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Después voy al revés de mí. Me contradigo, me traiciono, me reorganizo en moléculas adulteradas que nada tienen que ver conmigo. Como si al final del espejo fuera otra quien se refleja, una extraña.
Cada día estoy más convencida de que mi fuerza proviene de mi fuego, de mis ganas, de todo lo que me incita a combatir. Por eso pensé que masticarte, destrozarte o matarte a fuerza de sentidos era lo que llegaba, lo que convenía. Había que ir contigo o contra ti. Mientras hay lucha hay esperanza. Luchar, luchar... Porque los dos sabíamos que estábamos locos. Que nos buscábamos en absurdos, en un montón de tonterías que no merecen la pena y solamente nos encontrábamos en este breve espacio, entre tu polla y mi coño, en esa nada magistral llena de ti y de mí donde, por fin, podíamos ser nosotros.
Han pasado muchos meses. Y aún siento ese enigma agarrándome del cuello.
No puedes admitir que ya me he ido. No. Es peor de lo que creía. Es que ni siquiera te has dado cuenta todavía. Puede que ni siquiera yo me hubiese dado cuenta... Fue por la mañana, te busqué entre mis sábanas y solo encontré a un hombre que no conozco.
Te levantas cada día con un frío tremendo entre los labios, repasando inconscientemente los sueños que ya no vamos a tener juntos. Sales a la calle sin darte cuenta que mi mano no está ya nunca entre tus dedos, comes mientras el espejismo de mi sombra te sonríe, duermes abrazado a mi fantasma… el único momento en que nos encontramos es ese breve instante, en ese temblor sublime donde me vacío y tú te traspasas...
Solo tú me conoces.
Solo ante ti he abierto del todo esa parte fea y absoluta que todos somos. Eso que todo el mundo tendría que ver y que nadie mira. Pero mis ganas de ti se van diluyendo cada día en el café de las siete. Quizá porque también sé de qué estás hecho. Aunque ya no me da miedo admitir que estaba equivocada. A veces creo que solo las personas fuertes se reconocen vulnerables.
Hay gente para la que convivir es suficiente. Se levantan, se encuentran por el pasillo, a veces salen a cenar, al cine... se follan cuando apetece, a veces, incluso sin ganas, se prestan el periódico, hacen mudanzas… esas cosas que hacen que la convivencia lo sea. Y algunos tienen los huevos de llamarle a eso amor. Y puede que lo sea. Pero también puede que no… Puede que sea costumbre. Puede que sea miedo. Fue por la mañana, Lisboa amanecía templada y taciturna, te miré y lo supe. Dormías como siempre, tratando de encajar el oxígeno en esa parte de ti donde no cabe nada. Dormías y supe que ya no te amo.
Además de todo eso, estoy yo. Sabes que sin ese animal que soy, sin esa carne, sin ese modo de morirme, o mejor dicho, de vivirme, no soy nada, o no quiero serlo. Luego está todo lo demás. Un día tras otro. A veces se me da por pensar que somos distintos. Otras, en cambio, creo que somos demasiado parecidos. En cualquier caso tampoco importa demasiado.
Pero he empezado este texto para aclararme. Para decirme a mí misma que estoy bien y no necesito nada, ni a nadie. Bueno sí. A mí. A mí sí que me necesito. Parece tan obvio…
A veces temes perder algo, y luchas desesperadamente por no perderlo, y te obsesionas tanto en tus objetivos que pierdes el norte, se te va la olla, no recuerdas que el principal motivo por el que protegías “eso” eras tú misma. Creía que protegía aquello que me hacía sentir bien aún a mi costa. Es un círculo vicioso en el que el premio que obtengo para sentirme bien es, en realidad, dejar de sentirme mal. Es como llevar un lastre todo el tiempo , y cuando lo poso, es una puta delicia.
He estado jodida por algo que me hacía sentir así. Me sentía mal pero no conseguía encontrar la causa de mi malestar, así que recurría a una especie de “pócima” secreta una y otra vez, sin saber que lo que me hacía sentir así era la "pócima"…
Y es que no es lo mismo no sentirse mal que sentirse bien. Igual que no es lo mismo no ser malo, que ser bueno. El matiz es pequeño, pero significativo. Al menos ahora ya puedo liberarme.
No creo que pueda quedarme contigo, así, de esta manera tan poco contundente. Sí, ya sabes que soy excesiva para todo. Igual se me pasa. Si se me pasa pellízcame, muérdeme, échame de aquí a patadas porque te haré sufrir… y me haré sufrir.
Por eso, porque solo tú me conoces y te amo y no te amo, he de irme. Para volver a hacerme.