en las grietas de mis neuronas. Sentí sus dedos apresándome los muslos y el ansia de su boca pegando lengüetazos en mi coño, como una fiera sicalíptica y ávida de las secreciones de mi sexo. Ambos enloquecidos por el forcejeo indiscutible del delirio, ambos enroscados como serpientes en nuestro particular Muladhara.

Me babeó, me mordió, me hurgó, me usó y me traspasó de sexo y fuerza y macho y yo adoré ser una mujer vencida a su placer, y me clavé en él y le chupé, y le escarbé y me gocé en él como si fuera el último de mis días.

Me dio la vuelta, me puso a cuatro patas y me folló sobre la alfombra roja, su polla me traspasaba y yo casi deseaba una herida, un dolor, como si de ese modo pudiera penetrar en lo insondable, en toda aquella masa informe de desenfreno. Sentí su rabo atravesándome el coño y mi agujero adaptándose a su polla mientras un latigazo suculento subía desde mi culo a mi columna, sentí la robustez de sus manos hundiendo mis lumbares y no alcanzo a comprender como mi espalda pudo soportar todo el peso de ese gorila follándome, con toda la energía de sus cojones, sin quebrarme. Sus gritos inundaron mi cabeza, jamás le había oído correrse de ese modo, aspirando cada suspiro en una maraña de voz y aire, sus dedos trataban inútilmente de agarrarse a mí en medio de aquel paroxismo, sus huevos chocaban furiosamente en mi culo, zas, zas, zas, pude sentir cada una de sus convulsiones encharcándome con su semen orgánico.

Y, entonces, un trueno estalló en mi cabeza disgregándome en átomos de luz, y placer y hombre, vientos rugiendo dentro de mí, todo el ardor de mi femineidad, toda la bravura de la tormenta estallando en mi coño en moléculas de color y gozo, rezumando por mis muslos, alcanzando los cristales de las ventanas en forma de gotitas de aliento y rocío, las paredes reteniendo mis gemidos,  y mi cuerpo goteando sudor y flujo y esperma…


viernes, 30 de septiembre de 2016

LUZ

Photo by Parker Johnson on Unsplash

Me gusta callejear, caminar sin ningún destino, sentir este sol tibio sobre mi piel y descubrir este olor a ciudad en mi ropa. Este olor a mí y a todo mezclándose todo el tiempo, por todas partes, por toda la ciudad.

Te espero en la plaza donde hemos quedado. Doy vueltas deseando que pase algo, me encanta espiar a la gente, imaginar como son, cómo serán sus vidas, suponer a dónde van, que harán, con quien irán a encontrarse, fantasear sobre cómo les gusta follar…

Una chica morena cruza la plaza mientras sus tacones repiquetean con ese tic-tac característico. Miro el reloj. Es preciosa. Parece que todo el mundo se haya detenido a mirarla. Todo lo que existe en la plaza parece flotar alrededor de ese culo que se mueve como si tuviera vida propia, todo lo demás parece estático e insubstancial mientras ella pasa. Tiene la mirada triste. Yo juraría que ha estado llorando. Creo que a ella le gusta follar en silencio mientras cierra los ojos, alguien la acaricia con la yema de los dedos y le hace sentirse viva sobre el charol de sus tacones. ¿Quien sabe? Pasa junto a mí y la sonrío…


Un rayo de luz impacta sobre una esquina de mis gafas de sol alcanzando mis ojos, vuelvo la cabeza, siento a alguien detrás de mí pero el sol me ha deslumbrado y no consigo ver nada. Huele a ti. Estás echando tu aliento sobre mi cuello.

- Hola, nooo, no te giressss

Y dejas caer esa “ese” sobre mi columna vertebral propagando el deseo por todo mi cuerpo desde tu boca. No lo sabes aún pero gracias a ese gesto siento una pequeña gota de mí deslizándose hacia mis braguitas, baña levemente mi raja, me hace cosquillas, me emputece. Pero no me giro. Te pegas a mi espalda y bajas una mano por mi costado hasta llegar a la cadera. Ahí haces ademán de llevarla hacia mi pelvis pero te detienes y vuelve hacia atrás, bajas la mano y me pellizcas el culo. Cierro los ojos. Trago saliva. Siento mis ganas recorriéndome, me muero porque me folles.

- No te gires aún…
- Pero es que quiero besarte
- No, aún no.

Entonces inclinas tu cabeza, arrastras suavemente mi blusa y me das un beso en el hombro, otro entre ese espacio entre el hombro y el cuello, me muerdes el cuello. Me estalla un escalofrío en la nuca. Llevo mi mano hacia atrás tratando de buscarte. Noto tu polla dura rozándome el culo. Me enciendo.


Estamos bajo los soportales de la plaza magreándonos como dos críos que no tuvieran donde tocarse. Como cerdos. Como te gusta. Mientras, me acerco a tu polla tiesa y tú me tocas el culo. Me balanceo hacia ti. Te rozas en mí…

- ¿Nos vamos?


Me voy contigo. Me besas todo el tiempo, mientras rayos de luz penetran en mi pelo. Relumbra. El aire se vuelve como tú, tu olor me marea, siento la arena de tu barba raspándome el cuello. Subimos precipitadamente a la habitación. Me besas, me besas. Tus dedos aprietan mis tetas y estrujan levemente mis pezones, irguiéndolos. Juegas con ellos, a pellizcarlos y a hacerlos saltar como si los hubieras adiestrado. Los besas, los lames, te comes mis tetas abarcando mi pecho con toda tu boca, la punta de tu lengua roza mis pezones y casi puedo sentir el recorrido de mis nervios saltando por mi cuerpo. Brillas. Te reclinas sobre mi cuerpo y desciendes habilidosamente sobre él. Me besas una y otra vez mientras se empapa mi coño de deseo, mientras se infla de carne y sangre, la vida me palpita de ti y un aire pequeñito que proviene de tus labios acaricia mis ingles.

Susurro muy suave: - Te deseo, te deseo… y mi boca exhala mis palabras como si fueran vapor de agua que acaba rociando tus labios. Adoro tus besos en mi coño, adoro el modo en que te esmeras en mi placer, el hambre de gozo, del mío, y la forma en que me vas arrancando mi placer como un esforzado guerrero le arrancaría su espíritu al enemigo. Y cada vez que te miro, brillas.


Sé lo que quieres. Y sé cómo lo quiero. Te recuesto en el suelo. Te beso los labios, están húmedos y frescos, igual que la piel de las fresas por dentro al morderlas. Te beso el cuello. Pellizco tus pezones. Los beso, los lamo. Me detengo. Noto estremecerse a mi coño. Noto como mi clítoris tiembla ligeramente… Encendido. Te beso, te beso todo: el cuello, las manos, te chupo los dedos. Me encanta chuparte los dedos como si te follara con mi boca, me gusta sentirlos jugando con mi lengua, moverla alrededor de ellas, sentir como se llena de saliva mi boca y tu dedo y todo mi organismo parece llenarse de algo húmedo y salivoso.


Me acerco a ti, te beso la boca, el pecho, el vientre, hundo mi nariz en tu olor, te beso la polla, dura, encendida, lustrosa, te lamo los huevos, te unto los muslos. Mi boca no puede dejar de devorarte. Subo, bajo, me revuelco. Tus dedos exploran, investigan, buscan, indagan…descubren. Mi agujero palpita en tu dedo. Me acaricia. Te beso el ombligo. Tu polla roza ahora mis tetas que se tienden generosas hacia ti. Mis pezones te hacen cosquillas en el pecho. Me besas, me besas. Saco la lengua y te la ofrezco. Quiero tu polla. Te deseo. Lamo tu polla. Te deseo tanto que tengo ganas de gritar. Lamo tu capullo y mi lengua se embriaga en él, plácida y lánguida, chupo y relamo hasta que siento oír crujir mis vértebras. Te agarro la polla, te miro, te pajeo. Quiero oírte. Quiero oír tu polla empapada al subir y bajar en mi mano, quiero ese sonido único chapoteando en mi mano, quiero oír cuánto te cuesta respirar cuando te machaco así la polla, oír cómo gozas, lamo tu agujero, saboreo tus gotas, deslizo mi lengua por todo el tronco de tu polla. Me emputezco tanto que estoy a punto de correrme. Respiro. La muerdo levemente. Te sigo pajeando (pero ¿por qué me pondrá esto tan puta?) mientras siento en mi mano la rigidez de tu rabo. Tu polla arde. Mi coño arde. Jadeas. Jadeo. Así te quiero, jodidamente duro, salido, perro.


Asciendo y me siento en tu cara. Gimo sobre ti mientras mis caderas se mecen sobre tus labios. Tu lengua deja un rastro de placer sobre mi sexo, se balancea sobre los labios de mi coño, se para en el clítoris, lo bañas de ti y lo siento húmedo y febril, tu lengua continúa entregada a su actividad, como si ella sola supiera exactamente donde se encuentra el secreto de todos mis placeres, como si tuvieras una pericia esencial para encontrar el punto exacto, la presión adecuada, la caricia preciosa, única, que mi coño y mi alma necesitan. Es tu entrega, tu paciencia, la generosidad con que irradias tu luz sobre mí. Tu lengua se posa sobre mi clítoris y presionas levemente sobre él dando golpecitos. Rítmico, sin parar, observando mis reacciones, mojándome, ahondando en cada gesto. Más deprisa, más lento, más presión, menos. Mojándote. El cariño que me dedicas en cada lamida me lleva rápidamente hacia el orgasmo. Siento mi corazón descargándose sobre mis venas, mis piernas convulsionan sobre ti. Reviento. Me corro. Me corro sacudiéndome sobre tu cara, mojándote el rostro de mis fluidos, empapándote de mi gozo, apretando mis muslos en torno a tu cabeza, expulsando mis demonios, oyendo cantar a los ángeles. Me tumbo sobre ti. Agradecida, orgasmada, caliente, trémula. Me acurruco sobre tu piel. Suspiras.

- Eres divina




Nos hacemos un ovillo. Tu boca no para de besarme. Tus labios no paran de buscarme. Todo el tiempo. Me giro. Levanto una pierna y acaricio tu muslo con mi muslo. Tu polla acaricia mi coño jadeante. Tus dedos me abren levemente el culo para dejar mi coño expuesto, levanto las caderas, me la clavo suavemente. Oscilo. La clavo un poco más, te adelantas, me penetras. No sabes que dulce es sentirte tan caliente, tan duro, tan clavado en mí. No sabes hasta donde puedo sentirte, hasta donde me haces sentir. Siento tu puto ser dentro de mí latiendo conmigo, golpeándome por dentro, llenándome de vida. Me empujas. Más, más, más. Todo mi cuerpo se mueve al ritmo de tu polla, mi cabeza se menea, mis tetas oscilan al compás que vas marcando, mis caderas suben y bajan contigo mientras te hincas en mi coño una y otra vez. Te siento balancearte dentro de mi coño, nuestros sexos chocan insaciables, te siento haciéndome perder la cabeza, al ritmo de esa música que siento por dentro, en mi cabeza, al ritmo de mis gemidos, de tu sexo, de tu fuerza, de tu hambre…

No puedo evitarlo me arrebato, me precipito, me fortalezco. Me levanto.

Te doy la vuelta y me hundo sobre ti como una amazona enloquecida. Una fuerza poderosa me posee. Me miras hipnotizado. Me agarras las tetas. Me agarras las caderas mientras te gozo violenta, frenética, ardiente, loca. Te follo en cuclillas inclinada sobre ti y mis tetas brincan frete a tu boca. Sacas la lengua libidinoso tratando de alcanzarlas y yo te follo enfurecida, cada vez más deprisa, sin perder el ritmo, cada vez más rápido, más fuerte, más dentro, más, más, quiero más.

Entonces me paro. Un momento, solo un momento, unos segundos. Me miras extrañado pero no dices nada, solo jadeas. Me gusta oír cómo respiras, cómo te cuesta respirar. Saco tu rabo, me acaricio el coño con tu polla. La siento deslizarse entre mis labios. Siento cada palpitación de mi clítoris. La vuelvo a hundir en mi agujero, la siento dentro, profunda, mía, mía…


Reanudo mi marcha. Me mezo sobre ti despacio. Te sonríes. Me columpio sobre tu polla y al tiempo tenso mi vagina para acariciar tu polla por dentro. Me muevo hacia delante y me contraigo, me muevo hacia detrás y me extiendo, una vez, otra y otra. Más veces. Muchas más veces... Te cabalgo. Enloquezco sobre ti. A galope, a galope… Siento tu polla dentro de mí y el roce de tu pelvis sobre mi clítoris, con cada ida, con cada venida, te siento profundo, te siento dulce, me siento grande, me siento abundante.



Algo estalla en mi cabeza. Eres tú. Te oigo crepitar de gusto, tus manos agarran mis manos y se mueven contigo en tu temblor. Puedo sentir tu ímpetu atravesándome mientras tu orgasmo electriza tu columna. Es tan hermoso contemplarte en ese momento. Todo tú resplandeces de gusto, tus gemidos pareces chispas de colores que floten sobre nuestros cuerpos y soy capaz de absorber la energía que propagas desde tu sexo. Es solo un momento, como la felicidad.

Eres luz.