Hacía siglos que no abríamos la casa. Siempre me gustó el aspecto extravagante de que la dotamos. Como casi todo en mi familia. Raro. No deja de sorprenderme que aún siga en pie. Dicen que mi abuelo se la ganó a un coronel jugando al julepe pero yo no lo creí nunca.
Solo había tres casas más y eran eso: chalets. La nuestra era un sin dios, un híbrido, una quimera compuesta por un chalé, casita en el árbol y un caserón parecido al de Psicosis en medio de la nada, por lo visto en principio había sido una casa grande a la que se le fueron añadiendo construcciones con los años. Desde luego tenía un halo diferente, distinto a todo, y además tenía algo nuestro, de cada uno de nosotros y de todos juntos. Mentiría si dijera que era bonita, de hecho creo que es una de las casas más feas que haya visto en mi vida, quitando esos pazos horteras imitando castillos, forrados de granito con sus almenas incluidas en plan “La venganza de Don Mendo” de los capos gallegos de las Rías Baixas.
Siempre me gustó de mis padres su escasa necesidad de presumir, por el contrario, detestaba el empeño que ponían en hacernos trabajar. Durante años gran parte de nuestros veranos consistieron en cavar, sacar rastrojos, regar, pintar vallas, transportar cachivaches y cosas así. De todos sus esfuerzos salió una casa rarísima, pero maravillosa y extraña, que nadie quiso comprarnos nunca. Creo que cada uno de nosotros le aportamos algo a aquella casa, no me refiero solo al aspecto, sino a su esencia.
Nos costó bastante adecentarla un poco. A mi padre casi le dio un síncope cuando supo que la íbamos a limpiar y a quedarnos unos días. Es extraño volver a los lugares donde creciste y te hiciste heridas. Son como siempre pero ya no lo parecen, quizá porque cambiamos más de lo que somos capaces de admitir.
Diego me dijo que llegaría sobre las once, que comprara unas cocacolas que él mandaría traer el ron y el whisky. Como no me fío de él ni un pelo llamé a Rober, su mejor amigo, y me dijo que no me preocupara que él ya se estaba encargando de todo. Mientras le esperaba puse algo de música pero llegó al poco con botellas y me dijo que la gente iría trayendo más y que unos amigos irían invitando a otros.
Nos costó bastante adecentarla un poco. A mi padre casi le dio un síncope cuando supo que la íbamos a limpiar y a quedarnos unos días. Es extraño volver a los lugares donde creciste y te hiciste heridas. Son como siempre pero ya no lo parecen, quizá porque cambiamos más de lo que somos capaces de admitir.
Diego me dijo que llegaría sobre las once, que comprara unas cocacolas que él mandaría traer el ron y el whisky. Como no me fío de él ni un pelo llamé a Rober, su mejor amigo, y me dijo que no me preocupara que él ya se estaba encargando de todo. Mientras le esperaba puse algo de música pero llegó al poco con botellas y me dijo que la gente iría trayendo más y que unos amigos irían invitando a otros.
No tenía mucha importancia, sobre todo porque la fiesta iba a ser fuera. Me importaba un pito quien viniera con tal de estar con Diego y Rober. Hacía una noche de mucho calor, de esas que las flores despiden un aroma tan fuerte que casi marea y los grillos no paran de cantar. Los colegas de Rober estuvieron sacando al jardín sillas, hamacas, cojines grandes y un sofá cama, colocaron varias hileras de bombillas pequeñitas, como de Navidad para que para que pudiéramos ver algo, aunque apenas daban luz, también sacaron unos bafles enormes conectados a un mp3 diminuto. Abrí unas banderillas mientras me tomaba una copa con Rober y charlamos.
Creo que nunca llegué a saber como se conocieron Rober y Diego, puede que desde niños. Ni siquiera recuerdo en qué momento llegué a hacerme tan amiga de Diego ni tan amiga de Rober. Pero cada vez que iba por Madrid siempre volvía a ellos. Para mí eran una especie de amigos-primos con quien tenía una complicidad extraordinaria, y siempre que nos juntábamos hablábamos de todo y nos reíamos muchísimo. Había sido un mal año para Diego, por eso Rober estaba tan entusiasmado como yo con la fiesta.
Fueron llegando unos y otros y venían con bebida o cosas para comer. Le puse otra copa a Rober y le invité a comer algo. Hacía muchísimo calor. Ya eran más de las once y medía y Diego no llegaba. Estuvimos hablando de cómics, de música y de pelis mientras hacíamos daikiris de fresa. Una gilipollez. Cada vez llegaban más amigos de amigos hasta llenarse todo el jardín, o lo que en su día fue el jardín, de gente que no conocía de nada. Diego fue el último en llegar, dejó caer su petate y me abrazó fuerte. Estaba cambiado, había adelgazado mucho en pocos meses y era más frío, estaba muy moreno y parecía aún más rubio, sus ojos verdes resaltaban en aquel rostro renegrido. En los últimos tiempos se le dio por decir que no tiene corazón. Es el imbécil más grande que conozco, pero le adoro. Y Rober también y eso es lo que nos une, que a ambos nos parece un gilipollas adorable.
Rober es todo lo contrario de Diego. Es más alto que él, con el pelo muy negro y unas pestañas tan frondosas y tan negras que parece que se pinta la raya de los ojos. Tiene la piel bastante clara para lucir un cabello tan moreno y sus ojos, oscuros, expresivos y misteriosos, llaman la atención en ese rostro tan claro . En lo demás también son contrarios. Si uno es tolerante y calmoso, el otro es vehemente y enérgico. Son distintos en sus aficiones, en sus opiniones y en sus maneras. Pero son amigos y eso está por encima de todo.
Charlamos, brindamos, bebimos, bailamos y seguimos bebiendo. Seguimos haciendo el anormal que es lo que haces cuando bebes. Bailábamos, nos reíamos más y más y llegó un momento en que, no sé si por la alegría, la bebida o el calor, pero todo se volvió algo raro y psicodélico. Tampoco había bebido demasiado pero me parecía que la gente se movía a cámara lenta. Avisé a mis “chicos” de que no me sentía muy bien, así que abrimos un sofá cama que alguien había sacado de la casa, echamos una sábana por encima del colchón y nos tumbamos los tres boca arriba mirando las estrellas. Extraño, sí...
Me sentía aturdida, como si aquella improvisada cama flotara sobre el suelo. Me imaginaba navegando en el espacio, capturando estrellas fugaces de aquella noche de agosto, con mis dos hombrecitos a bordo. Me incorporé un poco y ahí abajo observé nuestra fiesta. La gente bailaba, reía, se abrazaban, se besaban, se frotaban… Volví a tumbarme.
Nosotros hablábamos de nadas, tonterías para reírnos. Estuvimos hablando y riendo mucho tiempo hasta que cerré los ojos y dejé de oír la música y las risas, dejé de oír el ruido de la gente y me pareció escuchar un claxon muy muy lejos. Me quedé dormida. De vez en cuando oía el canto de los grillos y una brisa muy ligera rozándome la espalda. Nunca antes había dormido con dos hombres, sentía sus cuerpos emanando calor junto al mío y el ritmo de sus respiraciones acunándome.
No sé a qué hora me desperté pero aún era de noche. Desde mis ojos entrecerrados vi que la gente había desaparecido dejando un rastro de vasos de plástico blancos por todas partes, había colillas y basura, botellas vacías y las lucecitas brillaban mortecinas desde sus alambres. Me extrañó un poco que se hubiera ido ya la gente.
- ¿Tienes frío? - me susurró Diego
- No, estoy bien, hace calor, me llega con la sábana
-¿Duermes? - le pregunté en voz baja a Rober y soltó un gruñido.
Me quedé boca arriba mirando las estrellas, hasta ese momento no me había dado cuenta de que mi vestido y mi ropa interior habían desaparecido de mi cuerpo, quizá me lo había quitado durante la noche pero no lo recordaba. Cerré los ojos y traté de acordarme de detalles de la noche anterior. Realmente había sido una noche fantástica. Me sentí tan bien con mis amigos que habían merecido la pena mis esfuerzos. Entonces le sentí. Diego me estaba besando muy suave los labios, en realidad, su gesto era más una caricia que un beso.
- Gracias, preciosa, ha sido una fiesta estupenda -
Abrí los ojos y me quedé mirándole, le sonreí.
- Te adoro, lo sabes.
Entonces sí me besó, al principio despacio, luego con más pasión. Sentí sus labios pegados a los míos irradiando fiebre y su lengua rozando la mía. Ese beso y sentir el cuerpo de Rober junto a nosotros me puso tremendamente cachonda. Mis caderas comenzaron a moverse solas a un ritmo apenas perceptible pero realmente eficiente. Apretaba mis piernas según le besaba y su lengua entraba y salía de mi lengua, contraía el culo y comencé a respirar más fuerte.
Giré la cabeza y Rober me sorprendió con otro beso.
Yo también te adoro, guapísima – y su boca se enlazó a la mía transformándome en un organismo lúbrico, mórbido y pringoso.
A partir de ese momento todo se desarrolló como algo natural. Tan natural como el agua del río escurriéndose de un arroyo a otro, brincando de poza en poza hasta llegar a un afluente más grande y más profundo. La lengua de Rober se enroscó sobre la mía mientras las manos de Diego me abrazaban la cintura y notaba su polla tórrida pegadita a mi culo... Me brotaban manos por el cuerpo que pellizcaban mis pezones suavemente, frotaban mi coño, apretaban mis muslos, labios que besaban mi boca o lenguas que se retorcían sobre mi clítoris. Me dejé llevar por la fuerza de ese torbellino que me ofrecían. Me dejé arrastrar por esa maraña de besos, de caricias, de macho, de sexo, de suciedad. Su saliva me untaba de cerdez y mi cabeza daba vueltas y vueltas. Adoré su fuerza, su virilidad, su sangre, sus ganas, el modo en que se contenían para tratarme con cuidado. Adoré el olor diferente de cada uno de ellos, el calor de su piel, su forma de moverse y de frotarse contra mi cuerpo, adoré sus pollas tiesas y abundantes, y sus cuerpos entregados a mí, efervescentes.
Me coloqué entre los dos y abracé sus pollas con mis manos. Fue intenso y extraño pajearles al tiempo y mirarles a los ojos, fue voluptuoso y gozoso. No. No era una orgía. Era una especie de rito vital para nosotros, una forma de fraternidad distinta, nos sonreíamos y nos gozábamos. No sabía a qué polla asistir, las dos tiesas y verticales, izadas ante mí para mi placer. Me incliné un poco y alcancé con mis labios la polla de Rober.
Comencé a comerle la polla lentamente, mirándole a los ojos, pasando mi lengua por todo su rabo despacito desde el capullo hasta los huevos. Lamí su rafe y metí sus cojones en mi boca y volví a subir hacia su verga llenándola cuanto pude de saliva mientras sus manos se enredaban en mi pelo. Entonces Diego se acercó también a mi boca pidiendo lo suyo. Sentí un placer penetrante con sus dos rabos ante mí, primero lamía uno, luego otro, trataban de meter sus dos vergas en mi boca, cayendo hebras de saliva desde mis labios, yo las besaba y las lamía, hasta el fondo una, hasta el fondo la otra. Chupaba y chupaba hasta sentirme a punto de correrme, emputecida por sus prepucios sonrosados y acuosos, borracha de falos y cojones, no dando abasto con la lengua, metiendo sus pollas entre mis tetas, jadeante, como una perra.
Entonces Diego se colocó tras de mí y me penetró mientras yo seguía comiéndole la polla a Rober. Me sentía goteando desde algún lugar de mí, muy hondo, muy perverso, pero al tiempo el cariño que sentía por ellos me dotaba de una ternura muy especial. Diego clavaba su polla en mi sexo con dulzura al tiempo que el rabo de Rober entraba y salía de mi boca. Nuestros gemidos se mezclaban sobre el aire, parecían orquestados para emputecernos más y más a los tres y los grillos parecieron enmudecer.
- Para, para que si sigues me voy a correr – protestó Rober – y aún quiero más de esto, más de todo.
Paré y Rober se sentó, tiró de mí y al hacerlo Diego salió de mí. Nos quedamos un momento los tres como sin saber qué hacer, pero entonces Rober me sujetó de las manos y me acercó hacia él para que me sentara sobre su verga, mientras tanto Diego acariciaba mi espalda, me besaba el cuello. Yo me sentía levitando sobre un magma de lujuria, de carne y sexo. Rober succionaba mis pezones despacito y éstos se endurecían y enviaban señales a mi coño congestionado y jugoso. La polla de Rober me penetró poco a poco, sentía toda la longitud de su rabo en mis entrañas como un hierro al rojo vivo, provocándome, saboreándome, o la sacaba para pasarla por mis labios, acariciando mis pliegues, dando golpecitos en el clítoris, y seguía pellizcando mis pezones y les daba lametones. Me terminé recostando sobre él, mis tetas colgaban sobre él rozando su pecho y entonces sentí la boca de Diego mordiéndome el culo, lamiéndolo, acariciándolo, abriéndolo con las manos.
La sensación de guarrería que me inundó al sentir la lengua de Diego en el culo y el rabo de Rober follándome fue increíble. La polla de Rober se clavaba en mi coño y nuestros movimientos frotaban mi clítoris al tiempo al estar encajada sobre Rober, mientras, la lengua de Diego me llenaba de saliva el culo y sentía escalofríos recorriéndome la columna, bajando por mis piernas. Cuando mi culo estuvo bien lubricado Diego pasó su glande por mi culo y comenzó a empujar despacio. Poco a poco fue metiendo su rabo en mi culo y noté que mi cuerpo ya no era mío. Era de ellos. Me sentía llena, plena, atendida, protegida por algo superior. Nuestros cuerpos sudorosos se movían armoniosamente como si hubiéramos ensayado una coreografía, cuando Diego se apretaba contra mí, yo elevaba mi culo ligeramente y Robert alzaba la cadera. Advertí sus dos pollas dentro restregándose contra mí, frotándome esa fina película de alma entre mi coño y mi culo, notaba hervir mi sangre y una presión enorme dentro de mi pecho.
Sentía sus pollas dentro de mi cuerpo como alimañas escondidas en mi interior, cobijándose de todo aquello que se hallase fuera. Me acariciaban y me rompían al tiempo. Sus gemidos y los míos brotaban de nuestras bocas resonando en el silencio del campo como un eco sordo, herido por el placer. Nuestros cuerpos chorreaban sudor, saliva, sexo, enredados en una maraña de desenfreno y lascivia, abrazados los tres en nuestro exceso, entregados a nuestra concupiscencia.
Me corrí primero yo, sentí mi orgasmo como un rayo rasgándome desde la cabeza hasta el culo, ambos me incitaban y me decían ternuras. Tan pronto me gritaba uno “vamos, guarra, vamos” con voz autoritaria, como el otro me susurraba “dios, que dulce eres, que dulce…”, ambos me acariciaban mientras me follaban, Rober me miraba a los ojos o Diego me apretaba las manos. Mientras mi corrida se extendía por el resto de mi cuerpo, Rober comenzó a jadear y sus movimientos se volvieron notablemente más bruscos, por el ritmo de sus temblores y el tono de sus gemidos intuí que se estaba corriendo; luego se corrió Diego, después de varias sacudidas, salió de mí, se sacó el condón para llenarme los cachetes del culo de su lefa aún caliente y me decía “me corro, preciosa, me corro”.
Nos quedamos los tres abrazados en aquella cama, tirados unos sobre otros, con los restos de ardores impregnándonos, los tres enamorados y perdidos, los tres queriéndonos y sin querer, en una noche mágica que no se volvería a repetir…en aquella casa.
Creo que nunca llegué a saber como se conocieron Rober y Diego, puede que desde niños. Ni siquiera recuerdo en qué momento llegué a hacerme tan amiga de Diego ni tan amiga de Rober. Pero cada vez que iba por Madrid siempre volvía a ellos. Para mí eran una especie de amigos-primos con quien tenía una complicidad extraordinaria, y siempre que nos juntábamos hablábamos de todo y nos reíamos muchísimo. Había sido un mal año para Diego, por eso Rober estaba tan entusiasmado como yo con la fiesta.
Fueron llegando unos y otros y venían con bebida o cosas para comer. Le puse otra copa a Rober y le invité a comer algo. Hacía muchísimo calor. Ya eran más de las once y medía y Diego no llegaba. Estuvimos hablando de cómics, de música y de pelis mientras hacíamos daikiris de fresa. Una gilipollez. Cada vez llegaban más amigos de amigos hasta llenarse todo el jardín, o lo que en su día fue el jardín, de gente que no conocía de nada. Diego fue el último en llegar, dejó caer su petate y me abrazó fuerte. Estaba cambiado, había adelgazado mucho en pocos meses y era más frío, estaba muy moreno y parecía aún más rubio, sus ojos verdes resaltaban en aquel rostro renegrido. En los últimos tiempos se le dio por decir que no tiene corazón. Es el imbécil más grande que conozco, pero le adoro. Y Rober también y eso es lo que nos une, que a ambos nos parece un gilipollas adorable.
Rober es todo lo contrario de Diego. Es más alto que él, con el pelo muy negro y unas pestañas tan frondosas y tan negras que parece que se pinta la raya de los ojos. Tiene la piel bastante clara para lucir un cabello tan moreno y sus ojos, oscuros, expresivos y misteriosos, llaman la atención en ese rostro tan claro . En lo demás también son contrarios. Si uno es tolerante y calmoso, el otro es vehemente y enérgico. Son distintos en sus aficiones, en sus opiniones y en sus maneras. Pero son amigos y eso está por encima de todo.
Charlamos, brindamos, bebimos, bailamos y seguimos bebiendo. Seguimos haciendo el anormal que es lo que haces cuando bebes. Bailábamos, nos reíamos más y más y llegó un momento en que, no sé si por la alegría, la bebida o el calor, pero todo se volvió algo raro y psicodélico. Tampoco había bebido demasiado pero me parecía que la gente se movía a cámara lenta. Avisé a mis “chicos” de que no me sentía muy bien, así que abrimos un sofá cama que alguien había sacado de la casa, echamos una sábana por encima del colchón y nos tumbamos los tres boca arriba mirando las estrellas. Extraño, sí...
Nosotros hablábamos de nadas, tonterías para reírnos. Estuvimos hablando y riendo mucho tiempo hasta que cerré los ojos y dejé de oír la música y las risas, dejé de oír el ruido de la gente y me pareció escuchar un claxon muy muy lejos. Me quedé dormida. De vez en cuando oía el canto de los grillos y una brisa muy ligera rozándome la espalda. Nunca antes había dormido con dos hombres, sentía sus cuerpos emanando calor junto al mío y el ritmo de sus respiraciones acunándome.
No sé a qué hora me desperté pero aún era de noche. Desde mis ojos entrecerrados vi que la gente había desaparecido dejando un rastro de vasos de plástico blancos por todas partes, había colillas y basura, botellas vacías y las lucecitas brillaban mortecinas desde sus alambres. Me extrañó un poco que se hubiera ido ya la gente.
- ¿Tienes frío? - me susurró Diego
- No, estoy bien, hace calor, me llega con la sábana
-¿Duermes? - le pregunté en voz baja a Rober y soltó un gruñido.
Me quedé boca arriba mirando las estrellas, hasta ese momento no me había dado cuenta de que mi vestido y mi ropa interior habían desaparecido de mi cuerpo, quizá me lo había quitado durante la noche pero no lo recordaba. Cerré los ojos y traté de acordarme de detalles de la noche anterior. Realmente había sido una noche fantástica. Me sentí tan bien con mis amigos que habían merecido la pena mis esfuerzos. Entonces le sentí. Diego me estaba besando muy suave los labios, en realidad, su gesto era más una caricia que un beso.
- Gracias, preciosa, ha sido una fiesta estupenda -
Abrí los ojos y me quedé mirándole, le sonreí.
- Te adoro, lo sabes.
Entonces sí me besó, al principio despacio, luego con más pasión. Sentí sus labios pegados a los míos irradiando fiebre y su lengua rozando la mía. Ese beso y sentir el cuerpo de Rober junto a nosotros me puso tremendamente cachonda. Mis caderas comenzaron a moverse solas a un ritmo apenas perceptible pero realmente eficiente. Apretaba mis piernas según le besaba y su lengua entraba y salía de mi lengua, contraía el culo y comencé a respirar más fuerte.
Giré la cabeza y Rober me sorprendió con otro beso.
Yo también te adoro, guapísima – y su boca se enlazó a la mía transformándome en un organismo lúbrico, mórbido y pringoso.
A partir de ese momento todo se desarrolló como algo natural. Tan natural como el agua del río escurriéndose de un arroyo a otro, brincando de poza en poza hasta llegar a un afluente más grande y más profundo. La lengua de Rober se enroscó sobre la mía mientras las manos de Diego me abrazaban la cintura y notaba su polla tórrida pegadita a mi culo... Me brotaban manos por el cuerpo que pellizcaban mis pezones suavemente, frotaban mi coño, apretaban mis muslos, labios que besaban mi boca o lenguas que se retorcían sobre mi clítoris. Me dejé llevar por la fuerza de ese torbellino que me ofrecían. Me dejé arrastrar por esa maraña de besos, de caricias, de macho, de sexo, de suciedad. Su saliva me untaba de cerdez y mi cabeza daba vueltas y vueltas. Adoré su fuerza, su virilidad, su sangre, sus ganas, el modo en que se contenían para tratarme con cuidado. Adoré el olor diferente de cada uno de ellos, el calor de su piel, su forma de moverse y de frotarse contra mi cuerpo, adoré sus pollas tiesas y abundantes, y sus cuerpos entregados a mí, efervescentes.
Me coloqué entre los dos y abracé sus pollas con mis manos. Fue intenso y extraño pajearles al tiempo y mirarles a los ojos, fue voluptuoso y gozoso. No. No era una orgía. Era una especie de rito vital para nosotros, una forma de fraternidad distinta, nos sonreíamos y nos gozábamos. No sabía a qué polla asistir, las dos tiesas y verticales, izadas ante mí para mi placer. Me incliné un poco y alcancé con mis labios la polla de Rober.
Comencé a comerle la polla lentamente, mirándole a los ojos, pasando mi lengua por todo su rabo despacito desde el capullo hasta los huevos. Lamí su rafe y metí sus cojones en mi boca y volví a subir hacia su verga llenándola cuanto pude de saliva mientras sus manos se enredaban en mi pelo. Entonces Diego se acercó también a mi boca pidiendo lo suyo. Sentí un placer penetrante con sus dos rabos ante mí, primero lamía uno, luego otro, trataban de meter sus dos vergas en mi boca, cayendo hebras de saliva desde mis labios, yo las besaba y las lamía, hasta el fondo una, hasta el fondo la otra. Chupaba y chupaba hasta sentirme a punto de correrme, emputecida por sus prepucios sonrosados y acuosos, borracha de falos y cojones, no dando abasto con la lengua, metiendo sus pollas entre mis tetas, jadeante, como una perra.
Entonces Diego se colocó tras de mí y me penetró mientras yo seguía comiéndole la polla a Rober. Me sentía goteando desde algún lugar de mí, muy hondo, muy perverso, pero al tiempo el cariño que sentía por ellos me dotaba de una ternura muy especial. Diego clavaba su polla en mi sexo con dulzura al tiempo que el rabo de Rober entraba y salía de mi boca. Nuestros gemidos se mezclaban sobre el aire, parecían orquestados para emputecernos más y más a los tres y los grillos parecieron enmudecer.
- Para, para que si sigues me voy a correr – protestó Rober – y aún quiero más de esto, más de todo.
Paré y Rober se sentó, tiró de mí y al hacerlo Diego salió de mí. Nos quedamos un momento los tres como sin saber qué hacer, pero entonces Rober me sujetó de las manos y me acercó hacia él para que me sentara sobre su verga, mientras tanto Diego acariciaba mi espalda, me besaba el cuello. Yo me sentía levitando sobre un magma de lujuria, de carne y sexo. Rober succionaba mis pezones despacito y éstos se endurecían y enviaban señales a mi coño congestionado y jugoso. La polla de Rober me penetró poco a poco, sentía toda la longitud de su rabo en mis entrañas como un hierro al rojo vivo, provocándome, saboreándome, o la sacaba para pasarla por mis labios, acariciando mis pliegues, dando golpecitos en el clítoris, y seguía pellizcando mis pezones y les daba lametones. Me terminé recostando sobre él, mis tetas colgaban sobre él rozando su pecho y entonces sentí la boca de Diego mordiéndome el culo, lamiéndolo, acariciándolo, abriéndolo con las manos.
La sensación de guarrería que me inundó al sentir la lengua de Diego en el culo y el rabo de Rober follándome fue increíble. La polla de Rober se clavaba en mi coño y nuestros movimientos frotaban mi clítoris al tiempo al estar encajada sobre Rober, mientras, la lengua de Diego me llenaba de saliva el culo y sentía escalofríos recorriéndome la columna, bajando por mis piernas. Cuando mi culo estuvo bien lubricado Diego pasó su glande por mi culo y comenzó a empujar despacio. Poco a poco fue metiendo su rabo en mi culo y noté que mi cuerpo ya no era mío. Era de ellos. Me sentía llena, plena, atendida, protegida por algo superior. Nuestros cuerpos sudorosos se movían armoniosamente como si hubiéramos ensayado una coreografía, cuando Diego se apretaba contra mí, yo elevaba mi culo ligeramente y Robert alzaba la cadera. Advertí sus dos pollas dentro restregándose contra mí, frotándome esa fina película de alma entre mi coño y mi culo, notaba hervir mi sangre y una presión enorme dentro de mi pecho.
Sentía sus pollas dentro de mi cuerpo como alimañas escondidas en mi interior, cobijándose de todo aquello que se hallase fuera. Me acariciaban y me rompían al tiempo. Sus gemidos y los míos brotaban de nuestras bocas resonando en el silencio del campo como un eco sordo, herido por el placer. Nuestros cuerpos chorreaban sudor, saliva, sexo, enredados en una maraña de desenfreno y lascivia, abrazados los tres en nuestro exceso, entregados a nuestra concupiscencia.
Nos quedamos los tres abrazados en aquella cama, tirados unos sobre otros, con los restos de ardores impregnándonos, los tres enamorados y perdidos, los tres queriéndonos y sin querer, en una noche mágica que no se volvería a repetir…en aquella casa.