lunes, 17 de septiembre de 2018

ESA NOCHE

Amy Elting


Ni siquiera me dio tiempo a arreglarme. Llegué cansada del viaje y sin ganas de nada, pero le había prometido a P. que quedaríamos. Apenas si me dio tiempo para una ducha rápida, echarme algo de rimel y pintarme los labios. Agarré el bolso y mi chupa de cuero y salí corriendo.


P. me esperaba en un café en Madrid. Traía un pedo ya de antología, venía de una cena prenavideña de esas. Llevaba el pelo suelto y alborotado y restos de maquillaje en la blusa pero estaba graciosísima. Me dio un abrazo, me llenó la cara de besos y nos pedimos unas birras.

Nos perdimos por Madrid. Bares. Humo. Risas. P. se liaba un porro detrás de otro. Yo no fumo. Cada vez que me fastidia dejar algo pienso en el tabaco. Y me sonrío. Joder cómo me sonrío. En un garito conocimos a unos tíos. Sí, nos perdimos en Madrid.

No suelo enrollarme con nadie en bares. Vamos como costumbre no. Normalmente no me mola follar con gente que no conozco. Igual que no me gusta comer con gente que no conozco. Pero, no sé, fueron muchos bares. Algo de tequila. El chico era encantador. Unos ojos tan negros que me puso cachonda su puto petróleo y esa forma de mirarme, infectándome de ganas. Olía a tío. No todos los tíos huelen a tío. Algunos apestan a colonia. Y otros sencillamente apestan. Pero ya digo, era encantador. No quise resistirme.

Hablamos mucho rato. Me encantan los tíos que me cuentan cosas. Me embriaga ir cayendo en sus palabras, en lo que me dicen, en cómo lo dicen, sentirme arrullada por su voz, esa voz grave y profunda que se me va metiendo por dentro como algo secreto pero definitivamente certero … seguir el juego, verme suspendida en sus estrategias y sentirme irremediablemente atraída hacia ellos. Me dijo que vivía cerca. Salimos a la calle. P. había desaparecido. O quizá no, seguramente era yo la desaparecida. Saqué mi móvil y tenía un sms de P.: – ¿Dnd stas zorrit? Vlví a casa,dmsdo pdo– Me cogió la mano y tiró de mí. Nos paramos en un callejón. Me puso contra un coche y me beso muy suave. Me volvió a besar más caliente, yo también le besaba enredándonos poco a poco el uno en el otro, dejándonos caer en esa espiral tan consabida y tan maravillosamente plácida de la lujuria. No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos en ese callejón, metiéndonos mano por todas partes como queriendo comprobar el género, mezclando nuestras lenguas y nuestro deseo. Pero hubiera podido pasarme la noche haciendo eso, y nada más, y hubiera sido igual una buena noche.

Comenzó a susurrarme cosas al oído. Y, joder, me pone a mil que los tíos me susurren así. Con esas ganas de todo. Con esas ganas de ponerme cachonda perdida. Con esa voz penetrante haciéndome cosquillas por dentro, bajando por mi esternón desde su boca para hacer temblar a mis labios de vicio. Sentí unas ganas locas de comerle la polla en ese mismo instante, pero estábamos en mitad de la calle, aún así me giré hacía la parte cerrada del callejón por si pasaba alguien, cuando metí la mano por debajo de su boxer sentí una sacudida de placer al comprobar la erección de su verga, se la saqué y empecé a pajearle. Me besó frenético. Me pone muy muy guarra hacer eso, oír ese ruidito de su polla bombeando en mi mano mientras se escapan pequeños gemidos de sus labios y de los míos. Él no daba abasto con las manos. Me magreaba las tetas, atormentaba a mis pezones o me metía la mano en el culo. Bajó la cremallera de mi pantalón y plantó la palma de su mano en mi coño frotándola contra mi clítoris. Nos pajeamos el uno al otro con una voracidad fuera de lo común, nuestros gemidos chocaban al fondo del callejón.

Su polla estaba descomunal. No es que fuera muy grande. Una polla normal, pero la sentía tan rotunda que parecía que iba a reventar. Maciza y al rojo. Tenía unas ganas enormes de meterla en mi boca, de sentir su suavidad sobre mi lengua, su sabor, su olor, su tensión alrededor de mis labios, su gusto, el mío…con esa impresión de urgencia y furor que da comerse una polla de esa manera. ¡¡Dios!! cómo deseaba chupársela. Pero en la calle…no me atreví.

Además en ese momento alguien cruzó la acera. Venía gente de los bares dando voces, riendo, diciendo tonterías… El corazón me empezó a palpitar muy deprisa. Sentí mis bragas húmedas y esa fiebre apoderándose de mí… La gente pasaba casi a nuestro lado mientras yo tenía su polla en la mano a punto de estallar, él metía sus dedos en mi coño y nos besábamos delirantes. Mi grado de excitación estaba al límite... Me corrí. No pude hacer nada para evitarlo. Ahogué mis gemidos en su boca y me estremecí una y otra vez contra su pecho. Sus ojos brillaban enfebrecidos… Le susurré:

Vámonos a tu casa por lo que más quieras. Me tienes loca. Necesito que me folles toda la noche…ya

Volvió a tirar de mí para ir a su casa pero estábamos tan cachondos que nos fuimos parando en los portales, en los callejones, en el capó de algún coche, en los escaparates de las tiendas…para besarnos y meternos mano, para seguir con aquella euforia fugitiva, con esas ganas de follarnos el uno al otro allí mismo y a cada momento, hundidos en el morbo de ser pillados, gozando de nuestras prisas y nuestra excitación. Derretidos en nuestro deseo.

Por supuesto llegamos a su casa y nos devoramos vivos. Por supuesto pasamos la noche aplacando aquellas ansias, follando a saco. Por supuesto fue una noche espectacular.

Me encantan los tíos que me dan noches así…

martes, 11 de septiembre de 2018

OASIS

Photo by John T on Unsplash

Te siento como un oasis donde descanso un poco, o tomo fuerzas o me sonrío. A veces me siento llena de grietas por donde se van colando trozos de mí que me duelen, pero otras te siento cerca y vuelvo a confiar en que la gente, alguna, merece la pena, entonces sé que va a venir todo. No sé el qué. Todo. Y descanso.

Cierro los ojos y oigo música, no sé de dónde sale, si del tren o de mi cabeza, la música me recuerda que hay escenarios hermosos y que aún, en los lugares más recónditos, es posible la belleza. Me acerco a ti y te beso, aún vamos en ese vagón de metro y tus susurros caen a borbotones sobre mi cuello. Mi beso es una explosión sobre tu boca. Nuestras lenguas se enlazan en una danza sincrónica y predestinada a la lujuria. Tu polla roza mis muslos y la deseo tanto dentro que me parece que todo mi ser se retuerza sobre sí mismo.

Tu olor me está volviendo loca. Me provocas muchísima ternura, desde la primera vez que hablé contigo, pero aún me provocas más lujuria que ternura... Es algo que puja dentro de mí y lucha conmigo, porque quiero algo más de ti que tu sexo, no sé bien qué, quizá algo que trasciende y se va haciendo grande, profundo, espeso. No me alcanzan las palabras para explicarlo, pero es algo que tiene que ver con la dulzura y la vida que llevo dentro, algo tan mío como mi aire, como mis sueños, como el modo que tengo de vivir mis días o de comer o de hacer las cosas.

Me das la vuelta, me aprietas la cintura y tu lengua apenas roza mi oreja, tu mínima caricia provoca un incendio entre mis muslos. Me estremezco. La música es aún más clara mientras crepito. Acerco mi culo hacia tu pelvis, aprietas mis caderas, buscas mis tetas, pellizcas mis pezones y un gemido roto salpica mis labios. Quiero que me folles, ahora, en este instante de impudicia, fuera de mí, lejos de este mundo que me duele y que, en el fondo, sé que no existe. Quiero que me folles y crear un espacio único donde estemos solos, absolutamente solos para encontrarnos, ambos, en medio de ese placer que nos damos. Solamente tú y yo y el placer. A la mierda la crisis, la familia, a la mierda los dolores de cabeza, los nervios, la funcionaria del inem con cara de gilipollas, las prisas, el encargadillo tonto del culo que siempre está tocando los cojones, a la mierda el mundo y su puta madre. Solos tú y yo, encerrados en una nube de gusto, en la belleza de sentirnos a nosotros mismos a través de nuestros cuerpos…

Noto tus dedos arrastrando el leve peso de mi falda y la caricia rasgada de mis medias cuando tiras de ellas hacia abajo. Todo el vagón nos mira sorprendido. Sus miradas se clavan como agujas en un muñeco vudú pero nosotros follamos ajenos a sus ojos, indiferentes a ese mundo para quien somos insignificantes. Me apoyo contra el vidrio del ventanuco de la puerta y veo un universo oscuro delante de mis ojos. Tu rostro se refleja en cristal, tus ojos turbios, tu gesto de lujuria te delata. Tu polla me penetra al tiempo que se nubla tu mirada. Y juro que te deseo con el mismo ímpetu.

Ya dentro de mí te mueves en mi agujero como un animal poseído por las fuerzas del infierno.  Recorremos toda la línea 9 y entre estación y estación nos quedamos solos, ausentes en el rumor de nuestros cuerpos enredados y calientes, organismos subterráneos que se conocen entre besos, saliva, ganas, fluidos, vaivenes… Tu polla es una exaltación a la constancia, va y viene como una marea viva que me llena de ti y de todo cuando necesito del mundo. Y un placer inmenso resucita mis ganas de vivir y de ir contigo al infierno.

Sales de mí y vuelves a entrar acoplándote a mi sexo como un  devoto enfurecido por la fuerza de su fe en el calor de mi coño. Y entras y sales con el mismo vigor con que el tren nos sacude y nos azuza.

El tren grita trepidante y chirría ocultando mis gritos de placer. Sí, te gusta oírme gemir,
y el sonido de mi voz cuando grito de puro gusto, sí, te gusta sentir que me sacas orgasmos a golpe de polla y ganas. Aprietas más. Deseo tu leche. Me muerdes el cuello mientras sigues follándome de pie, a traición, por la espalda…hasta estar seguro de que el sonido de mi gozo suena en los muros del averno.
Me doy la vuelta, tu polla gotea tus apetitos. La meto entre mis tetas y te miro, no dejo de mirarte ni un momento, no me pierdo ni un momento tu mirada exuberante. Te muerdes el labio, te rozas contra mis pechos, adelantas la pelvis. Que mejor refugio para tu polla que el abrazo de mis tetas . Abro la boca. Despacio, con todo el cuidado, ajustas tu rabo entre mis labios. Te deslizas suavemente sobre mi lengua, el sabor metálico de tu verga me vuelve aún más peligrosa. Un chasquido de gusto me quiebra la columna. Jadeo. Me ahogas de polla y ganas. Me agotas de ti y de tu celo. Me agarro a tus piernas y ya solo deseo perderme contigo en esta maraña de lujuria que siento, en esos golpes que siento en el pecho y que me parecen por momentos los cascos de un caballo purasangre galopando sobre mí. Me follas la boca. Usas mi boca para darte gusto como un cabrón lascivo y siento un ardor extenso en los riñones. Algo sube por mi cuerpo al tiempo que tu rabo tienta mi garganta . Aun no lo sé pero eres tú, es tu placer converso en algo mío. Magia, es magia.

Te mamo la polla como lo haría un corderito, convencida de que antes o después me darás lo que ya es mío. Y sí. Llega. Tu orgasmo llega mojándome de ti y tu esperma se derrama por mi cuerpo,  sobre mi pecho, sobre mis labios, sobre los rizos de mi pelo.

Entramos en un túnel, cierro los ojos, todo es cálido y oscuro, no quiero salir de él ni de ti. Sí, definitivamente la música es más clara crepitando. Me abrazo a ti y sé que sí, que eres un oasis en medio de esta nada…


martes, 4 de septiembre de 2018

LA ESENCIA



Me gustaría decir que he vuelto tanto como poder decir alguna vez: “estoy viva”. Cuanto más pienso sobre ello, y sobre cualquier cosa, más convencida estoy de que no tengo convicción alguna sobre ninguna cosa.
Es verdad que el sexo, como la música, como la comida, como los ríos salvajes o las olas gigantes tienen un efecto en mí alentador. Cuando el verde de las hojas traspasan mis pupilas y puedo oler su color, es entonces, cuando sé que sí, que hay una vida en mí. El resto del tiempo vivo, como casi todo el mundo, acunada en los aburridos brazos de la rutina. En piloto automático. En la nada.
Incluso muchas veces lo que quiero es morir, desaparecer o, al menos, dejar de sentir cosas sobre las que no tengo ninguna injerencia.

Creo que me quejo demasiado para la vida de puta madre que me ha tocado vivir. Creo que he tenido la suerte de vivir en una parte del mundo en el que para ser mujer puedo decidir bastantes cosas. Pocas. Pero muchas más que la mayoría de las mujeres del resto del planeta.
Aún con todo, creo que las cotas de libertad de la mayor parte de los seres humanos se reduce a poder elegir entre plátano o piña, y poco más. Sinceramente creo que la mente humana no está conformada de manera que podamos decidir absolutamente nada, así, en serio. Más bien vamos dando saltos o tumbos de decisión en decisión, inducidos por los caprichos de una mente para la cual, lo único que prima es la supervivencia. A tu cerebro se la sudas. Le da igual que te guste Bach, que quieras estudiar medicina molecular o que quieras ser tan rico como Amancio. Pero te obliga a tomar decisiones sobre las que es posible que discreparas si te hubieras dado cuenta de que no las has tomado tú.

Y, en cambio, hay en todo esto una ilusión maravillosa. O, al menos, un delirio que nos hace sentir maravillosamente bien. Hay un ente, algo, alguien escondido en la profundidad de nuestro organismo que mete la mano en el fango, bien hondo, y remueve el lodo de lo que somos para sacar limpiamente nuestra esencia. Algo a través de la tierra, del golpe de un trueno, del zaca zaca de nuestras caderas, de esa baba que gotea desde alguna caricia, algún ser.
Sí, el sexo, me hace sentir bien. Y hay muy pocas cosas que me hagan sentir así: limpia, animal, yo, mía. (Sí ya sé que todo esto también es provocado por mi cerebro, pero me mola)

Desde que empecé a escribir el blog de “Puta Inocencia”, creo que sobre el año 2008 y que luego cambié a este, “Los cuentos de la chica mala”, he observado un retroceso. Un cambio. No sé si soy la única.
Yo creía que con la llegada de Internet y el boom de los blogs, de la información en general, se normalizarían algunas cosas. Puta Inocencia.
En cambio, he observado que en lugar de eso, se está distorsionando la visión de lo que es el sexo. Y para mí la visión es que no hay visión. No hay una forma correcta de follar. No tienes que follar como el todo el mundo. Ni siquiera “tienes” que follar.

Para mí lo bello del sexo, es esa libertad para poder elegir plátano o piña. Sin eso, se transforma en algo banal, feo, normal.
Acudir al porno es casi como ir a misa. Sí. Ya sé que suena perverso. Pero es que yo tengo esa sensación. No hay nada de creativo en ello. Si el porno alguna vez ha sido arte, que no lo sé, aunque yo sí se lo suponía, se ha convertido en una mecánica tediosa que oculta el SEXO.
Por otro lado cada vez observo que la gente es más retrógrada, que cada vez más personas se echan las manos a la cabeza por ver el pecho de una mujer o su vagina o un pene o, incluso, una actitud (que casi es peor). Si la desnudez de las personas te aterra más que toda la bazofia espíritu-capitalista que te venden cada día sin llegar a buscar jamás tu propia sexualidad, tu esencia...me das mucho miedo.

Por eso me debato entre seguir escribiendo mis relatos en este blog, o en otro, o destruirlo.

Solo quería comentar estas reflexiones. Seguramente migre el blog a Wordpress. Si es que he vuelto, que aún no lo sé, seguiré escribiendo allí... Ya veremos si no me lo cargo todo. Destruir también tiene un efecto alentador en mí. ¿Y en ti?


lunes, 23 de abril de 2018

EL BUS

Photo by Jed Villejo on Unsplash

Estoy mortalmente aburrida. Odio los putos lunes. Odio las aceras mojadas y ese siseo silencioso de los transeúntes arrastrando sus pies hacia el trabajo. Detesto el traqueteo del autobús y las ojeras de las chicas que conversan cansinamente hacia la escuela de Magisterio. Me aterra la perspectiva de toda una semana nueva para hacer de todo menos lo que más me gusta: perder el tiempo.

Creo que estamos hechos de cosas pequeñas y periódicas. O ,en todo caso, todas esas cosas diminutas crecen y se extienden en algún lugar inexacto e intangible de nosotros hasta, realmente conformarnos, hacernos. Últimamente hago mucha vida en los autobuses. En los autobuses puedes pensar, hacer planes, observar y sentir, puedes leer, repasar apuntes, tomar notas para escribir esto o lo otro, incluso puedes llorar. Es de los pocos sitios donde puedes llorar a moco tendido sin que nadie te pregunte qué te pasa o te insista en que no lo hagas. A mí me gusta mucho llorar cuando está a punto de amanecer. El bus sube hacia mi destino, renqueando, quejicoso y adormilado. Y lloro despacito, sin melodramas ni dramatizaciones, solo dejo que todo lo que me perturba me afecte hasta el punto de conmoverme lo bastante como para ponerme a llorar… entonces lloro mi silencio y esas penas pequeñas o grandes que todos tenemos por dentro y nos van horadando despacito en forma de acomodada rutina.

Es curioso como los viajeros nos acompañamos en nuestras inercias. Siempre sube la misma gente, a la misma hora, casi siempre ocupan los mismos asientos y se acomodan de la misma manera. El chaval con los cascos a todo volumen que se sienta atrás del todo con la intención, supongo, de no ser molestado para ir dormitando casi todo el recorrido, el grupo de niñas que estudian Magisterio junto al Seminario, cuyas risas parecen nubes de estorninos y cuyo olor debe llegar hasta los seminaristas en forma de brea pegajosa y volcánica, la parejita de raperos que se van haciendo caricias y dándose besos pequeñitos todo el trayecto o yo misma apostada junto a la ventana observando este micromundo del autobús con la misma curiosidad que un científico se acercaría a su microscopio.

Pero esa forma que tiene la gente de ajustarse a sus costumbres termina haciéndose aburrida, consonante, mecánica y pareciéndose jodidamente a los Lunes.

La única cosa que alivia esta pesadez, esta inercia expelida como una náusea desde el domingo, este mareo constante que gravita bajo mis pies, advirtiéndome que puedo hacer lo que quiero, es él. El macizorro con el libro en mano, con su perpetua lectura y esas manos que le sospecho fuertes y aparentemente tan suaves. Mirándome con ese gesto serio y esas ojeaditas furtivas a mi escote por encima de su interminable libro, le he visto leyendo autores tan variopintos como Stieg Larsson, Auster, Murakami y algunos otros. Empezó a fascinarme cuando le pillé leyendo a Dostoievski, creo que eran Los demonios pero no estoy muy segura, aunque ahora está con El señor de los anillos y con eso ha perdido algunos puntos (aunque no llego al extremo de una amiga que dejó de salir con un buenorro solo porque le pilló leyendo a Dan Brown). Sí ya sé que hay gente que le encanta la épica de Tolkien y la mágica elaboración de toda su mitología, a mí me produce el mismo mareo que los Lunes.

El caso es que esté sentada donde esté, le observo a hurtadillas y espero, aguardo el momento en que él levanta la vista por encima de Frodo y Gandalf y me mira y ambos apartamos la mirada para volver a reunirla en un espacio indefinido entre su campo visual y el mío, al mismo tiempo, como si fuera cosa de la casualidad que nos mirásemos. Y en esa milésima de segundo imagino todo tipo de experiencias con él, obscenidades que anhelo infinitamente que salten por encima del brillo de mis ojos, suspiro secretamente porque él se haga consciente de mi deseo e imagine el modo en que se acumula entre mis pliegues y mi carne, aprieto los muslos y empiezo a sudar y, entonces, todo se detiene.

Le imagino desabotonando despacio mi blusa mientras me mira a los ojos susurrándome sobre los labios: - Shhhhh, no te muevas. Cesan las risas de las niñas de Magisterio, se para el ipod del chaval que se queda siempre dormido y hasta el motor parece atrancarse. Me tiemblan las piernas al tiempo que él me besa suavecito, y abre un botón, y me vuelve a besar, y abre otro botón y va bajando son sus besos por mi cuello llenándolo de labios y saliva e infectándome con sus ganas y su exceso todo el cuerpo. Después tira de la correa de mi pantalón, sacándolo de un solo gesto, yo también se los saco a él y se roza contra mí y siento su piel cálida y salpicada por el deseo. Me ata con el cinturón a una de las barras del bus, mientras el mundo entero se halla pétreo y estático, mientras el aire se cuaja en mi garganta y mi sangre parece volverse de mercurio. Entonces pasa sus palmas abiertas dócilmente por todo mi cuerpo, apenas si me toca, pero puedo sentir el calor seco de sus manos descendiendo por mis caderas, sus dedos sedientos de mí palpando mis pezones, el tacto de sus huellas recorriendo mi cintura, acercándose a mi sexo. Mi cuerpo responde a su propósito, se arquea ante su presencia, se dobla y se retuerce ante él, como si manejara unos hilos desde arriba. Es extraño como el deseo nos hace perder la compostura, ya no hablo de educación ni de buenas maneras, si no de la percepción del mundo, de cómo un cuerpo puede volverse otra cosa distinta a lo que es con intenciones que no son propias ni de nadie, quizá de algo que puede hacerse a partir de dos personas, pero que no eres tú ni él, solo ese algo suspendido a partir de “nosotros”. Y lo siento mordiéndome las piernas, ascendiendo por mis vértebras, afilando mis contornos, enganchándose a mi vientre, y cuanto más crece, más quiero, y cuánto más quiero más y más crece, mi pelvis se mueve sola adelantando mi sexo como si lo hubieran rellenado con un alien frenético y libidinoso, doblando mi talle hacia él, hacia sus manos. Y a dos escasos milímetros de mí siento el alma de sus dedos y el aura de su calor casi tocándome la piel. Se sonríe. Se sonríe con esa sonrisa de cabrón con la que me lleva mirando desde septiembre. Y en ese preciso instante lo deseo más que nunca. Y comprendo que me ata porque si no me precipitaría sobre él como una alimaña en busca de su almuerzo y todo lo que soñamos en ese instante en que nos miramos se acabaría en ese momento.

Entonces atada a la barra de arriba, me agarra por las caderas, me coge el culo, aprieta mis nalgas, las abre, y pasa su polla por mi coño despacito, haciéndome sufrir la dulzura de su rabo, hiriéndome de ganas, haciéndome consciente de su dureza y su impudicia, y abre mis labios con su rabo para acariciar esas porciones de mí desatendidas por apetitos más vigorosos o apremiantes o quizá solo más negligentes, e impregna su prepucio con la humedad de mis urgencias mientras me oye gemir con la voz rota: “ohhhh, fóllame, fóllame por lo que más quieras, quiero sentirte por dentro” Pero me mantiene así un rato largo. Me mantiene excitada lamiendo mi cuerpo o besando mis rincones o rozando su polla contra mi coño para que yo pueda distinguir ese momento preciso del “nopuedomás”, porque así me sabe suya y a su capricho, porque le gusta observar mi placer y mi cara de gusto y el modo en que se quiebran mis palabras entre agónicas bocanadas de oxígeno.

Entonces atada a la barra de arriba me clava contra él, contra su polla enhiesta y lustrosa. Me atraviesa, me parte, me enfunda y siento su poder. El poder de un hombre, de todos, dentro de mí, hablándome desde dentro, susurrándome todos sus secretos, llenándome de vida y de sueños, inflándome de fantasías y de vicio. Lo siento ascender desde lo más hondo de mí, desde lo más insondable e incierto, lentamente, como un topo se dispondría en su escondrijo, como el mundo mismo se acomodaría para rehacerse después de haberse partido. Y lo hace. Nace en mí. Me llena de luz y de magia, de todo lo que soy y lo que quiero ser. Siento su placer brotándome desde dentro, siento mi coño agarrándolo para dotarle de más gozo y mi cuerpo como un instrumento perfecto para ese placer suyo, como si desde el principio de los tiempos se hubiera preparado este momento y todo fuese, sencillamente, como debe ser. Así lo siento, ascendiendo más y más. Su polla acoplada a mí descargándose de fluidos y elixires, de gozo, de dicha. Mi coño articulándose en él, hasta que algo inmenso revienta, como un estallido que me alcanzara desde dentro, desde él y puedo sentir su caricia vibrando conmigo, haciéndome, restaurándome en ese movimiento de carne y ansia y placer, hasta que va disolviéndose lentamente…hasta que soy capaz de observar como se disgrega y se detiene, sosteniéndome en un mínimo parpadeo mientras nos miramos y el mundo sigue detenido en ese autobús, y las niñas de Magisterio pierden su clase de “Sociología de la Educación” y se oye al final del autobús los resuellos del chico de los cascos y el mundo se ha hecho Lunes y hombre y mis muslos aprietan contra sí el maravilloso tacto humectante de mis bragas.