domingo, 25 de noviembre de 2018

CUANDO


A veces te siento dentro de mí cuando respiro. Es extraño quererte y no quererte ¿no? No. Al final es una patraña mía eso de que no te quiero, es sólo que no te quiero todo el tiempo, eso sí. Lo malo es que he llegado a un punto donde no sé explicar eso del amor. Y tampoco es necesario ¿verdad? No claro que no, contigo no lo es. Lo importante es que tú sabes que te quiero y yo sé que cuando estoy contigo todo lo demás desaparece ante ti, y eso me gusta, me halaga, me emociona, me revuelve.

Hoy te recuerdo en un cuartito en penumbra y un haz de luz, desde otra habitación, iluminándonos. Me parecía que tu cuerpo exhalaba algo mío. Es curioso que habiendo repasado tantos cuerpos tu piel me haya sabido siempre tan distinta, tan tú. Tienes un olor diferente, único. Porque toda tu cerdez es ternura y es pasión, y eres capaz de pasar de un extremo al otro con muchísima elegancia haciéndome sentir como el centro de un Universo concebido para nosotros, como una Diosa, como una elegida.

No sé en qué punto traspasamos esa frontera de “algo más que sexo”, no sé si fuiste tú o yo o esa especial complicidad que nos abrazó en aquel cuartito. No lo sé. No me importa.

Me embriagan los destellos de aquella noche. Tú comiéndome el coño con esa excelencia con que lo haces siempre. Lento, seguro, sabiendo hacia donde te diriges, agarrado a mis muslos, besándome, lamiendo mi coño delicadamente, pasando tu lengua una y otra vez, imparable, haciéndome tocar el cielo a través de tus labios y tus ganas. Recuerdo que temblaba de gusto, que jadeaba tu nombre, y tu nombre recorría mi cuerpo como un ente haciéndolo gozar doblemente.

Me recuerdo engulléndote como un parásito, devorándote los huevos, sintiendo todo tu calor en mi cara, todo tu olor dentro de mi boca, me recuerdo tuya e infinitamente mía, enroscada sobre ti, apretándote, salpicándome de ti, bañándome los labios en tu esperma, inundándome de tu sabor y tu placer.

Pequeñas memorias, apenas vislumbres, mínimas evocaciones de lo que fue. Quizá suena a lo de siempre y, en cambio, yo lo recuerdo tan distinto.

Tu polla dura todo el tiempo. No sé cómo lo haces... Me puso cachondísima sentirte tan cachondo. Lo sabes. Luego jugaste con mi culo. Tu rabo en mi culo, todo carne, todo dulzura, metiéndose en mí como el pan en el horno, inflándome, haciéndome blanda y maleable. Y mi culo cobrando vida ante tus ojos. Cada vez más placer, cada vez más caricias con tu verga, más calor, nuestros cuerpos resbalaban en nuestros sudores, tu pelvis pegadita a mi culo, tu polla empalándome de gusto. Mi culo moviéndose, atrás, adelante, arriba, abajo. Más. Recuerdo que quería más. Sí, quería tu polla acariciándome el culo. La quería y la quería toda. Gemidos. Tu respiración penetrándome casi tanto como tu polla. Te decía guarradas pero no recuerdo cuales. Tú también me decías cosas.

Me gustó que me dijeras cosas, que me narraras lo cerdo que te ponía y luego me besaras dulcemente. Entonces sí sentí un estruendo, una traca en mi cabeza, cohetes estallando dentro de mi pecho, mi coño hinchadísimo reventando extrañamente a través de mi culo, mi boca abierta, mis piernas temblando...

Luego seguiste follándome el culo. Tuviste cuidado. Pero yo ya no quería cuidados. Quería tu leche. Entonces fuimos más deprisa, cada vez más. Tenías miedo de hacerme daño. Lo sé. Pero yo quería todo, tu semen dentro de mi culo y el gusto, y esa sensación de presente cuando estás tan guarro. Y me volví loca. Te oí susurrar que te ibas a correr y ese susurro fue como un escalofrío dentro de mí, de mi columna, de mis nervios, de mi culo. Gemía, te suplicaba, creo que casi lloraba, te incitaba, te maldecía pero, sobre todo, durante un instante, joder, te amaba. O al menos amaba esa parte de ti con la que estaba flotando, sintiéndome a través de ti, de tu placer, del mío. Luego sí, es cierto, todo ese amor se disipa no sé cómo...se va borrando, se difumina, desaparece de algún modo.

Y sí, queda el cariño, quedan las risas, y las veces en que te echo de menos, furtivamente, como hoy que te me apareces, es entonces cuando te siento dentro de mí...cuando respiro.

lunes, 5 de noviembre de 2018

CABALLO


Esta mañana mientras caminaba junto al río los he visto. A su rollo. Parecían indiferentes a mi presencia pero yo me he detenido un momento, creo que pretendía recordar algo. A veces me pasa. A veces no estoy segura de si algo ha ocurrido en realidad o no. Lo cierto es que esa imagen se parecía mucho a alguno de mis sueños. El vapor de la mañana emanaba del tronco de los árboles y eso le ha dado un toque de irrealidad genial a todo. El olor del humus penetraba en mi garganta. El río bajaba deprisa después de estos días de temporal y a un lado del camino un grupo de caballos pastaban tranquilamente. Parecía un sueño.

Hace demasiados años que no monto a caballo. Cuando era niña lo hacía de vez en cuando. Lo primero que me enseñaron fue a no tenerle miedo al caballo, y para eso tienes que hablar con él, acariciarle, subirte, ponerte de pie sobre la grupa e ir tomando confianza tal y como haces cuando empiezas a conocer a alguien. Los caballos son como las personas, si no les respetas te pierden el respeto. Tampoco es que sepa demasiado sobre caballos y mucho menos sobre personas.

Me he sentido muy feliz de encontrarme a ese grupo esta mañana porque los caballos siempre han estado en mis sueños. La primera vez que tuve un orgasmo fue fingiendo que cabalgaba. Puede que por eso terminara relacionando los caballos con el sexo.



Después, cuando aprendí a montar, supe establecer esa semejanza mucho mejor; primero, montando al paso, deleitándome en el paisaje, dejándome llevar lentamente por los cuatro tiempos del jamelgo, apreciando su calor, su blandura, su nobleza. Luego echando al trote, arriba y abajo, arriba y abajo, en un delicioso compás, diluyéndome en ese cíclico movimiento vertical, golpeando mi sexo contra la grupa, doliéndome, gozándome, deseando llegar a la carrera, sintiendo mis pechos saltar alegremente, creciéndome, prolongándome en ese movimiento hacia el exceso para llegar a la hermosura del galope. En ese instante me fundo con mi montura, el caballo flota sobre el aire elevándome, lleno mi boca de ese placer indisoluble, siento mi sudor y el del caballo precipitándose hacia algo insondable, advierto su fuerza, mi intensidad, sus resuellos, mi oxígeno deteniéndose en mi pecho, nos hacemos uno, nos deshacemos, nos agotamos, volamos en un tiempo hacia un único paraíso: la felicidad de sentirnos.

En uno de mis sueños más recurrentes monto un caballo alazán. Cabalgo desnuda sobre él. A galope. Los dos nos fundimos y los dos somos animal. Yo siento su sangre palpitar en mi cuerpo y él siente mi alegría. Y en ese momento sé que llevo un purasangre dentro que me está gritando que no deje de galopar hasta encontrar a esa Diosa que llevo dentro…