viernes, 25 de septiembre de 2020

LA CASA

 




Hacía siglos que no abríamos la casa. Siempre me gustó el aspecto extravagante de que la dotamos. Como casi todo en mi familia. Raro. No deja de sorprenderme que aún siga en pie. Dicen que mi abuelo se la ganó a un coronel jugando al julepe pero yo no lo creí nunca. 


Solo había tres casas más y eran eso: chalets. La nuestra era un sin dios, un híbrido, una quimera compuesta por un chalé, casita en el árbol y un caserón parecido al de Psicosis en medio de la nada, por lo visto en principio había sido una casa grande a la que se le fueron añadiendo construcciones con los años. Desde luego tenía un halo diferente, distinto a todo, y además tenía algo nuestro, de cada uno de nosotros y de todos juntos. Mentiría si dijera que era bonita, de hecho creo que es una de las casas más feas que haya visto en mi vida, quitando esos pazos horteras imitando castillos, forrados de granito con sus almenas incluidas en plan “La venganza de Don Mendo” de los capos gallegos de las Rías Baixas. 

Siempre me gustó de mis padres su escasa necesidad de presumir, por el contrario, detestaba el empeño que ponían en hacernos trabajar. Durante años gran parte de nuestros veranos consistieron en cavar, sacar rastrojos, regar, pintar vallas, transportar cachivaches y cosas así. De todos sus esfuerzos salió una casa rarísima, pero maravillosa y extraña, que nadie quiso comprarnos nunca. Creo que cada uno de nosotros le aportamos algo a aquella casa, no me refiero solo al aspecto, sino a su esencia. 


Nos costó bastante adecentarla un poco. A mi padre casi le dio un síncope cuando supo que la íbamos a limpiar y a quedarnos unos días. Es extraño volver a los lugares donde creciste y te hiciste heridas. Son como siempre pero ya no lo parecen, quizá porque cambiamos más de lo que somos capaces de admitir. 


Diego me dijo que llegaría sobre las once, que comprara unas cocacolas que él mandaría traer el ron y el whisky. Como no me fío de él ni un pelo llamé a Rober, su mejor amigo, y me dijo que no me preocupara que él ya se estaba encargando de todo. Mientras le esperaba puse algo de música pero llegó al poco con botellas y me dijo que la gente iría trayendo más y que unos amigos irían invitando a otros.

 No tenía mucha importancia, sobre todo porque la fiesta iba a ser fuera. Me importaba un pito quien viniera con tal de estar con Diego y Rober. Hacía una noche de mucho calor, de esas que las flores despiden un aroma tan fuerte que casi marea y los grillos no paran de cantar. Los colegas de Rober estuvieron sacando al jardín sillas, hamacas, cojines grandes y un sofá cama, colocaron varias hileras de bombillas pequeñitas, como de Navidad para que para que pudiéramos ver algo, aunque apenas daban luz, también sacaron unos bafles enormes conectados a un mp3 diminuto. Abrí unas banderillas mientras me tomaba una copa con Rober y charlamos. 


Creo que nunca llegué a saber como se conocieron Rober y Diego, puede que desde niños. Ni siquiera recuerdo en qué momento llegué a hacerme tan amiga de Diego ni tan amiga de Rober. Pero cada vez que iba por Madrid siempre volvía a ellos. Para mí eran una especie de amigos-primos con quien tenía una complicidad extraordinaria, y siempre que nos juntábamos hablábamos de todo y nos reíamos muchísimo. Había sido un mal año para Diego, por eso Rober estaba tan entusiasmado como yo con la fiesta.


Fueron llegando unos y otros y venían con bebida o cosas para comer. Le puse otra copa a Rober y le invité a comer algo. Hacía muchísimo calor. Ya eran más de las once y medía y Diego no llegaba. Estuvimos hablando de cómics, de música y de pelis mientras hacíamos daikiris de fresa. Una gilipollez. Cada vez llegaban más amigos de amigos hasta llenarse todo el jardín, o lo que en su día fue el jardín, de gente que no conocía de nada. Diego fue el último en llegar, dejó caer su petate y me abrazó fuerte. Estaba cambiado, había adelgazado mucho en pocos meses y era más frío, estaba muy moreno y parecía aún más rubio, sus ojos verdes resaltaban en aquel rostro renegrido. En los últimos tiempos se le dio por decir que no tiene corazón. Es el imbécil más grande que conozco, pero le adoro. Y Rober también y eso es lo que nos une, que a ambos nos parece un gilipollas adorable.


Rober es todo lo contrario de Diego. Es más alto que él, con el pelo muy negro y unas pestañas tan frondosas y tan negras que parece que se pinta la raya de los ojos. Tiene la piel bastante clara para lucir un cabello tan moreno y sus ojos, oscuros, expresivos y misteriosos, llaman la atención en ese rostro tan claro . En lo demás también son contrarios. Si uno es tolerante y calmoso, el otro es vehemente y enérgico. Son distintos en sus aficiones, en sus opiniones y en sus maneras. Pero son amigos y eso está por encima de todo. 


Charlamos, brindamos, bebimos, bailamos y seguimos bebiendo. Seguimos haciendo el anormal que es lo que haces cuando bebes. Bailábamos, nos reíamos más y más y llegó un momento en que, no sé si por la alegría, la bebida o el calor, pero todo se volvió algo raro y psicodélico. Tampoco había bebido demasiado pero me parecía que la gente se movía a cámara lenta. Avisé a mis “chicos” de que no me sentía muy bien, así que abrimos un sofá cama que alguien había sacado de la casa, echamos una sábana por encima del colchón y nos tumbamos los tres boca arriba mirando las estrellas. Extraño, sí...



Me sentía aturdida, como si aquella improvisada cama flotara sobre el suelo. Me imaginaba navegando en el espacio, capturando estrellas fugaces de aquella noche de agosto, con mis dos hombrecitos a bordo. Me incorporé un poco y ahí abajo observé nuestra fiesta. La gente bailaba, reía, se abrazaban, se besaban, se frotaban… Volví a tumbarme.


Nosotros hablábamos de nadas, tonterías para reírnos. Estuvimos hablando y riendo mucho tiempo hasta que cerré los ojos y dejé de oír la música y las risas, dejé de oír el ruido de la gente y me pareció escuchar un claxon muy muy lejos. Me quedé dormida. De vez en cuando oía el canto de los grillos y una brisa muy ligera rozándome la espalda. Nunca antes había dormido con dos hombres, sentía sus cuerpos emanando calor junto al mío y el ritmo de sus respiraciones acunándome.


No sé a qué hora me desperté pero aún era de noche. Desde mis ojos entrecerrados vi que la gente había desaparecido dejando un rastro de vasos de plástico blancos por todas partes, había colillas y basura, botellas vacías y las lucecitas brillaban mortecinas desde sus alambres. Me extrañó un poco que se hubiera ido ya la gente.


- ¿Tienes frío? - me susurró Diego
No, estoy bien, hace calor, me llega con la sábana
-¿Duermes? - le pregunté en voz baja a Rober y soltó un gruñido.


Me quedé boca arriba mirando las estrellas, hasta ese momento no me había dado cuenta de que mi vestido y mi ropa interior habían desaparecido de mi cuerpo, quizá me lo había quitado durante la noche pero no lo recordaba. Cerré los ojos y traté de acordarme de detalles de la noche anterior. Realmente había sido una noche fantástica. Me sentí tan bien con mis amigos que habían merecido la pena mis esfuerzos. Entonces le sentí. Diego me estaba besando muy suave los labios, en realidad, su gesto era más una caricia que un beso. 


Gracias, preciosa, ha sido una fiesta estupenda -


Abrí los ojos y me quedé mirándole, le sonreí.


- Te adoro, lo sabes.


Entonces sí me besó, al principio despacio, luego con más pasión. Sentí sus labios pegados a los míos irradiando fiebre y su lengua rozando la mía. Ese beso y sentir el cuerpo de Rober junto a nosotros me puso tremendamente cachonda. Mis caderas comenzaron a moverse solas a un ritmo apenas perceptible pero realmente eficiente. Apretaba mis piernas según le besaba y su lengua entraba y salía de mi lengua, contraía el culo y comencé a respirar más fuerte. 


Giré la cabeza y Rober me sorprendió con otro beso.


Yo también te adoro, guapísima – y su boca se enlazó a la mía transformándome en un organismo lúbrico, mórbido y pringoso. 


A partir de ese momento todo se desarrolló como algo natural. Tan natural como el agua del río escurriéndose de un arroyo a otro, brincando de poza en poza hasta llegar a un afluente más grande y más profundo. La lengua de Rober se enroscó sobre la mía mientras las manos de Diego me abrazaban la cintura y notaba su polla tórrida pegadita a mi culo... Me brotaban manos por el cuerpo que pellizcaban mis pezones suavemente, frotaban mi coño, apretaban mis muslos, labios que besaban mi boca o lenguas que se retorcían sobre mi clítoris. Me dejé llevar por la fuerza de ese torbellino que me ofrecían. Me dejé arrastrar por esa maraña de besos, de caricias, de macho, de sexo, de suciedad. Su saliva me untaba de cerdez y mi cabeza daba vueltas y vueltas. Adoré su fuerza, su virilidad, su sangre, sus ganas, el modo en que se contenían para tratarme con cuidado. Adoré el olor diferente de cada uno de ellos, el calor de su piel, su forma de moverse y de frotarse contra mi cuerpo, adoré sus pollas tiesas y abundantes, y sus cuerpos entregados a mí, efervescentes. 

Me coloqué entre los dos y abracé sus pollas con mis manos. Fue intenso y extraño pajearles al tiempo y mirarles a los ojos, fue voluptuoso y gozoso. No. No era una orgía. Era una especie de rito vital para nosotros, una forma de fraternidad distinta, nos sonreíamos y nos gozábamos. No sabía a qué polla asistir, las dos tiesas y verticales, izadas ante mí para mi placer. Me incliné un poco y alcancé con mis labios la polla de Rober.


Comencé a comerle la polla lentamente, mirándole a los ojos, pasando mi lengua por todo su rabo despacito desde el capullo hasta los huevos. Lamí su rafe y metí sus cojones en mi boca y volví a subir hacia su verga llenándola cuanto pude de saliva mientras sus manos se enredaban en mi pelo. Entonces Diego se acercó también a mi boca pidiendo lo suyo. Sentí un placer penetrante con sus dos rabos ante mí, primero lamía uno, luego otro, trataban de meter sus dos vergas en mi boca, cayendo hebras de saliva desde mis labios, yo las besaba y las lamía, hasta el fondo una, hasta el fondo la otra. Chupaba y chupaba hasta sentirme a punto de correrme, emputecida por sus prepucios sonrosados y acuosos, borracha de falos y cojones, no dando abasto con la lengua, metiendo sus pollas entre mis tetas, jadeante, como una perra.


Entonces Diego se colocó tras de mí y me penetró mientras yo seguía comiéndole la polla a Rober. Me sentía goteando desde algún lugar de mí, muy hondo, muy perverso, pero al tiempo el cariño que sentía por ellos me dotaba de una ternura muy especial. Diego clavaba su polla en mi sexo con dulzura al tiempo que el rabo de Rober entraba y salía de mi boca. Nuestros gemidos se mezclaban sobre el aire, parecían orquestados para emputecernos más y más a los tres y los grillos parecieron enmudecer.


Para, para que si sigues me voy a correr – protestó Rober – y aún quiero más de esto, más de todo.


Paré y Rober se sentó, tiró de mí y al hacerlo Diego salió de mí. Nos quedamos un momento los tres como sin saber qué hacer, pero entonces Rober me sujetó de las manos y me acercó hacia él para que me sentara sobre su verga, mientras tanto Diego acariciaba mi espalda, me besaba el cuello. Yo me sentía levitando sobre un magma de lujuria, de carne y sexo. Rober succionaba mis pezones despacito y éstos se endurecían y enviaban señales a mi coño congestionado y jugoso. La polla de Rober me penetró poco a poco, sentía toda la longitud de su rabo en mis entrañas como un hierro al rojo vivo, provocándome, saboreándome, o la sacaba para pasarla por mis labios, acariciando mis pliegues, dando golpecitos en el clítoris, y seguía pellizcando mis pezones y les daba lametones. Me terminé recostando sobre él, mis tetas colgaban sobre él rozando su pecho y entonces sentí la boca de Diego mordiéndome el culo, lamiéndolo, acariciándolo, abriéndolo con las manos.


La sensación de guarrería que me inundó al sentir la lengua de Diego en el culo y el rabo de Rober follándome fue increíble. La polla de Rober se clavaba en mi coño y nuestros movimientos frotaban mi clítoris al tiempo al estar encajada sobre Rober, mientras, la lengua de Diego me llenaba de saliva el culo y sentía escalofríos recorriéndome la columna, bajando por mis piernas. Cuando mi culo estuvo bien lubricado Diego pasó su glande por mi culo y comenzó a empujar despacio. Poco a poco fue metiendo su rabo en mi culo y noté que mi cuerpo ya no era mío. Era de ellos. Me sentía llena, plena, atendida, protegida por algo superior. Nuestros cuerpos sudorosos se movían armoniosamente como si hubiéramos ensayado una coreografía, cuando Diego se apretaba contra mí, yo elevaba mi culo ligeramente y Robert alzaba la cadera. Advertí sus dos pollas dentro restregándose contra mí, frotándome esa fina película de alma entre mi coño y mi culo, notaba hervir mi sangre y una presión enorme dentro de mi pecho.


Sentía sus pollas dentro de mi cuerpo como alimañas escondidas en mi interior, cobijándose de todo aquello que se hallase fuera. Me acariciaban y me rompían al tiempo. Sus gemidos y los míos brotaban de nuestras bocas resonando en el silencio del campo como un eco sordo, herido por el placer. Nuestros cuerpos chorreaban sudor, saliva, sexo, enredados en una maraña de desenfreno y lascivia, abrazados los tres en nuestro exceso, entregados a nuestra concupiscencia.



Me corrí primero yo, sentí mi orgasmo como un rayo rasgándome desde la cabeza hasta el culo, ambos me incitaban y me decían ternuras. Tan pronto me gritaba uno “vamos, guarra, vamos” con voz autoritaria, como el otro me susurraba “dios, que dulce eres, que dulce…”, ambos me acariciaban mientras me follaban, Rober me miraba a los ojos o Diego me apretaba las manos. Mientras mi corrida se extendía por el resto de mi cuerpo, Rober comenzó a jadear y sus movimientos se volvieron notablemente más bruscos, por el ritmo de sus temblores y el tono de sus gemidos intuí que se estaba corriendo; luego se corrió Diego, después de varias sacudidas, salió de mí, se sacó el condón para llenarme los cachetes del culo de su lefa aún caliente y me decía “me corro, preciosa, me corro”.


Nos quedamos los tres abrazados en aquella cama, tirados unos sobre otros, con los restos de ardores impregnándonos, los tres enamorados y perdidos, los tres queriéndonos y sin querer, en una noche mágica que no se volvería a repetir…en aquella casa. 


martes, 25 de agosto de 2020

TODA LA NOCHE






Estoy hipnotizada. Lo sé. Lo siento mientras mi coño trata de volver a su sitio y me susurra que me he dejado alcanzar por una mujer araña. Vengo de follarte. De masturbarme contigo en la boca y tu dedos en algún lugar de mi coño, o de mi culo, o de ambos, un lugar inexacto pero jodidamente certero. Vuelvo a mi nube. A ese vapor donde me gusta derretirme, imaginarme, volver a hacerme. Soy sexo. Soy yo. Soy una piel inagotable buscando, buscándote. Quisiera poder encontrar el modo de expresarme adecuadamente, para hallar las sensaciones con las que tantas veces me inundas. Las mismas que a menudo me mojan los muslos, las mismas con las que me masturbo y te llevo a mi cama vacía.


Pero no sé si las palabras pueden servirme para mostrarte como te pienso. No puedo saberlo. Solo puedo atender a lo que siento, a cómo tu imagen revienta en mi boca, a la fe que tiene mi piel en disolverse con tus labios, a lo que tu olor provoca en mi cabeza, mareándome, llenándome de dedos y saliva. Es cierto. No puedo negarlo. El olor de tu coño me llega a bocanadas y se enreda en mis fantasías, en infinitas escenas contigo en las que te beso y te muerdo y me dejo llevar por mi lujuria. En escenas en las que me muero por morirme contigo entre jadeos. Respiro. Cojo aire.


Quisiera poder ser la Sherezade de tus cuentos y narrarte como si fueras la heroína de mis Mil juegos y una noche. Podría contar como se me estruja el coño de soñarlo hasta gotearse entero. Podrías hacer que me ataras en un magnífico shibari y me usaras a tu antojo hasta hacerme morir de gusto. Podría deshacerme y volver a construirme en cada una de mis fantasías mientras me pajeo como una colegiala imaginando cómo nos hacemos carne para disgregarnos en deseo. Tengo cientos de escenas para cada uno de mis cuentos y es probable que las quiera todas. Y en todas, tu imagen recorre mi médula, tu coño salvaje y pelirojo, tus labios cereza manchándome los labios, tus plácidas y caucásicas tetas, tu coño, tu magnífico, perverso e infinito coño…


En uno de esos cuentos (que voy a partir en pedazos como si fuera un asesina en serie de cuentos) es de noche. Es de noche porque me gusta suponerte entre sombras y me gusta pensar que hay silencio y mucho tiempo por delante. Además la noche hace que tu piel resplandezca (y tu piel me gusta mucho) y se nuble un poco lo demás. Yo te espero ansiosa y totalmente desnuda sobre una cama. Me gusta sentir el tacto frío de unas sábanas cuando estoy caliente. Me gusta el tacto de mi desnudez cuando choca contra la nada. Quizá porque mi desnudez me hace sentirme más yo. Quizá porque es una forma evidente de que puedas tomarme. 

Es de noche, me haces esperarte un poco porque te gusta ponerme nerviosa. Hace calor, la ventana está abierta de par en par, se oye a la gente hablar desde la calle. Me llega ese olor macizo y caliente de las aceras. Recibo un sms tuyo:" - Ya llego, ve preparándote." Me sonrío. Estoy más que preparada. Me acaricio. Mi cuerpo está encendido y ya derrochado en esa cama. Con la punta de mis dedos acaricio mi pecho, bajo por la cintura y los hago girar sin sentido sobre mi piel, nerviosos, ansiosos de ti. Paso la palma de la mano por mis pezones, apenas si los rozo mientras mi coño gruñe de ansia, arqueo la espalda, muevo las caderas. Te deseo.


Llegas. Me susurras desde la puerta que ya estás, que has llegado. Te recuestas sobre mí y me besas con dulzura. Te desnudas lentamente en la penumbra, te alcanzan los rayos de esas farolas de luz metálica y extraña que hace que tu cuerpo irradie como una erupción de rayos gamma. Tu piel toma un aspecto irreal, estas divina. Yo no paro de tocarme. Mi clítoris abultado gira y gira en movimientos casi mecánicos, hipnotizado como yo ante la visión que lo aviva. Siento escalofríos. Deseo comerte poro a poro. Ven. Te digo. Pero no vienes. Te acercas a la ventana y miras hacia fuera… (Buff, nena, que ganas tengo de morderte el culo) - ¿Te has fijado que si enciendo la luz…podrían vernos desde afuera? – me dices. Te miro. Me provocas. Nos sonreímos maliciosas. Zas. Enciendes.


A partir de ahí enloquecemos. Carne. Ganas. Bocas. Hambre. Sexo.

Tu piel palpita en mi lengua con la mágica suavidad de la fruta, acariciando mi boca. Inflándome de ti y de mis ganas. Me gusta sentir el peso de tus pechos en las manos, y la forma en que te excitas y arqueas cuando lamo tus pezones. Los estiro, soplo sobre ellos. Me correspondes. Abarcas con tu boca mis tetas enormes. Me vuelve loca. Una culebra de electricidad me recorre el cuerpo. Me vuelven literalmente loca todos tus mimos, tus lamidas abrasan mis pezones, los pellizcas, más, más fuerte, un gemido se hace grito a través de mis labios, mis caderas no dejan de moverse como si estuvieran tomando parte en el hechizo…estoy dejándome caer, lo siento,  quiero dejarme ir hasta reventar.


Tu coño derramándose en mi boca como una anémona infinita. Tu coño blando y jugoso abrasándome los labios y haciéndome caricias en la lengua. Tu cuerpo sacudido y acabado por esta lujuria que no me cabe dentro. Por esta zorra absoluta que te desea inmensa.


Tus dedos acarician mi clítoris, su tacto tierno y maleable me desborda, son hábiles como pequeños algoritmos con precisas instrucciones. Mi coño grita con ellos, muy loco.. y mi viscosidad habla por sí sola retorciendose en hilos de mujer araña. Los siento ardiendo por dentro. Buscándome, encontrándome en un bucle donde me encanta enredarme. Los siento provocándome, agitándome en una mecánica perfecta, con la presión justa de tus dedos y la velocidad idónea.

De cuando en cuando haces una mínima pausa, como para sorprenderme y vuelves ensimismada a tu tarea. Tiemblo. Aprieto los ojos. No me cabe el aire. Siento que mis gemidos te vuelven aún más cachonda y eso me pone muchísimo. Lo sientes. Sientes cómo aflojo, y me dejo, y me hundo en todo ese placer urdido. Sientes mi cuerpo temblar junto al tuyo. Y yo siento mis putas células vibrando febriles dentro de mí. Haciéndose más mías.

Hay algo irritante en esta escena. Algo jodidamente urticante mordiéndome las vértebras. Algo que llega hasta mi coxis y me alcanza el culo. Mi orgasmo espera justo en el borde de mi coño. Pero dentro. Espera enajenado y gozoso…Y estalla, estalla en el centro de mi vientre, abriéndolo, esponjándolo, haciéndome efervescente. Burbujas de gemidos corren por mi garganta mientras gimo mi placer. Quiero más.


Mis manos amasando la redondez de tu culo, modelando tus curvas en dos mitades, abriéndote de gusto y de lascivia. Mi lengua te penetra y te agitas. Me gusta comerte con mi hambre, con mi boca, con mis dedos,  me gusta comerte entera. Lamo ávida tu culo. Mi lengua se desliza por tu raja. Tu ano se constriñe. Busco tus labios, y finjo ser una gata en celo que no quiere dejar de lamer lo que derramas.

Te follo con la lengua y con los dedos. Tu coño me sabe dulce y picante como el jengibre. Cuanto más te follo más te deseo. Deseo darte placer.  Tú sigues boca abajo retorciéndote, con tu culo en alto mostrándome tu coño deseoso, haciendo girar las caderas con movimientos dolorosamente fascinantes y con un efecto narcótico sobre mí. Estás muy excitada. Quieres más y más. Estamos las dos cerdísimas, revolcándonos de gusto. Tus tetas oscilan ante mis ojos mientras tu coño se estremece y mis ojos acuosos te perciben grandiosa. Te veo enorme. Te corres formidable. Sudamos. Gritas. Me deshago. Vibramos. Miramos hacia la ventana. Nos sonreímos. Nos echamos a reír…


Hay más trozos de este sueño desmembrado sacudiéndose en mi pensamiento como si fuera un pez doblándose fuera del agua. Pero en todos estos fragmentos estoy hechizada. En todos me dejo llevar y te llevo atrapada por un poderoso hipnótico. En todos soy sexo desbordado y eres tú quien me hace enloquecer, tramando posibilidades, planeando morbo, tejiendo esa red de sueños en la que tan lúbricamente me envuelvo, y me hundo, y mojo mis muslos concibiendo más y más cuentos para ti.


miércoles, 12 de agosto de 2020

ORIGEN

 



Quiero deshilachar esta historia tirando del último hilo de esta urdimbre, deshaciendo el final de esta trama desde su desenlace hasta su origen hasta que no quede más que ese temblor al final de mí, cuando ya todo es pasado.



Estamos solos y en silencio, estamos solos y cautivos, sumergidos en esa soledad única de sentirnos uno con el mundo, ambos fundidos en “nosotros”, en un cuartito caluroso y húmedo. Solo se oyen los últimos resuellos de nuestros jadeos agrietados por el goce de un orgasmo. Sobre la penumbra flotan hebras de luz que se proyectan desde los reducidos agujeros de la persiana hasta nuestra piel estremecida y desnuda. Estamos enlazados, cansados y gozosos, el uno sobre el otro, recobrando poco a poco el aire. Su boca jadea junto a la mía exhalando los vapores que han dejado nuestros cuerpos sudorosos y exaltados, hemos exudado vicio y secreciones, nos hemos entregado a la seducción y a la lujuria, hemos indagado en cada rincón de nuestra humanidad, en el misterio de eso que somos cuando realmente somos nosotros mismos, cuando dejamos a nuestro organismo extenderse, vibrar y ser delirio y arrebato. 

Nuestros cuerpos se sacuden reconociéndose a duras penas en esa maraña que deja el éxtasis. Hemos hecho el amor y hemos combatido por el fuego, hemos sido sucios y extremadamente puros. Sobre mi piel se escurren los restos de su placer y siento el frío tacto de su esperma que empieza a coagularse; entre mis muslos gotean los restos de mis humedades, los posos de ese placer mío que parece horadarme poco a poco como el agua lo hace en la piedra con el tiempo. A veces un hombre puede elevarme y hacer que grite su nombre y, a veces, en ese segundo se me desvela todo lo que necesito saber de mí. 


Nos hemos roto de gusto el uno al otro, buscándonos fantasías y encontrando nuestro deseo desmedido, comiéndonos los besos a mordiscos, golpeando nuestros sexos como animales, agotándonos en nuestra cópula como si fuera la última. Él agarraba mis caderas y yo he sentido su verga hundida hasta lo más hondo de mí, hincándose una y otra vez, con la mecánica de un motor de cuatro tiempos, descargando toda la fuerza de sus genitales dentro de mi sexo. Hemos repasado el repertorio de posturas sexuales en una dinámica frenética: me ha follado a cuatro patas desde el borde de la cama, se ha subido encima de mi culo mientras yo me estremecía debajo de él, me ha follado de lado mientras apresaba mis tetas, me he subido sobre él para cabalgarle y distinguía entre mis balanceos las proporciones de su miembro, hemos follado de pie y en el suelo, hemos follado como locos, a morir, inmensos, teatrales y cerdos.


Yo gritaba mis orgasmos impregnando todo su ser de lascivia con cada uno de mis suspiros, con mi cara desencajada por la borrachera de placer, muriéndome de gusto en cada sacudida, dejando a mi mirada perderse al fondo de sus ojos que me contemplaban observando mi cara de concupiscencia con fruición, regodeándose de su habilidad y de mi arrobo. Le he amado en ese momento. Solo en ese preciso instante.


Sus manos apretaban mi cintura y mi culo parecía moverlo el mismísimo diablo. Sus dedos me trepaban como el musgo progresa por la piedra, dejando su rastro profundo y oloroso en cada uno de mis poros, acariciando mis tetas o metiéndose a hurtadillas entre los pliegues de mi coño hasta alcanzar mi clítoris.
Notaba el vestigio de su calor propagándose en mi sexo y ese modo único de incitar a mi placer en afrodisíacas y nuevas caricias. 

Antes de eso he sentido sus labios saltando por cada una de mis vértebras y su aliento tibio rozándome la espalda hasta derramarse en saliva sobre la curvatura donde comienza a hacerse culo. Su lengua empapaba la trayectoria entre mis nalgas haciéndome sentir en una nube de gloria y lodo, regando el inefable camino entre mi ano y mi cálido agujero, he comprobado su saliva haciéndome cosquillas y estremeciendo cada punto desde donde podía sentir un placer tan hondo que me he dejado caer en él.


Mi boca abarcaba su polla con una ferocidad ambigua, tratando de ser tierna y complaciente pero sujetando mi avidez. No había nada que deseara más que hacerle gozar. Lamiendo su rabo desde su glande hasta sus huevos elevados e inflamados. Ensalivando sus testículos con obscenidad y desenfreno, con devoción, casi con avaricia, recorriendo cada uno de sus surcos con entusiasmo, subiendo lentamente desde su tronco hasta el frenillo, metiendo mi lengua en su agujero, cautivándome de él, haciendo su placer mío, electrizando mi coño con cada lamida de su rabo, llenándome la boca con él, inflamándole sobre mi lengua, sintiéndole al final de mi garganta, sintiéndome zorra, emputecida, impúdica y aérea, advirtiendo los efectos de mi libídine en cada puñetero poro de mi cuerpo.


Su boca apresaba con dulzura mis pezones haciéndome sentir escalofríos, pequeños calambres que circulaban desde mis tetas contraídas hasta mi coño, colmándome de tanta lujuria que he estallado en varias ocasiones. No he podido contarme los orgasmos. Ha sido dulce y delicado, llegando a mí como lo haría un buen sueño, apenas haciéndose un hueco en todo eso que soy yo, acariciando algo de mí que no tiene piel ni nombre, y dónde muy pocos han llegado si no es con la destreza de los buenos amantes.


Apenas si me tocaba haciendo de sus caricias diminutos roces que me hacían temblar de incontinencia. Su boca ha sido un derroche de dulzura, se dejaba caer sobre mi piel con la destreza de la lluvia, ya fuera sobre mi boca, en el camino hacia mi ombligo, en el prodigioso cauce que marca mi cintura o en la sinuosa curvatura donde acaban mi caderas y se repliegan en las ingles para confluir hacia mi sexo. Todo en él me parecía suave y perfumado, todo él me parecía amable y manso y todo en él me llevaba a él y a la impudicia.


Y todo a comenzado en un instante en que estábamos a oscuras. 


Había luz, gente y algo de ruido en esta ciudad de sirenas, buques y gritos de gaviotas. Él me ofrecía un café con esa sonrisa de niño malo, invitándome al juego y al sexo, ofreciéndome sexo y orgasmos como quien ofrece agua a un caminante. Él no lo sabe pero yo le he visto en ese segundo. Quiero decir que he podido ver más allá de lo que él era. Y era un niño que jugaba y un hombre ofreciéndome sus manos para lo que yo quisiera. Las he tomado. Las he agarrado ahora que necesito caricias y un tiempo de ternura. Me he acercado a él, he ansiado un beso. Un único beso que apenas me ha rozado. Un beso limpio y blando…donde ha empezado todo.




viernes, 3 de julio de 2020

LEER





Me gustan estas tardes pacíficas, aburridas, reposadas... No hacer nada. Dormitar. Leer un rato, poner algo de música… Ha sonado el móvil…

- Holaaaa ¿qué tal estás princesina?
- Muy bien ¿y tú? no me digas que andas por aquí ¿Ya no vienes nunca o te has buscado a otra rubia?
- Jejeje puede que ambas
- Cabrón
- ¿Qué haces, estás liada?
- No, solo estaba leyendo.
- Jajajaa, siempre te pillo leyendo, o lees mucho o tengo una puntería de la hostia…¿tas solita?¿me paso?
- Estoy solita, solita
- Mmmmmmm sí que tengo puntería, sí ¿Me paso por tu casa?
- Mmmmmmmm ¿tardas mucho?
- En un cuarto de hora estoy ahí ¿te acuerdas de lo que hablamos por msn? Espérame así. 
Le he esperado como me ha pedido, sentada en el sofá oscilante, con una blusa blanca ajustada que me marca los pezones y… nada más.

Estaba anocheciendo y la gata del vecino se ha puesto a maullar como loca, reconozco que me ha excitado tanto pensar que él llegaba, que ganas no me han faltado de ponerme a gritar como ella… He notado como mi deseo me precedía, he recordado otras veces que ha venido, como el día aquel en el mismo sofá o el día del vibrador. Me enciendo, en cuanto reconozco su voz, me caliento. No sé qué tiene, con qué clase de encantamiento me hechiza, pero es oírle respirar a través del teléfono y no puedo dejar de pensar en las mil formas de follármelo…de comérmelo entero. Imagino su polla palpitando contra mi mano, sus labios humedeciéndome, sus manos apretándome…y no puedo con mi cuerpo, se va solo…

Ha llegado enseguida. Ha dejado sobre la mesa el casco de la moto. Yo he fingido que seguía leyendo, prácticamente desnuda, a mi bola, como si nada. Se ha sentado en el borde de la mesa y se ha echado a reír…

- Jajajaja ¿pero serás zorra?

He pasado totalmente de él. Me ha costado muchísimo porque estaba deseando lanzarme sobre él. La imaginaba a reventar por debajo del vaquero. Pero he simulado que seguía leyendo y le lanzaba miraditas por encima del libro. Mis ojos no le miraban pero mi coño no ha dejado de hacerlo…

- Vale…¿quieres leer? Pues no dejes de hacerlo ¿vale?

He pasado de él. A mi bola…yo a mi lectura (aunque en ese mismo momento ni puta idea de lo que estaba leyendo). Entonces él se ha agachado entre mis piernas y ha comenzado a acariciarme los muslos a dos manos, las ingles, las caderas, pasaba sus dedos suavecitos como si quisiera hacerme cosquillas pero sin llegar a hacerlo, suave, luego soplaba en mis muslos trazando figuras imposibles o los lamía como un gato o los mordía levemente, rico, rico. Ha notado que me movía de gusto y mi respiración se hacía más dificultosa. He ido a dejar el libro y me ha dicho:

- De eso nada…tienes que seguir leyendo.


Me ha dado un escalofrío. Entonces ha tirado de mis piernas para presentar totalmente mi coño en su boca, ligeramente tendida en el sofá, con las tetas saliéndose de la blusa, los pezones durísimos marcándose en ella y mi ridículo librito fronterizo entre mis manos… 


Ha pasado su lengua por la línea de mi raja, arriba, abajo, una vez, otra, me faltaba el oxígeno. Luego me ha llenado el coño de besos grandes y lascivos, y muchos más pequeños y delicados, me ha llenado el coño de lengua, de saliva, de caricias, de él, de gusto, de todo. 

Me ha estado degustando el coño como si fuera el más exquisito de los manjares, con auténtico goce, totalmente entregado a cualquiera de mis reacciones, usando todos sus sentidos, su habilidad. Me ha puesto muy muy cerda. Fingía seguir leyendo pero apenas si podía respirar. Jadeaba a más no poder, me retorcía en el sofá de puro gusto, levantaba el culo y le suplicaba que me dejara correrme ya y pasar del puto libro…

- No, no, no…Querías leer ¿no, guapa? Pues lee .Venga lee. En alto.

Joder no daba crédito… pero le hecho caso, no sé bien porque, será por es el puñetero hechizo o qué se yo, pero le he hecho caso… (Su voz enérgica, mezclada con sus maneras tan educado, tan él, me vuelven loca, su fuerza, su carácter dominante adulterado con su ternura, su sentido del humor, me vuelve loca. Este cabrón me tiene loca)


- “‹‹…no tiene ninguna importancia. Tanto da. No deja de ser un coito. Al poner en contacto nuestros cuerpos imperfectos, no hacemos más que contarnos lo que no podríamos contarnos de otro modo. Y así adquirimos conciencia de nuestras respectivas imperfecciones›› Por supuesto, éstas no son…cosas que puedan expresarse…” *

Él ha dejado un momento lo que estaba haciendo.

- ¿Qué pasa? Sigue leyendo. He soltado un suspiro inmenso, he tomado aire y he continuado con la lectura:

- “…que puedan expresarse fácilmente. Y me limite a abrazar en silencio…” *
- Ufff, joder, joder J. no puedo, no puedo me voy a correr, me lo estás haciendo de muerte.

- Jajajaja, te gusta eh?, ¡que jodía!


De pronto se ha levantado y mientras salía por la puerta me ha dicho firme:

- Ni se te ocurra moverte ¿eh? No sigas leyendo hasta que vuelva.

Se ha quedado todo en silencio. He apretado los ojos fuerte mientras echaba la cabeza hacia atrás. Mi espalda se doblaba sola. He pensado que lo ha hecho a propósito para excitarme aún más. O puede que fuera al revés. Estaba deseando que volviera. Estaba deseando volver a sentir su boca en mi coño. He cerrado también las piernas y las apretaba contra mí. Por un lado conteniéndome, por otro deseando soltarme entera… Ha tardado un poco. Bastante. O quizá solo me lo ha parecido a mí.

– (Vuelve, ya, vuelve, vuelve, vuelve…)
 - pensaba

Ha regresado con un vaso de agua con hielo en la mano. Solo agua. Ha posado el vaso en la mesa mientras me sonreía con una cara de hijo de puta impresionante.

- Venga…sigue…quiero oír como lees

- “Y me limité a abrazar en silencio a Naoko. Mientras, podía sentir el tacto áspero de un cuerpo extraño que permanecía…” *


Ha vuelto a comerme el coño a quemarropa. Mi cuerpo era todo lubricidad. Abrasaba. Mi sexo se levantaba violento hacia su boca, mis piernas totalmente abiertas ante él. Sus manos agarrándome por el culo. El clítoris levantado hacia él. Se ha ayudado del balanceo de mi sofá oscilante para acercar o alejar mi coño de él a su antojo. Ha pasado su lengua por mis labios una y otra vez, por todo mi sexo, lamiendo, mordisqueándolo suavemente, moviendo el clítoris con su lengua en círculos, arriba y abajo, hacia los lados. Respondiendo a mis movimientos. Atento a mi lujuria. Yo muy loca. Revolviéndome. No podía más.

Ha agarrado el vaso de agua y daba un sorbo al agua helada y luego pasaba su lengua por mi coño. La metía especialmente en mi agujero para que yo pudiera sentir el contraste de mi coño ardiendo con el agua fría en su lengua. La sensación me ha hecho tiritar de placer. Lo ha hecho varias veces. No entiendo como podía leer nada, pero creo que ha sido ese pequeño juego suyo el que ha colaborado más a ponerme tan puta…cada vez que sentía que mi orgasmo llegaba, la lectura lo contenía y lo precipitaba al mismo tiempo. Ha sido como cuando sueñas que caes desde un abismo. Sabes que llegarás al fondo, pero la tensión de la caída, esa sensación es extraordinaria e incluso hermosa…

-“…permanecía dentro de ella” *


- Fóllame, J. Fóllame por lo que más quieras. Quiero correrme. Fóllame como sea, con lo que sea. Necesito correrme, no puedo más, no puedo, estoy que reviento


- Vaaaamos - me ha dicho como si no hiciera falta que se lo pidiera - córrete, córrete para mí, así, así… pffff, preciosa

No podía más. Su lengua no dejaba de provocarme. Me he sentido crujir por dentro. El libro a tomar por saco, mis piernas se han enredado sobre él, creo que lo estrechaban, mis gemidos se me han clavado dentro. Me tenía bien agarrada por el culo, podía sentir sus dedos sobre mis cachas apretándome, me ha sujetado mientras me corría para que mis espasmos no me separaran de su boca ni un instante, situándose en el centro de mi gozo dejándolo caer sobre su boca. 


Mi placer ha sido total. Mi orgasmo ha sido intensísimo después de aplazarlo tanto y tanto. Entonces se ha puesto de pie. Se ha sacado la polla y ha empezado a pajearse con rapidez. Seguía cachonda ante la formidable visión de su cuerpo frente a mí, resplandeciente, inmenso,  a pesar de acabar de correrme, le deseaba. Deseaba todo su cuerpo perforándome a mansalva, haciéndolo mío, haciéndome suya.


Su voz socarrona me ha sorprendido - ¿Quieres más? Sí que quieres ¿eh? jajajaja sí que quieres!

Ya lo creo que quería más. Quería más y más y más.

- Joder princesina… puedes jurar algo a que voy a follarte hasta terminar de joderte el sillón!!

(¿Será cabrón?)



* Extracto de Tokio Blues, Haruki Murakami