martes, 25 de agosto de 2020

TODA LA NOCHE






Estoy hipnotizada. Lo sé. Lo siento mientras mi coño trata de volver a su sitio y me susurra que me he dejado alcanzar por una mujer araña. Vengo de follarte. De masturbarme contigo en la boca y tu dedos en algún lugar de mi coño, o de mi culo, o de ambos, un lugar inexacto pero jodidamente certero. Vuelvo a mi nube. A ese vapor donde me gusta derretirme, imaginarme, volver a hacerme. Soy sexo. Soy yo. Soy una piel inagotable buscando, buscándote. Quisiera poder encontrar el modo de expresarme adecuadamente, para hallar las sensaciones con las que tantas veces me inundas. Las mismas que a menudo me mojan los muslos, las mismas con las que me masturbo y te llevo a mi cama vacía.


Pero no sé si las palabras pueden servirme para mostrarte como te pienso. No puedo saberlo. Solo puedo atender a lo que siento, a cómo tu imagen revienta en mi boca, a la fe que tiene mi piel en disolverse con tus labios, a lo que tu olor provoca en mi cabeza, mareándome, llenándome de dedos y saliva. Es cierto. No puedo negarlo. El olor de tu coño me llega a bocanadas y se enreda en mis fantasías, en infinitas escenas contigo en las que te beso y te muerdo y me dejo llevar por mi lujuria. En escenas en las que me muero por morirme contigo entre jadeos. Respiro. Cojo aire.


Quisiera poder ser la Sherezade de tus cuentos y narrarte como si fueras la heroína de mis Mil juegos y una noche. Podría contar como se me estruja el coño de soñarlo hasta gotearse entero. Podrías hacer que me ataras en un magnífico shibari y me usaras a tu antojo hasta hacerme morir de gusto. Podría deshacerme y volver a construirme en cada una de mis fantasías mientras me pajeo como una colegiala imaginando cómo nos hacemos carne para disgregarnos en deseo. Tengo cientos de escenas para cada uno de mis cuentos y es probable que las quiera todas. Y en todas, tu imagen recorre mi médula, tu coño salvaje y pelirojo, tus labios cereza manchándome los labios, tus plácidas y caucásicas tetas, tu coño, tu magnífico, perverso e infinito coño…


En uno de esos cuentos (que voy a partir en pedazos como si fuera un asesina en serie de cuentos) es de noche. Es de noche porque me gusta suponerte entre sombras y me gusta pensar que hay silencio y mucho tiempo por delante. Además la noche hace que tu piel resplandezca (y tu piel me gusta mucho) y se nuble un poco lo demás. Yo te espero ansiosa y totalmente desnuda sobre una cama. Me gusta sentir el tacto frío de unas sábanas cuando estoy caliente. Me gusta el tacto de mi desnudez cuando choca contra la nada. Quizá porque mi desnudez me hace sentirme más yo. Quizá porque es una forma evidente de que puedas tomarme. 

Es de noche, me haces esperarte un poco porque te gusta ponerme nerviosa. Hace calor, la ventana está abierta de par en par, se oye a la gente hablar desde la calle. Me llega ese olor macizo y caliente de las aceras. Recibo un sms tuyo:" - Ya llego, ve preparándote." Me sonrío. Estoy más que preparada. Me acaricio. Mi cuerpo está encendido y ya derrochado en esa cama. Con la punta de mis dedos acaricio mi pecho, bajo por la cintura y los hago girar sin sentido sobre mi piel, nerviosos, ansiosos de ti. Paso la palma de la mano por mis pezones, apenas si los rozo mientras mi coño gruñe de ansia, arqueo la espalda, muevo las caderas. Te deseo.


Llegas. Me susurras desde la puerta que ya estás, que has llegado. Te recuestas sobre mí y me besas con dulzura. Te desnudas lentamente en la penumbra, te alcanzan los rayos de esas farolas de luz metálica y extraña que hace que tu cuerpo irradie como una erupción de rayos gamma. Tu piel toma un aspecto irreal, estas divina. Yo no paro de tocarme. Mi clítoris abultado gira y gira en movimientos casi mecánicos, hipnotizado como yo ante la visión que lo aviva. Siento escalofríos. Deseo comerte poro a poro. Ven. Te digo. Pero no vienes. Te acercas a la ventana y miras hacia fuera… (Buff, nena, que ganas tengo de morderte el culo) - ¿Te has fijado que si enciendo la luz…podrían vernos desde afuera? – me dices. Te miro. Me provocas. Nos sonreímos maliciosas. Zas. Enciendes.


A partir de ahí enloquecemos. Carne. Ganas. Bocas. Hambre. Sexo.

Tu piel palpita en mi lengua con la mágica suavidad de la fruta, acariciando mi boca. Inflándome de ti y de mis ganas. Me gusta sentir el peso de tus pechos en las manos, y la forma en que te excitas y arqueas cuando lamo tus pezones. Los estiro, soplo sobre ellos. Me correspondes. Abarcas con tu boca mis tetas enormes. Me vuelve loca. Una culebra de electricidad me recorre el cuerpo. Me vuelven literalmente loca todos tus mimos, tus lamidas abrasan mis pezones, los pellizcas, más, más fuerte, un gemido se hace grito a través de mis labios, mis caderas no dejan de moverse como si estuvieran tomando parte en el hechizo…estoy dejándome caer, lo siento,  quiero dejarme ir hasta reventar.


Tu coño derramándose en mi boca como una anémona infinita. Tu coño blando y jugoso abrasándome los labios y haciéndome caricias en la lengua. Tu cuerpo sacudido y acabado por esta lujuria que no me cabe dentro. Por esta zorra absoluta que te desea inmensa.


Tus dedos acarician mi clítoris, su tacto tierno y maleable me desborda, son hábiles como pequeños algoritmos con precisas instrucciones. Mi coño grita con ellos, muy loco.. y mi viscosidad habla por sí sola retorciendose en hilos de mujer araña. Los siento ardiendo por dentro. Buscándome, encontrándome en un bucle donde me encanta enredarme. Los siento provocándome, agitándome en una mecánica perfecta, con la presión justa de tus dedos y la velocidad idónea.

De cuando en cuando haces una mínima pausa, como para sorprenderme y vuelves ensimismada a tu tarea. Tiemblo. Aprieto los ojos. No me cabe el aire. Siento que mis gemidos te vuelven aún más cachonda y eso me pone muchísimo. Lo sientes. Sientes cómo aflojo, y me dejo, y me hundo en todo ese placer urdido. Sientes mi cuerpo temblar junto al tuyo. Y yo siento mis putas células vibrando febriles dentro de mí. Haciéndose más mías.

Hay algo irritante en esta escena. Algo jodidamente urticante mordiéndome las vértebras. Algo que llega hasta mi coxis y me alcanza el culo. Mi orgasmo espera justo en el borde de mi coño. Pero dentro. Espera enajenado y gozoso…Y estalla, estalla en el centro de mi vientre, abriéndolo, esponjándolo, haciéndome efervescente. Burbujas de gemidos corren por mi garganta mientras gimo mi placer. Quiero más.


Mis manos amasando la redondez de tu culo, modelando tus curvas en dos mitades, abriéndote de gusto y de lascivia. Mi lengua te penetra y te agitas. Me gusta comerte con mi hambre, con mi boca, con mis dedos,  me gusta comerte entera. Lamo ávida tu culo. Mi lengua se desliza por tu raja. Tu ano se constriñe. Busco tus labios, y finjo ser una gata en celo que no quiere dejar de lamer lo que derramas.

Te follo con la lengua y con los dedos. Tu coño me sabe dulce y picante como el jengibre. Cuanto más te follo más te deseo. Deseo darte placer.  Tú sigues boca abajo retorciéndote, con tu culo en alto mostrándome tu coño deseoso, haciendo girar las caderas con movimientos dolorosamente fascinantes y con un efecto narcótico sobre mí. Estás muy excitada. Quieres más y más. Estamos las dos cerdísimas, revolcándonos de gusto. Tus tetas oscilan ante mis ojos mientras tu coño se estremece y mis ojos acuosos te perciben grandiosa. Te veo enorme. Te corres formidable. Sudamos. Gritas. Me deshago. Vibramos. Miramos hacia la ventana. Nos sonreímos. Nos echamos a reír…


Hay más trozos de este sueño desmembrado sacudiéndose en mi pensamiento como si fuera un pez doblándose fuera del agua. Pero en todos estos fragmentos estoy hechizada. En todos me dejo llevar y te llevo atrapada por un poderoso hipnótico. En todos soy sexo desbordado y eres tú quien me hace enloquecer, tramando posibilidades, planeando morbo, tejiendo esa red de sueños en la que tan lúbricamente me envuelvo, y me hundo, y mojo mis muslos concibiendo más y más cuentos para ti.


miércoles, 12 de agosto de 2020

ORIGEN

 



Quiero deshilachar esta historia tirando del último hilo de esta urdimbre, deshaciendo el final de esta trama desde su desenlace hasta su origen hasta que no quede más que ese temblor al final de mí, cuando ya todo es pasado.



Estamos solos y en silencio, estamos solos y cautivos, sumergidos en esa soledad única de sentirnos uno con el mundo, ambos fundidos en “nosotros”, en un cuartito caluroso y húmedo. Solo se oyen los últimos resuellos de nuestros jadeos agrietados por el goce de un orgasmo. Sobre la penumbra flotan hebras de luz que se proyectan desde los reducidos agujeros de la persiana hasta nuestra piel estremecida y desnuda. Estamos enlazados, cansados y gozosos, el uno sobre el otro, recobrando poco a poco el aire. Su boca jadea junto a la mía exhalando los vapores que han dejado nuestros cuerpos sudorosos y exaltados, hemos exudado vicio y secreciones, nos hemos entregado a la seducción y a la lujuria, hemos indagado en cada rincón de nuestra humanidad, en el misterio de eso que somos cuando realmente somos nosotros mismos, cuando dejamos a nuestro organismo extenderse, vibrar y ser delirio y arrebato. 

Nuestros cuerpos se sacuden reconociéndose a duras penas en esa maraña que deja el éxtasis. Hemos hecho el amor y hemos combatido por el fuego, hemos sido sucios y extremadamente puros. Sobre mi piel se escurren los restos de su placer y siento el frío tacto de su esperma que empieza a coagularse; entre mis muslos gotean los restos de mis humedades, los posos de ese placer mío que parece horadarme poco a poco como el agua lo hace en la piedra con el tiempo. A veces un hombre puede elevarme y hacer que grite su nombre y, a veces, en ese segundo se me desvela todo lo que necesito saber de mí. 


Nos hemos roto de gusto el uno al otro, buscándonos fantasías y encontrando nuestro deseo desmedido, comiéndonos los besos a mordiscos, golpeando nuestros sexos como animales, agotándonos en nuestra cópula como si fuera la última. Él agarraba mis caderas y yo he sentido su verga hundida hasta lo más hondo de mí, hincándose una y otra vez, con la mecánica de un motor de cuatro tiempos, descargando toda la fuerza de sus genitales dentro de mi sexo. Hemos repasado el repertorio de posturas sexuales en una dinámica frenética: me ha follado a cuatro patas desde el borde de la cama, se ha subido encima de mi culo mientras yo me estremecía debajo de él, me ha follado de lado mientras apresaba mis tetas, me he subido sobre él para cabalgarle y distinguía entre mis balanceos las proporciones de su miembro, hemos follado de pie y en el suelo, hemos follado como locos, a morir, inmensos, teatrales y cerdos.


Yo gritaba mis orgasmos impregnando todo su ser de lascivia con cada uno de mis suspiros, con mi cara desencajada por la borrachera de placer, muriéndome de gusto en cada sacudida, dejando a mi mirada perderse al fondo de sus ojos que me contemplaban observando mi cara de concupiscencia con fruición, regodeándose de su habilidad y de mi arrobo. Le he amado en ese momento. Solo en ese preciso instante.


Sus manos apretaban mi cintura y mi culo parecía moverlo el mismísimo diablo. Sus dedos me trepaban como el musgo progresa por la piedra, dejando su rastro profundo y oloroso en cada uno de mis poros, acariciando mis tetas o metiéndose a hurtadillas entre los pliegues de mi coño hasta alcanzar mi clítoris.
Notaba el vestigio de su calor propagándose en mi sexo y ese modo único de incitar a mi placer en afrodisíacas y nuevas caricias. 

Antes de eso he sentido sus labios saltando por cada una de mis vértebras y su aliento tibio rozándome la espalda hasta derramarse en saliva sobre la curvatura donde comienza a hacerse culo. Su lengua empapaba la trayectoria entre mis nalgas haciéndome sentir en una nube de gloria y lodo, regando el inefable camino entre mi ano y mi cálido agujero, he comprobado su saliva haciéndome cosquillas y estremeciendo cada punto desde donde podía sentir un placer tan hondo que me he dejado caer en él.


Mi boca abarcaba su polla con una ferocidad ambigua, tratando de ser tierna y complaciente pero sujetando mi avidez. No había nada que deseara más que hacerle gozar. Lamiendo su rabo desde su glande hasta sus huevos elevados e inflamados. Ensalivando sus testículos con obscenidad y desenfreno, con devoción, casi con avaricia, recorriendo cada uno de sus surcos con entusiasmo, subiendo lentamente desde su tronco hasta el frenillo, metiendo mi lengua en su agujero, cautivándome de él, haciendo su placer mío, electrizando mi coño con cada lamida de su rabo, llenándome la boca con él, inflamándole sobre mi lengua, sintiéndole al final de mi garganta, sintiéndome zorra, emputecida, impúdica y aérea, advirtiendo los efectos de mi libídine en cada puñetero poro de mi cuerpo.


Su boca apresaba con dulzura mis pezones haciéndome sentir escalofríos, pequeños calambres que circulaban desde mis tetas contraídas hasta mi coño, colmándome de tanta lujuria que he estallado en varias ocasiones. No he podido contarme los orgasmos. Ha sido dulce y delicado, llegando a mí como lo haría un buen sueño, apenas haciéndose un hueco en todo eso que soy yo, acariciando algo de mí que no tiene piel ni nombre, y dónde muy pocos han llegado si no es con la destreza de los buenos amantes.


Apenas si me tocaba haciendo de sus caricias diminutos roces que me hacían temblar de incontinencia. Su boca ha sido un derroche de dulzura, se dejaba caer sobre mi piel con la destreza de la lluvia, ya fuera sobre mi boca, en el camino hacia mi ombligo, en el prodigioso cauce que marca mi cintura o en la sinuosa curvatura donde acaban mi caderas y se repliegan en las ingles para confluir hacia mi sexo. Todo en él me parecía suave y perfumado, todo él me parecía amable y manso y todo en él me llevaba a él y a la impudicia.


Y todo a comenzado en un instante en que estábamos a oscuras. 


Había luz, gente y algo de ruido en esta ciudad de sirenas, buques y gritos de gaviotas. Él me ofrecía un café con esa sonrisa de niño malo, invitándome al juego y al sexo, ofreciéndome sexo y orgasmos como quien ofrece agua a un caminante. Él no lo sabe pero yo le he visto en ese segundo. Quiero decir que he podido ver más allá de lo que él era. Y era un niño que jugaba y un hombre ofreciéndome sus manos para lo que yo quisiera. Las he tomado. Las he agarrado ahora que necesito caricias y un tiempo de ternura. Me he acercado a él, he ansiado un beso. Un único beso que apenas me ha rozado. Un beso limpio y blando…donde ha empezado todo.