sábado, 28 de septiembre de 2019

SOL



Le observo a hurtadillas mientras camino junto a él, en silencio, dejando que nuestros pasos se acomoden. Sé que él se pregunta por qué camino tan callada. La luz de la Luna se enrosca en nuestros cuerpos como una enredadera y a mí me gusta esa luz débil de la noche subiéndome por el cuello. Sé que estoy loca. Loca por dejarme atrapar, por ser una inconsciente que se mueve por arrebatos, porque veo cosas que puede que los demás no vean y porque vivo inmersa en una país de sensaciones que me van cincelando a mordiscos. Sí, estoy loca. Loca porque me folle. Desde donde estoy casi puedo oírle respirar y percibo como el calor de nuestros respectivos cuerpos comienza a acoplarse. Me produce mucha ternura ver como se esfuerza por no parecer inquieto, hablamos de cualquier cosa y caminamos a la deriva hasta que el azar o los minutos decidan qué hacer. 

Hay momentos en los que no sé qué pensar, o mejor dicho, no puedo pensar. Solo me siento capturada por diversas impresiones: el movimiento de mi sangre en mi carótida, el roce del aire en mi garganta, los embates de mi respiración subiendo y bajando desde mi pecho, ese pequeño mareo que produce la pulsación en mis sienes… el modo en que mi cuerpo se prepara para lo que él supone que puede ocurrir antes de que yo misma pueda saber qué va a pasar. Luego la humedad de mis bragas me delata, la urgencia de mi coño me esclaviza, y me siento arrastrada por mi ritmo cardíaco, el vértigo y la confusión, sufriendo una especie de Síndrome de Stendhal provocado por el sentimiento de belleza y vitalidad que mi propio cuerpo me produce.

Él permanece ajeno a todo esto mientras intento controlarme en vano (siempre es así) Solo me mira y le gusta el brillo de mis ojos, la forma en que se abre mi boca o mi risa estalla sobre el aire. Sabe que pasa algo pero no está seguro de qué cosa es. No es algo racional. Yo aprieto las piernas mientras digo cualquier tontería, observo también su turbación y sus nervios, y mi piel se enerva debajo de la ropa, mis muslos hacen fuerza contra la carne abultada de mi coño y la humedad de mi sexo cae como un gotero que inunda mi culotte... y durante este proceso, mi mirada examina sus manos o se fosiliza en la dilatada pupila de sus ojos, intenta averiguar porque ese pliegue de la ropa se eleva precisamente en esa trayectoria, se pregunta si su sexo le estará acuciando tanto como a mí y me da pavor sólo mirarle la boca porque siento un irresistible impulso de morderla.

Porque mi mente ya está en un cuartito desnudándole ferozmente, y le sueño tumbándome sobre una cama y pidiéndome que le muestre mi coño, le veo abriéndome las piernas, aspirando mi aroma o bebiendo mis fluidos, casi puedo sentir sus manos sujetando mis caderas mientras su boca se hunde en mi rajita y siento ese primer tacto húmedo de su lengua produciéndome chasquidos, arrancando gemidos de mi garganta, le recreo penetrándome muy muy lentamente mientras me mira fijamente a los ojos. Me imagino tragándome su polla, sintiéndome ahogada por ella mientras algo gruñe entre los cauces de mi coño, le veo sacudiéndose contra mi pelvis, mordiéndome el culo o rozando mi ano con la punta de su lengua mientras mi cabeza parece dar vueltas y más vueltas. Me muerdo discretamente el labio. Le veo apretándome los muslos, me imagino mi pelo alborotado y mi corazón aporreándome el esternón. No puedo dejar de mirar su sonrisa de gozo y mi cuerpo resplandeciendo de felicidad como una criatura luminosa suspendida en una fosa abisal, inmensa y oscura, irradiando placer bioluminiscente hacia un mundo tenebroso o alcanzado por las sombras.. y yo soy una luz en medio de esa noche. Siento este sol mío que me nace desde dentro de las ganas, irradiando calor y vida, y esa necesidad de propagarme hacia otros seres.

Y es entonces, cuando saboreo ese silencio y este sol, mío…


miércoles, 11 de septiembre de 2019

NEGRA SOMBRA




Mientras mi cuerpo se cocía en el vapor de la brisa de Cabo Estay, cerré los ojos, y por un instante me pareció que te echaba de menos. El aire aquí me confunde, es fácil dejarse llevar por el ambiente, ya sabes que yo oigo cantar a las sirenas, que desde sus malditos agujeros la niebla se abre o se cierra para mí, los vientos dan la vuelta o las meigas me dejan hacer encantamientos, solo algunos, pocos… cada vez menos. En una de esas playas, adormilada por el calor,  me pareció que tus ganas me temblaban en la boca, algo salado me acariciaba la garganta y tus dedos se enredaban en mi pelo rubio como Gorgonas. Adoro la ternura que me produce sentirte tan indefenso.

No me gusta volver a los lugares donde fui feliz, pero a veces, como tú dices, no queda más remedio. “C’est la vie”. La playa me parece un lugar perdido, uno más, como tantas otras cosas que han muerto definitivamente para mí.

Mis amigas siguen igual que siempre, pero tristes. Siguen igual de listas, de guapas, de risueñas, su risa cantarina me recuerda a las burbujas de las fuentes, pero veo su tristeza a través de su risa y sus miradas. El tiempo no pasa igual para todo el mundo pero espero que ellas conserven el coraje que hace falta para seguir riendo a pesar de las sombras. No sé si es porque a todos nos está alcanzando de un modo u otro esta brutal depresión, esta forma de ir saliendo poco a poco de la luz para ir introduciéndonos en otro mundo que dejó de ser nuestro mucho antes de que nos diéramos cuenta. Quizá por eso sigo insistiendo en escribir historias de sexo, porque es de las pocas cosas luminosas de las que aún puedo hablar, porque cada vez que me siento a escribir sobre cualquier otra cosa me siento pequeña, miserable e inmisericorde, me siento lejana a la ternura, a cualquier cosa blanda y llena de luz, y solo siento un inmenso rencor hacia la gente que ha permitido todo esto. Todo el mundo estaba en otra parte, probablemente, yo también.

No estoy enamorada de ti, pero aún así detesto quererte, sí, un poco sí que te quiero, quizá porque eres mi pequeño resquicio de claridad. Me siento confusa, todavía no he decidido si el amor me hace fuerte o vulnerable. Hay que ser tan jodidamente duro para querer de verdad. Hay que ser tan inteligente y tan hábil que no me considero con ninguna de estas destrezas, pero sé que de alguna manera, de algún modo, te amo aunque no tenga nada que ver con el amor. Ya, ya sé que no hay manera humana ni divina de entenderme, por eso hablo tan claramente.

Ayer en la playa me acordé de ti, enfadado, liándote un porro, hablándome de tus cosas, con tus ojos negros como piedras de carbón inflándome desde algún lugar enigmático. A veces intento escucharte con todas mis fuerzas pero termino perdida en el fondo de esos pozos insondables. Entonces, digo una broma, o te provoco para sacarte de tus cavilaciones, te cantan los ojos, el brillo del hachis se asoma hasta ellos y me sonríes como nadie sonríe ya, con la confianza de que solo tú vives y solo tú eres solamente tú. Y, ahora mismo,  es la única puta verdad que tengo.

Ayer en la playa me acordé de ti y te eché de menos, eché de menos tu piel (eres el hombre más suave que conozco) y esa forma que tienes de respirar, fuerte e insurrecto mientras te como la polla. Ya nadie me respira así. Tus manos se movían en mi cabeza y tu pelvis se adelantaba hasta mis labios suspirándome. Te sentía por dentro, sentía una culebra de placer recorriendo tu columna y ardiéndote en los riñones. No sé cómo pero realmente podía sentirte. Mi boca se sumergía en tu verga y trataba de alcanzarte al milímetro. Ni siquiera pensaba en nada, solo me dejaba llevar por lo que sentías. Cada vez más puto, cada vez más loco, más fuerte, más tú. “Niña, me voy a correr…”  Te miré a los ojos, a tus negrísimos ojos negros, hiciste ademán de retirarte pero yo te recogí en mi boca. Tu esperma impactó sobre mi lengua mientras tus jadeos encerdaban mis oídos, un chorro intenso y cálido abrasándome el coño. Y sentí tu fluir dentro de mí retorciéndome de gusto. Me despertó una sacudida mientras musitaba mi orgasmo. A mi alrededor nadie pareció darse cuenta. Te busqué a pesar de que sabía que estabas a miles de kilómetros, en el mismo océano pero otro Atlántico. Y eché de menos tu luminosa sonrisa y esa forma que tienes de creer que puedes con todo.

Un transatlántico atravesaba la ría indiferente a nuestra pena, perdiéndose definitivamente tras las Cíes.