lunes, 8 de octubre de 2018

LA MISMA HISTORIA





Photo by Maru Lombardo on Unsplash

A veces me parece que siempre estoy contando la misma historia. Quedo con un tipo en un sitio, me folla a saco y acabo sintiendo un gozo enorme. (Por supuesto, las historias que no molan no las cuento) Pero luego no es exactamente así, al final, puede que lo que cuente en realidad sea los matices. El escenario, los personajes, incluso la acción quedan relegadas a un segundo plano por el peso de esos detalles, por lo que me hacen sentir o por cómo siento a las personas que me los proporcionan…

Es difícil volver a explicar lo que se ha dicho. Lo que se ha contado tantas veces… Sutilezas matices, cosas pequeñas de las que estamos hechos, manos que nos tocan a menudo y, en cambio, nunca nos alcanzan, besos inconscientes, susurros ahogados en otra boca…nadas que suceden y pequeñeces que nos pasan todos los días, algunos días…

Voy a saltarme la parte del mensaje que recibo y que tan solícitamente atiendo, voy a dar por hecho que sabéis que nos vemos en un cuarto, que él me parece atractivo y que sus ojos negros parpadean ante mis ojos grises con la eficacia de un faro en la distancia.

Entramos en ese cuarto y todo mi cuerpo se tensa como un arco. Ya le he dicho que estoy ansiosa, o nerviosa, o como se quiera llamar a esa anticipación, a ese momento en que ya sabes que antes o después acabará hundiéndose dentro de ti, que su carne acabará confundiéndose con la tuya, que todo será arrebato y furia y que en ese cuarto crepitará nuestro deseo como eficaces elementos de algún potaje alquímico.

Le estoy mirando y necesito que me bese. No es que lo desee, no es por el deseo de su boca, es que ne-ce-si-to que me bese. Él me mira algo turbado como si acabara de desbaratar todos sus planes, pero acerca sus labios a los míos y yo me deshago en su aroma. Me revuelco en ese beso, quiero desnudarle, y precipitadamente me quito, me quita, nos arrancamos la ropa. Siento su olor envolviéndome de ganas, abarcando mis poros, encerdándome, diluyéndose en mi propio olor.

Su boca discurre por mi cuerpo como si fuera algo natural. Fluye. Sus labios colonizan mi coño y lo ocupa de besos y de lengua, de gusto, de un placer que crece y crece en torno a sus labios y a los míos, y este hombre de azúcar sigue su estrategia: esnifarme, succionarme, desintegrarme el coño en orgasmos. Mi coño se levanta, se zarandea, se agita por dentro, rezuma por fuera, lo desea, se vierte hacia su boca, se derrama... Siento mis gemidos sobre mí, como si fueran una manada de caballos desbocados pisoteándome el cuerpo, mientras su rostro se ha perdido en sus esfuerzos, en la hendidura por donde me pierdo, en este cuerpo que ha dejado de ser mío para ser parte de su voracidad, de sus fauces de lobo hambriento de mi coño. Palpito. Me estremezco. Abro la boca buscando oxígeno y me doblo sobre él buscando su polla. Apenas si puedo alcanzarle, luchamos retorcidos en una masa de carne y enajenación, abro la boca, aprieto mis temblorosos muslos,  mi lengua se agita en el aire hacia su polla, pero apenas consigo aprehenderle, me sujeta con la boca, atenaza mi coño, me disuelve, me inmoviliza el placer que me produce, quiero y no quiero alcanzarle. Lamo sus huevos, mi lengua se revuelve sobre el aire con el afán de recorrer su falo, chupo, su rabo se ajusta en mi boca, vuelvo a bajar, la cabeza va a estallarme…

Gimo. Sí. Gimo. Mi boca no alcanza el aire que necesito, porque aún necesito más su boca. Mis suspiros resecan mi garganta. Quiero más, quiero más de su boca, de su polla, de sus ganas. Se lo suplico: “Fóllame, fóllame, por favor, por favor”, no sé cómo hacerle entender que necesito, que preciso su verga llenándome de latidos y carne y gusto y todo lo que pueda darme. Necesito, necesito… solo sé que le necesito dentro de mí.

Me folla. Decir me folla es un eufemismo de su práctica. Su polla se hinca en mi agujero, busca mis escondrijos, me dibuja, me eleva, me rompe por la mitad. Noto su rabo dentro de mí, sumergiéndose en algún lugar que me traspasa, no sé cómo lo hace pero cuanto más me da, más quiero, más, más. Adoro su cuerpo caliente atravesándome, su sudor cayendo sobre mí como un gotero mágico y mi cuerpo recibiendo sus embates, su avidez, sus putas ganas. Me da la vuelta, me pone a cuatro patas, me perfora, siento sus manos agarrándome, sus dedos hundiéndose en mi carne, su follada golpeándome el culo. Me postra, cierra mis piernas y se sienta sobre mí sin dejar de follarme ni un momento. Siento mi placer creciendo desde mi coño hacia mi columna, siento como me agita y creo que digo algo, pero no recuerdo qué, lo noto en mi nuca, en mi boca, detrás de mis ojos, lo percibo bajando por mi cuello hasta mi vientre y entrando y saliendo de mi coño, exaltándome, sublimándome, haciéndome crujir. Me rompo de gusto.

Vuelve a mi coño. Vuelve como un peregrino a su tierra sagrada, como un hechizado a su delirio, como un alcohólico a su botella, vuelve a hundir su lengua, y sus dientes y su placer en mi carne, hace mía su boca y esa bellísima lujuria suya que aprieta mi sexo. Pasa su lengua por mi clítoris que se rinde a su habilidad, me penetra con la lengua, me engulle, me trastorna. Se vuelca en mi coño, empachado de sacudidas, y avanza hacia mi culo. Me come el culo. Advierto la calidez de su saliva impregnando mi ano, un escalofrío de caricias me sacude la cabeza. Mete un dedo, mete dos, los mete y los saca, suave, rozándolo, mientras sigue comiéndome el coño, o me folla con los dedos, o me folla con la boca o ambas cosas. Me gusta tanto que quisiera detener el tiempo, quiero quedarme en esa bruma de lascivia, en esa incontinencia tan real, tan irreal, tan mía. Me tiene muy loca y quiero hacerlo mío, quiero comerle yo, devorarle yo, darle el gusto…

Me giro hacia su polla. La agarro golosa, me gusta su tacto, es suave y rotunda; saco la lengua, hago ademán de comérsela, me gusta ese juego, me gusta ese gesto suyo de confusión. Lamo. Es un rabo delicioso, dulce, durísimo. Lo adoro. Me emputezco. Quiero más. La meto dentro, dentro, al fondo de mí, de mis ansias. La trago con fruición, muy lentamente, regodeándome en su tacto y en lo que sé que le hago sentir, le oigo gemir y musitar: “Mmmm qué bien la mamas…”, noto sus manos en mi pelo, le siento derritiéndose de gusto debajo de mi lengua y eso, eso me gusta más que nada. Siento respirar a mi coño al tiempo que le babeo la polla, la paso por mis labios como un caramelo, la vuelvo a engullir, sé que está a punto, sé que está a solo un paso de correrse, le pajeo, le miro, vuelvo a comerle, no dejo de mirarle y de lamer y desear su leche. Saco la lengua, la deseo, deseo el tacto tibio de su esperma, su pelvis avanzando hacia mí y esa explosión de hombre ante mis ojos, “vamos, vamos…dámelo, dámela, dámela toda”, y su polla revienta en gotas de lefa que escurren por mi mejilla hacia mis labios, gotas de él se derraman en mi lengua y relamo los restos de su placer, chupo su gozo y me siento una Diosa, una elegida… él gime, se estremece, no deja de hacerlo, exhala su prolongado orgasmo a trompicones y yo me dejó caer en él, en su placer, en el mío…

Luego todo vuelve a su sitio lánguidamente, nos vamos desencajando de ese placer, miro sus ojos y casi puedo verme, el olor de nuestros cuerpos flota sobre el aire, olemos a sexo, a eso que es un hombre y una mujer dándose gusto, nuestra respiración se va ajustando a un ritmo tolerable, hay una ternura blanda entre nosotros, apenas extraños, apenas amigos. Me diluyo en el silencio, me gusta sentir como mi cuerpo se deleita y se va apaciguando y distanciando de esta alegría de gozar. Cierro los ojos, apenas un instante. Me sonrío. Es difícil volver a explicar lo que se ha dicho. Lo que se ha contado tantas veces… Sutilezas, matices…

martes, 2 de octubre de 2018

DES-HACIENDOME




Photo by Volkan Olmez on Unsplash


Quiero empezar por el final. En ese orgasmo dichoso donde me fundo con el todo. Todo tú y todo yo. Ojalá pudiera morirme así, con mi coño mojado y mi labio mordido… ¿Acaso no sería una muerte arropada de deseo?

Después voy al revés de mí. Me contradigo, me traiciono, me reorganizo en moléculas adulteradas que nada tienen que ver conmigo. Como si al final del espejo fuera otra quien se refleja, una extraña.

Cada día estoy más convencida de que mi fuerza proviene de mi fuego, de mis ganas, de todo lo que me incita a combatir. Por eso pensé que masticarte, destrozarte o matarte a fuerza de sentidos era lo que llegaba, lo que convenía. Había que ir contigo o contra ti. Mientras hay lucha hay esperanza. Luchar, luchar... Porque los dos sabíamos que estábamos locos. Que nos buscábamos en absurdos, en un montón de tonterías que no merecen la pena y solamente nos encontrábamos en este breve espacio, entre tu polla y mi coño, en esa nada magistral llena de ti y de mí donde, por fin, podíamos ser nosotros.

Han pasado muchos meses. Y aún siento ese enigma agarrándome del cuello.

No puedes admitir que ya me he ido. No. Es peor de lo que creía. Es que ni siquiera te has dado cuenta todavía. Puede que ni siquiera yo me hubiese dado cuenta... Fue por la mañana, te busqué entre mis sábanas y solo encontré a un hombre que no conozco.

Te levantas cada día con un frío tremendo entre los labios, repasando inconscientemente los sueños que ya no vamos a tener juntos. Sales a la calle sin darte cuenta que mi mano no está ya nunca entre tus dedos, comes mientras el espejismo de mi sombra te sonríe, duermes abrazado a mi fantasma… el único momento en que nos encontramos es ese breve instante, en ese temblor sublime donde me vacío y tú te traspasas...

Solo tú me conoces.

Solo ante ti he abierto del todo esa parte fea y absoluta que todos somos. Eso que todo el mundo tendría que ver y que nadie mira. Pero mis ganas de ti se van diluyendo cada día en el café de las siete. Quizá porque también sé de qué estás hecho. Aunque ya no me da miedo admitir que estaba equivocada. A veces creo que solo las personas fuertes se reconocen vulnerables.

Hay gente para la que convivir es suficiente. Se levantan, se encuentran por el pasillo, a veces salen a cenar, al cine... se follan cuando apetece, a veces, incluso sin ganas, se prestan el periódico, hacen mudanzas… esas cosas que hacen que la convivencia lo sea. Y algunos tienen los huevos de llamarle a eso amor. Y puede que lo sea. Pero también puede que no… Puede que sea costumbre. Puede que sea miedo. Fue por la mañana, Lisboa amanecía templada y taciturna, te miré y lo supe. Dormías como siempre, tratando de encajar el oxígeno en esa parte de ti donde no cabe nada. Dormías y supe que ya no te amo.

Además de todo eso, estoy yo. Sabes que sin ese animal que soy, sin esa carne, sin ese modo de morirme, o mejor dicho, de vivirme, no soy nada, o no quiero serlo. Luego está todo lo demás. Un día tras otro. A veces se me da por pensar que somos distintos. Otras, en cambio, creo que somos demasiado parecidos. En cualquier caso tampoco importa demasiado.

Pero he empezado este texto para aclararme. Para decirme a mí misma que estoy bien y no necesito nada, ni a nadie. Bueno sí. A mí. A mí sí que me necesito. Parece tan obvio…

A veces temes perder algo, y luchas desesperadamente por no perderlo, y te obsesionas tanto en tus objetivos que pierdes el norte, se te va la olla, no recuerdas que el principal motivo por el que protegías “eso” eras tú misma. Creía que protegía aquello que me hacía sentir bien aún a mi costa. Es un círculo vicioso en el que el premio que obtengo para sentirme bien es, en realidad, dejar de sentirme mal. Es como llevar un lastre todo el tiempo , y cuando lo poso, es una puta delicia.

He estado jodida por algo que me hacía sentir así. Me sentía mal pero no conseguía encontrar la causa de mi malestar, así que recurría a una especie de “pócima” secreta una y otra vez, sin saber que lo que me hacía sentir así era la "pócima"…

Y es que no es lo mismo no sentirse mal que sentirse bien. Igual que no es lo mismo no ser malo, que ser bueno. El matiz es pequeño, pero significativo. Al menos ahora ya puedo liberarme.

No creo que pueda quedarme contigo, así, de esta manera tan poco contundente. Sí, ya sabes que soy excesiva para todo. Igual se me pasa. Si se me pasa pellízcame, muérdeme, échame de aquí a patadas porque te haré sufrir… y me haré sufrir.

Por eso, porque solo tú me conoces y te amo y no te amo, he de irme. Para volver a hacerme.

lunes, 17 de septiembre de 2018

ESA NOCHE

Amy Elting


Ni siquiera me dio tiempo a arreglarme. Llegué cansada del viaje y sin ganas de nada, pero le había prometido a P. que quedaríamos. Apenas si me dio tiempo para una ducha rápida, echarme algo de rimel y pintarme los labios. Agarré el bolso y mi chupa de cuero y salí corriendo.


P. me esperaba en un café en Madrid. Traía un pedo ya de antología, venía de una cena prenavideña de esas. Llevaba el pelo suelto y alborotado y restos de maquillaje en la blusa pero estaba graciosísima. Me dio un abrazo, me llenó la cara de besos y nos pedimos unas birras.

Nos perdimos por Madrid. Bares. Humo. Risas. P. se liaba un porro detrás de otro. Yo no fumo. Cada vez que me fastidia dejar algo pienso en el tabaco. Y me sonrío. Joder cómo me sonrío. En un garito conocimos a unos tíos. Sí, nos perdimos en Madrid.

No suelo enrollarme con nadie en bares. Vamos como costumbre no. Normalmente no me mola follar con gente que no conozco. Igual que no me gusta comer con gente que no conozco. Pero, no sé, fueron muchos bares. Algo de tequila. El chico era encantador. Unos ojos tan negros que me puso cachonda su puto petróleo y esa forma de mirarme, infectándome de ganas. Olía a tío. No todos los tíos huelen a tío. Algunos apestan a colonia. Y otros sencillamente apestan. Pero ya digo, era encantador. No quise resistirme.

Hablamos mucho rato. Me encantan los tíos que me cuentan cosas. Me embriaga ir cayendo en sus palabras, en lo que me dicen, en cómo lo dicen, sentirme arrullada por su voz, esa voz grave y profunda que se me va metiendo por dentro como algo secreto pero definitivamente certero … seguir el juego, verme suspendida en sus estrategias y sentirme irremediablemente atraída hacia ellos. Me dijo que vivía cerca. Salimos a la calle. P. había desaparecido. O quizá no, seguramente era yo la desaparecida. Saqué mi móvil y tenía un sms de P.: – ¿Dnd stas zorrit? Vlví a casa,dmsdo pdo– Me cogió la mano y tiró de mí. Nos paramos en un callejón. Me puso contra un coche y me beso muy suave. Me volvió a besar más caliente, yo también le besaba enredándonos poco a poco el uno en el otro, dejándonos caer en esa espiral tan consabida y tan maravillosamente plácida de la lujuria. No sé cuánto tiempo estuvimos besándonos en ese callejón, metiéndonos mano por todas partes como queriendo comprobar el género, mezclando nuestras lenguas y nuestro deseo. Pero hubiera podido pasarme la noche haciendo eso, y nada más, y hubiera sido igual una buena noche.

Comenzó a susurrarme cosas al oído. Y, joder, me pone a mil que los tíos me susurren así. Con esas ganas de todo. Con esas ganas de ponerme cachonda perdida. Con esa voz penetrante haciéndome cosquillas por dentro, bajando por mi esternón desde su boca para hacer temblar a mis labios de vicio. Sentí unas ganas locas de comerle la polla en ese mismo instante, pero estábamos en mitad de la calle, aún así me giré hacía la parte cerrada del callejón por si pasaba alguien, cuando metí la mano por debajo de su boxer sentí una sacudida de placer al comprobar la erección de su verga, se la saqué y empecé a pajearle. Me besó frenético. Me pone muy muy guarra hacer eso, oír ese ruidito de su polla bombeando en mi mano mientras se escapan pequeños gemidos de sus labios y de los míos. Él no daba abasto con las manos. Me magreaba las tetas, atormentaba a mis pezones o me metía la mano en el culo. Bajó la cremallera de mi pantalón y plantó la palma de su mano en mi coño frotándola contra mi clítoris. Nos pajeamos el uno al otro con una voracidad fuera de lo común, nuestros gemidos chocaban al fondo del callejón.

Su polla estaba descomunal. No es que fuera muy grande. Una polla normal, pero la sentía tan rotunda que parecía que iba a reventar. Maciza y al rojo. Tenía unas ganas enormes de meterla en mi boca, de sentir su suavidad sobre mi lengua, su sabor, su olor, su tensión alrededor de mis labios, su gusto, el mío…con esa impresión de urgencia y furor que da comerse una polla de esa manera. ¡¡Dios!! cómo deseaba chupársela. Pero en la calle…no me atreví.

Además en ese momento alguien cruzó la acera. Venía gente de los bares dando voces, riendo, diciendo tonterías… El corazón me empezó a palpitar muy deprisa. Sentí mis bragas húmedas y esa fiebre apoderándose de mí… La gente pasaba casi a nuestro lado mientras yo tenía su polla en la mano a punto de estallar, él metía sus dedos en mi coño y nos besábamos delirantes. Mi grado de excitación estaba al límite... Me corrí. No pude hacer nada para evitarlo. Ahogué mis gemidos en su boca y me estremecí una y otra vez contra su pecho. Sus ojos brillaban enfebrecidos… Le susurré:

Vámonos a tu casa por lo que más quieras. Me tienes loca. Necesito que me folles toda la noche…ya

Volvió a tirar de mí para ir a su casa pero estábamos tan cachondos que nos fuimos parando en los portales, en los callejones, en el capó de algún coche, en los escaparates de las tiendas…para besarnos y meternos mano, para seguir con aquella euforia fugitiva, con esas ganas de follarnos el uno al otro allí mismo y a cada momento, hundidos en el morbo de ser pillados, gozando de nuestras prisas y nuestra excitación. Derretidos en nuestro deseo.

Por supuesto llegamos a su casa y nos devoramos vivos. Por supuesto pasamos la noche aplacando aquellas ansias, follando a saco. Por supuesto fue una noche espectacular.

Me encantan los tíos que me dan noches así…

martes, 11 de septiembre de 2018

OASIS

Photo by John T on Unsplash

Te siento como un oasis donde descanso un poco, o tomo fuerzas o me sonrío. A veces me siento llena de grietas por donde se van colando trozos de mí que me duelen, pero otras te siento cerca y vuelvo a confiar en que la gente, alguna, merece la pena, entonces sé que va a venir todo. No sé el qué. Todo. Y descanso.

Cierro los ojos y oigo música, no sé de dónde sale, si del tren o de mi cabeza, la música me recuerda que hay escenarios hermosos y que aún, en los lugares más recónditos, es posible la belleza. Me acerco a ti y te beso, aún vamos en ese vagón de metro y tus susurros caen a borbotones sobre mi cuello. Mi beso es una explosión sobre tu boca. Nuestras lenguas se enlazan en una danza sincrónica y predestinada a la lujuria. Tu polla roza mis muslos y la deseo tanto dentro que me parece que todo mi ser se retuerza sobre sí mismo.

Tu olor me está volviendo loca. Me provocas muchísima ternura, desde la primera vez que hablé contigo, pero aún me provocas más lujuria que ternura... Es algo que puja dentro de mí y lucha conmigo, porque quiero algo más de ti que tu sexo, no sé bien qué, quizá algo que trasciende y se va haciendo grande, profundo, espeso. No me alcanzan las palabras para explicarlo, pero es algo que tiene que ver con la dulzura y la vida que llevo dentro, algo tan mío como mi aire, como mis sueños, como el modo que tengo de vivir mis días o de comer o de hacer las cosas.

Me das la vuelta, me aprietas la cintura y tu lengua apenas roza mi oreja, tu mínima caricia provoca un incendio entre mis muslos. Me estremezco. La música es aún más clara mientras crepito. Acerco mi culo hacia tu pelvis, aprietas mis caderas, buscas mis tetas, pellizcas mis pezones y un gemido roto salpica mis labios. Quiero que me folles, ahora, en este instante de impudicia, fuera de mí, lejos de este mundo que me duele y que, en el fondo, sé que no existe. Quiero que me folles y crear un espacio único donde estemos solos, absolutamente solos para encontrarnos, ambos, en medio de ese placer que nos damos. Solamente tú y yo y el placer. A la mierda la crisis, la familia, a la mierda los dolores de cabeza, los nervios, la funcionaria del inem con cara de gilipollas, las prisas, el encargadillo tonto del culo que siempre está tocando los cojones, a la mierda el mundo y su puta madre. Solos tú y yo, encerrados en una nube de gusto, en la belleza de sentirnos a nosotros mismos a través de nuestros cuerpos…

Noto tus dedos arrastrando el leve peso de mi falda y la caricia rasgada de mis medias cuando tiras de ellas hacia abajo. Todo el vagón nos mira sorprendido. Sus miradas se clavan como agujas en un muñeco vudú pero nosotros follamos ajenos a sus ojos, indiferentes a ese mundo para quien somos insignificantes. Me apoyo contra el vidrio del ventanuco de la puerta y veo un universo oscuro delante de mis ojos. Tu rostro se refleja en cristal, tus ojos turbios, tu gesto de lujuria te delata. Tu polla me penetra al tiempo que se nubla tu mirada. Y juro que te deseo con el mismo ímpetu.

Ya dentro de mí te mueves en mi agujero como un animal poseído por las fuerzas del infierno.  Recorremos toda la línea 9 y entre estación y estación nos quedamos solos, ausentes en el rumor de nuestros cuerpos enredados y calientes, organismos subterráneos que se conocen entre besos, saliva, ganas, fluidos, vaivenes… Tu polla es una exaltación a la constancia, va y viene como una marea viva que me llena de ti y de todo cuando necesito del mundo. Y un placer inmenso resucita mis ganas de vivir y de ir contigo al infierno.

Sales de mí y vuelves a entrar acoplándote a mi sexo como un  devoto enfurecido por la fuerza de su fe en el calor de mi coño. Y entras y sales con el mismo vigor con que el tren nos sacude y nos azuza.

El tren grita trepidante y chirría ocultando mis gritos de placer. Sí, te gusta oírme gemir,
y el sonido de mi voz cuando grito de puro gusto, sí, te gusta sentir que me sacas orgasmos a golpe de polla y ganas. Aprietas más. Deseo tu leche. Me muerdes el cuello mientras sigues follándome de pie, a traición, por la espalda…hasta estar seguro de que el sonido de mi gozo suena en los muros del averno.
Me doy la vuelta, tu polla gotea tus apetitos. La meto entre mis tetas y te miro, no dejo de mirarte ni un momento, no me pierdo ni un momento tu mirada exuberante. Te muerdes el labio, te rozas contra mis pechos, adelantas la pelvis. Que mejor refugio para tu polla que el abrazo de mis tetas . Abro la boca. Despacio, con todo el cuidado, ajustas tu rabo entre mis labios. Te deslizas suavemente sobre mi lengua, el sabor metálico de tu verga me vuelve aún más peligrosa. Un chasquido de gusto me quiebra la columna. Jadeo. Me ahogas de polla y ganas. Me agotas de ti y de tu celo. Me agarro a tus piernas y ya solo deseo perderme contigo en esta maraña de lujuria que siento, en esos golpes que siento en el pecho y que me parecen por momentos los cascos de un caballo purasangre galopando sobre mí. Me follas la boca. Usas mi boca para darte gusto como un cabrón lascivo y siento un ardor extenso en los riñones. Algo sube por mi cuerpo al tiempo que tu rabo tienta mi garganta . Aun no lo sé pero eres tú, es tu placer converso en algo mío. Magia, es magia.

Te mamo la polla como lo haría un corderito, convencida de que antes o después me darás lo que ya es mío. Y sí. Llega. Tu orgasmo llega mojándome de ti y tu esperma se derrama por mi cuerpo,  sobre mi pecho, sobre mis labios, sobre los rizos de mi pelo.

Entramos en un túnel, cierro los ojos, todo es cálido y oscuro, no quiero salir de él ni de ti. Sí, definitivamente la música es más clara crepitando. Me abrazo a ti y sé que sí, que eres un oasis en medio de esta nada…