Hasta ayer, creía
estar aquí siendo tan solo un testigo de mí misma, como si
estuviera viendo una película sobre alguien que me importara muy
poco. Tratando de recordar aquello que había vivido para relatar una
parábola de lo que fui, de lo que iba siendo. Quizá con el
propósito de ocultar a base de sucesos el vacío de no haberte
conocido.
Y cuando vino la
tristeza, la de verdad, la pena negra, el pozo oscuro y salvaje que
hemos de vivir y sobrevivir y soportar, todos los secretos que
articulaban esa pena me estallaron en la cara. ¿De qué sirve lo
vivido cuando no eres? . Y ahora siento que eres el único secreto
que merezca la pena. Una forma de última frontera.
Cierro los ojos y no
dejo de oír en mi cabeza la canción de Jessica, ese compás
distorsionado donde apareces con nitidez en medio de la perplejidad.
Ahora existo en tu cuerpo, y te has incrustado bajo mi piel como
algún tipo de hematófago para succionarme, no sé, algo que tengo y
que de algún modo, no es del todo mío y que puede que vaya
transformándose en nosotros. Quizá le supongo demasiado al amor,
¿pero sobre qué otra cosa podría tener esperanza?
Los días
transcurren como algo virtual y apenas puedo sentirlos, cada momento
es esperar el instante de volver a verte, de hablar contigo, de
penetrar en ese pensamiento tuyo, tan genuino, tan auténtico, cada
segundo es otro para volver a sentirte, de rozar tu piel aunque sea
levemente, de aspirar tu olor, de verte gozar y sentir, de besarte o
de lamerte o morderte, o de que me devores o hagas conmigo lo que te
parezca, porque hay algo de mí que se ha muerto al llegar tú, algo
inmundo, oscuro, pegajoso y tremendamente destructivo, así que ya no
puedo temer nada de lo que tú puedas hacerme más de lo que puedo
temerme a mí misma. Aún no te conozco y, en cambio, no deseo otra
cosa que poder ponerte bajo mi lupa y verte. Ver lo que, en realidad,
eres. Sopesarlo, medirlo, experimentarlo, vivirlo. Vivirlo.
Te deseo en un nimbo
de temblores donde se mezcla la lujuria, el amor, la curiosidad, la
complicidad, lo brutal, ese abismo oscuro e infinito que somos cada
uno y que no mostramos jamás a nadie, ni siquiera a nosotros mismos,
todo eso que enterramos en nuestra narcótica esencia porque creemos
que nos mataría. Te miro y te veo con claridad y cerrazón al mismo
tiempo. Sé que te miro bajo el prisma de aquello que deseo, pero al
mismo tiempo te deseo por cuanto veo de ti.
En mis sueños me
haces el amor dulcemente, como aquella primera vez donde quizá, sin
querer, nos encontramos. Y tu dulzura evoca lo feroz porque solo se
puede abrir la caja de Pandora desde la inocencia, y la curiosidad es
cándida e imprudente como un niño pero también aterradora y atroz.
Te sueño en mi
insomnio cada noche y cada sueño es la trayectoria de una honda
lanzada desde lejos. Se precipita sobre mí sin que pueda hacer nada
para evitarlo. A veces eres dulce y suave como tu piel, me acaricias
la espalda y rozas mis labios con cuidado, parece que temieras que me
deshiciera como un castillo de arena, otras tus besos se enturbian y
se dejan llevar por lo que también eres, una bestia, un instinto, un
hombre. Entonces me besas con violencia y me arrancas los besos y la
ropa.
Te percibo en mis
delirios con claridad. Cerca. Y deseo ser tuya como no he sido jamás
de nadie. Deseo que me beses o acaricies, que me aprietes, que me
azotes, que llegues a mí en tu incandescencia, en tu modo de
sentirlo todo, de caer en todo cuanto amas, porque estando contigo
puedo sentir esa luz tuya de ser con el mundo, y adoro todo cuanto me
hace sentir esa luminaria.
Te descargas en mi
vigilia como un rayo y te siento a fogonazos de luz, trueno y
temblor. Me miras desde dentro de mí, como una rendija hacia ese
universo que soy, que puedo ser. Y aquí, dentro, pasa todo.
En estos flashes de
realidad te evoco o te deseo. Tus dedos acarician mi rostro mientras
tus besos se desbordan sobre mi piel. Me muerdes la boca, lames mi
lengua, buscas mi esencia en una extraña pirueta de lengua, saliva y
ansia. Mi espalda se arquea y tus caderas se adelantan hacia mí. Me
siento distinta, plena, como si volviera a descubrir el sexo. Esas
ganas inmensas de follar y hacer el amor, y de hacer el amor y follar
en un bucle sinérgico cuya consecuencia es mi delirio. En esos
destellos de ti, te abrazo, siento tu cuerpo (y tu mente) como un
ente creado para mi gozo. Te como la polla despacito, dándome tiempo
para deleitarme en la forma que tienes de mirarme, para detener el
tiempo en esos gemidos profundos y cortos que haces como para
recrearte en lo que sientes, tu rabo crece en mi boca y en mis
sentidos, me impaciento de ti y de tu placer, casi puedo sentirte
como si fueras tú, casi puedo sentir el placer que te producen los
movimientos de mi lengua en la piel de tu prepucio, el escalofrío
que te recorre, el deseo de correrte, de follarme la boca, de
follarme viva, la necesidad de descargar tu leche en mí cara, en mi
lengua, las prisas por hacerme tuya. Puedo sentir tu cariño y la
necesidad de quererme, y puedo sentir mi pasión en la boca y entre
las piernas, hasta agotar todas las formas que conozco de comerte la
polla.
En esas flechas de
energía te encuentro follándome como un poseso, con la cara
desencajada por tu lujuria y los ojos mirándome dulce y entregado.
No puedes imaginar como me conmueve tu ternura, esa dulzura que temes
y que escondes pero que me muestras furtiva pero constantemente. Te
reclinas sobre mí , abro las piernas, o se abren solas porque saben
que vienes, metes tu polla en mí, dentro, dentro. Me llenas, me
abres, me retuerces. Mi coño se estruja contra ti, te ama, te
necesita. Me follas como un animal , subes mis piernas, las enredo en
torno a ti, me doblo, te sufro, me derrito. Algo por dentro
retiembla, debajo de mi ombligo, me arden los riñones y siento un
frío inmenso en la nuca, tus caderas continúan abrasándome el
coño, el placer crece y crece, te miro, me pellizcas los pezones,
metes un dedo en mi boca, lo lamo, me corro como si mi éxtasis
hirviera en un caldo infernal haciendo burbujas. Me quema tu placer y
gimo como si estuviera muriéndome de ti.
Mientras no duermo,
te pienso de mil maneras. A veces usándome, a veces usado.
Te pienso sexual y
te sueño amoroso, te deseo animal y te amo tierno. Y en la mezcla de
ambos te voy encontrando y conociendo. Algunas veces me atas, o dejas
abiertas mis piernas, me dejas expuesta y vulnerable, extiendes el
tiempo como si fuera un jodido tirachinas y cuando menos lo espero,
zas, disparas. Creo que vas a azotarme, y sí, alguna vez me azotas
pero otras me das placer, y en esa confusión enloquezco de cerdez.
Acaricias mi piel y luego la azotas, me follas duro o suave, me
follas la boca o el coño o el culo, a tu antojo, y me siento tan
tuya que tengo ganas de gritar para que todo el mundo lo sepa. Soy
tuya. Tuya, tu perra, tu juguete, tu bicho, tu experimento, tu
amante...
Te sueño como algo
mío, como ese insecto al que puedo arrancarle las patas y ver como
se retuerce mientras lo hago. A veces experimento con tu dolor, otras
con tu placer. Te doy o te quito a mi antojo y me voy volviendo una
puta zorra ansiosa de ti, de todo cuanto puedas sentir bajo mi pie, y
adoro sentirte entregado, sometido, mío.
Te imagino
atusándome los rizos, haciéndome mimos y caricias, apretándome
contra tu pecho, musitando cosas sobre ti, o sobre mí. Y me hundo,
definitivamente, en tus cariños, en tu voz, en los latidos de tu
corazón, en el aire que vas respirando conmigo...
Pero no te detienes,
sigues besándome, acariciándome, follándome, pellizcándome,
amándome. Me doblas, me colocas a cuatro patas, vuelves a follarme,
me buscas de lado, de pie, buscamos posturas imposibles conducidos
por la concupiscencia, y me corro en cada una de ellas y en cada una
de ellas te amo y me amas. Y sentir tu amor es todo cuanto necesito
para saber que no es un sueño, que no voy a despertarme, que jamás
he estado más despierta.