lunes, 5 de noviembre de 2018

CABALLO


Esta mañana mientras caminaba junto al río los he visto. A su rollo. Parecían indiferentes a mi presencia pero yo me he detenido un momento, creo que pretendía recordar algo. A veces me pasa. A veces no estoy segura de si algo ha ocurrido en realidad o no. Lo cierto es que esa imagen se parecía mucho a alguno de mis sueños. El vapor de la mañana emanaba del tronco de los árboles y eso le ha dado un toque de irrealidad genial a todo. El olor del humus penetraba en mi garganta. El río bajaba deprisa después de estos días de temporal y a un lado del camino un grupo de caballos pastaban tranquilamente. Parecía un sueño.

Hace demasiados años que no monto a caballo. Cuando era niña lo hacía de vez en cuando. Lo primero que me enseñaron fue a no tenerle miedo al caballo, y para eso tienes que hablar con él, acariciarle, subirte, ponerte de pie sobre la grupa e ir tomando confianza tal y como haces cuando empiezas a conocer a alguien. Los caballos son como las personas, si no les respetas te pierden el respeto. Tampoco es que sepa demasiado sobre caballos y mucho menos sobre personas.

Me he sentido muy feliz de encontrarme a ese grupo esta mañana porque los caballos siempre han estado en mis sueños. La primera vez que tuve un orgasmo fue fingiendo que cabalgaba. Puede que por eso terminara relacionando los caballos con el sexo.



Después, cuando aprendí a montar, supe establecer esa semejanza mucho mejor; primero, montando al paso, deleitándome en el paisaje, dejándome llevar lentamente por los cuatro tiempos del jamelgo, apreciando su calor, su blandura, su nobleza. Luego echando al trote, arriba y abajo, arriba y abajo, en un delicioso compás, diluyéndome en ese cíclico movimiento vertical, golpeando mi sexo contra la grupa, doliéndome, gozándome, deseando llegar a la carrera, sintiendo mis pechos saltar alegremente, creciéndome, prolongándome en ese movimiento hacia el exceso para llegar a la hermosura del galope. En ese instante me fundo con mi montura, el caballo flota sobre el aire elevándome, lleno mi boca de ese placer indisoluble, siento mi sudor y el del caballo precipitándose hacia algo insondable, advierto su fuerza, mi intensidad, sus resuellos, mi oxígeno deteniéndose en mi pecho, nos hacemos uno, nos deshacemos, nos agotamos, volamos en un tiempo hacia un único paraíso: la felicidad de sentirnos.

En uno de mis sueños más recurrentes monto un caballo alazán. Cabalgo desnuda sobre él. A galope. Los dos nos fundimos y los dos somos animal. Yo siento su sangre palpitar en mi cuerpo y él siente mi alegría. Y en ese momento sé que llevo un purasangre dentro que me está gritando que no deje de galopar hasta encontrar a esa Diosa que llevo dentro…

lunes, 29 de octubre de 2018

ORIGEN




Quiero deshilachar esta historia tirando del último hilo de esta urdimbre, deshaciendo el final de esta trama desde su desenlace hasta su origen hasta que no quede más que ese temblor al final de mí, cuando ya todo es pasado.

Estamos solos y en silencio, estamos solos y cautivos, sumergidos en esa soledad única de sentirnos uno con el mundo, ambos fundidos en “nosotros”, en un cuartito caluroso y húmedo. Solo se oyen los últimos resuellos de nuestros jadeos agrietados por el goce de un orgasmo. Sobre la penumbra flotan hebras de luz que se proyectan desde los reducidos agujeros de la persiana hasta nuestra piel estremecida y desnuda. Estamos enlazados, cansados y gozosos, el uno sobre el otro, recobrando poco a poco el aire. Su boca jadea junto a la mía exhalando los vapores que han dejado nuestros cuerpos sudorosos y exaltados, hemos exudado vicio y secreciones, nos hemos entregado a la seducción y a la lujuria, hemos indagado en cada rincón de nuestra humanidad, en el misterio de eso que somos cuando realmente somos nosotros mismos, cuando dejamos a nuestro organismo extenderse, vibrar y ser delirio y arrebato. Nuestros cuerpos se sacuden reconociéndose a duras penas en esa maraña que deja el éxtasis. Hemos hecho el amor y hemos combatido por el fuego, hemos sido sucios y extremadamente puros. Sobre mi piel se escurren los restos de su placer y siento el tacto frío de su esperma que empieza a coagularse; entre mis muslos gotean los restos de mis humedades, los posos de ese placer mío que parece horadarme poco a poco como el agua lo hace en la piedra con el tiempo. A veces un hombre puede elevarme y hacer que grite su nombre y, a veces, en ese segundo se me desvela todo lo que necesito saber de mí.

Nos hemos roto de gusto el uno al otro, buscándonos fantasías y encontrando nuestro deseo desmedido, comiéndonos los besos a mordiscos, golpeando nuestros sexos como animales, agotándonos en nuestra cópula como si fuera la última. Él agarraba mis caderas y yo he sentido su polla hundida hasta lo más hondo de mí, hincándose en mi coño una y otra vez, con la mecánica de un motor de cuatro tiempos, descargando toda la fuerza de sus cojones dentro de mi sexo. Hemos repasado el repertorio de posturas sexuales en una dinámica frenética: me ha follado a cuatro patas desde el borde de la cama, se ha subido encima de mi culo mientras yo me estremecía debajo de él, me ha follado de lado mientras apresaba mis tetas, me he subido sobre él para cabalgarle y distinguía entre mis balanceos las proporciones de su verga, le he partido la polla dándome la vuelta, hemos follado de pie y en el suelo, hemos follado como locos, a morir, inmensos, teatrales y cerdos.

Yo gritaba mis orgasmos impregnando todo su ser de lascivia con cada uno de mis suspiros, con mi cara desencajada por la borrachera de placer, muriéndome de gusto en cada sacudida, dejando a mi mirada perderse al fondo de sus ojos que me contemplaban observando mi cara de concupiscencia con fruición, regodeándose de su habilidad y de mi arrobo. Le he amado en ese momento. Solo en ese preciso instante.

Sus manos apretaban mi cintura y mi culo parecía moverlo el mismísimo diablo. Sus dedos me trepaban como el musgo progresa por la piedra, dejando su rastro profundo y oloroso en cada uno de mis poros, acariciando mis tetas o metiéndose a hurtadillas entre los pliegues de mi coño hasta alcanzar mi clítoris. Notaba el vestigio de su calor propagándose en mi sexo y ese modo único de incitar a mi placer en afrodisíacas y nuevas caricias. Antes de eso he sentido sus labios saltando por cada una de mis vértebras y su aliento tibio rozándome la espalda hasta derramarse en saliva sobre la curvatura donde comienza a hacerse culo. Su lengua empapaba la trayectoria entre mis nalgas haciéndome sentir en una nube de gloria y lodo, regando el inefable camino entre mi ano y mi cálido agujero, he comprobado su saliva haciéndome cosquillas y estremeciendo cada punto desde donde podía sentir un placer tan hondo que me he dejado caer en él.

Mi boca abarcaba su polla con una ferocidad ambigua, tratando de ser tierna y complaciente pero sujetando mi avidez. No había nada que deseara más que hacerle gozar. Lamiendo su rabo desde su glande hasta sus huevos elevados e inflamados. Ensalivando sus testículos con obscenidad y desenfreno, con devoción, casi con avaricia, recorriendo cada uno de sus surcos con entusiasmo, subiendo lentamente desde su tronco hasta el frenillo, metiendo mi lengua en su agujero, cautivándome de él, haciendo su placer mío, electrizando mi coño con cada lamida de su rabo, llenándome la boca con él, inflamándole sobre mi lengua, sintiéndole al final de mi garganta, sintiéndome zorra, emputecida, impúdica y aérea, advirtiendo los efectos de mi libídine en cada puñetero poro de mi cuerpo.

Su boca apresaba con dulzura mis pezones haciéndome sentir escalofríos, pequeños calambres que circulaban desde mis tetas contraídas hasta mi coño, colmándome de tanta lujuria que he estallado en varias ocasiones. No he podido contarme los orgasmos. Ha sido dulce y delicado, llegando a mí como lo haría un buen sueño, apenas haciéndose un hueco en todo eso que soy yo, acariciando algo de mí que no tiene piel ni nombre, y dónde muy pocos han llegado si no es con la destreza de los buenos amantes.

Apenas si me tocaba haciendo de sus caricias diminutos roces que me hacían temblar de incontinencia. Su boca ha sido un derroche de dulzura, se dejaba caer sobre mi piel con la destreza de la lluvia, ya fuera sobre mi boca, en el camino hacia mi ombligo, en el prodigioso cauce que marca mi cintura o en la sinuosa curvatura donde acaban mi caderas y se repliegan en las ingles para confluir hacia mi sexo. Todo en él me parecía suave y perfumado, todo él me parecía amable y manso y todo en él me llevaba a él y a la impudicia.

Y todo ha comenzado en un instante en que estábamos a oscuras.

Había luz, gente y algo de ruido en esta ciudad de sirenas, buques y gritos de gaviotas. Él me ofrecía un café con esa sonrisa de niño malo, invitándome al juego y al sexo, ofreciéndome sexo y orgasmos como quien ofrece agua a un caminante. Él no lo sabe pero yo le he visto en ese segundo. Quiero decir que he podido ver más allá de lo que él era. Y era un niño que jugaba y un hombre ofreciéndome sus manos para lo que yo quisiera. Las he tomado. Las he agarrado ahora que necesito caricias y un tiempo de ternura. Me he acercado a él, he ansiado un beso. Un único beso que apenas me ha rozado. Un beso limpio y blando…donde ha empezado todo.



lunes, 22 de octubre de 2018

NOSTALGIA



Photo by Annie Spratt on Unsplash


La añoranza de ti empieza a carcomerme, sobre todo cuando me veo incapaz de evocar tu olor o al despertarme de noche y alargar mi mano la encuentro vacía. No es verdad que haya patria alguna. Echamos de menos aquellos a quienes amamos, eso es todo.

Mi coño es un pozo infinito de nostalgia. Y es que el sexo contigo es otra cosa. Es hundirme hasta lo más hondo, es dejarme llevar a alguna parte de ti a la que temo y deseo al mismo tiempo, es caer en tu parte salvaje, es destapar la mía. Todavía, a veces, dudo, porque, sí, a veces, el amor es un trabajo demasiado duro. A veces, también, creo que solo te quiero por momentos. Pero luego, ya ves, tiramos del instinto y todo se vuelve natural y sencillo. Es cierto que me gusta complicarme.

Anoche me despertó el frío de ti. Necesitaba hacer sudar y jadear a mi cuerpo y sosegar a ese animal que me retuerce a veces de deseo. En realidad necesitaba tu piel pero no la tenía. Nada puede suplir a tus ganas, a tu cuerpo jadeando gusto sobre el mío, a cómo te siento crujir de placer.

Me desnudé entera y cerré los ojos. Recordé tu lengua sobre mí, recorriéndome despacito. Lentamente mis caderas comenzaron a moverse. Mis dedos tiraban de mis pezones con dulzura y mi pelvis se elevaba hacia el cielo. Es cuando más siento el vacío en mi sexo. Cuando más necesito que me llenes. Hice girar mis dedos y mis pezones se enroscaron sobre ellos. Hay un vaho impreciso pero certero sobre mi organismo cuando hago girar mis pezones. Es un pequeño chasquido en mi nuca y un fuego muy grande en mi coño, cuando surge, entonces, me urge frotarlo. Restregarme fuerte como queriendo despojarme de esa desazón a base de frotarme. Y todo es vértigo. Todo se precipita gozosamente lento. Mis piernas se abren para permitir que mis dedos se alojen en mi coño. Mi coño palpitante, vivo, tenso de puro vicio.

Y mis dedos hacen tu trabajo, entran salen, retuercen. Deprisa, deprisa. Despacio, despacio. Abren mi coño, y lo dejan abierto, estático e impaciente. Lo dejo sufrir un poco mientras escenas contigo o con otros caen sobre mis ojos. Me perforas el seso, tu polla en mi boca, mi culo penetrado, el movimiento de mi cuerpo, el sudor en el canalillo, los efluvios de mi sexo, de mí, de mi coño. Mis dedos empapados. Azoto mi coño, acaricio mi raja, hago girar mi clítoris expandiéndolo. Necesito una polla. Alargo la mano y alcanzo un dildo. Me penetro. Muevo la polla, fuera, dentro, fuera, dentro, y una bicha recorre mis piernas. Quiero más, más, más. Susurro tu nombre, te imagino exponiéndome a la vista de otros, te imagino besándome la espalda, te imagino siendo muy guarro, dándome pollazos, babeándome, metiéndome caña. Me doy fuerte con la polla, con la otra mano sigo acariciando mi clítoris. Mi coño se aprieta contra la silicona, se contrae de gusto, el placer estalla por mi cuerpo como una bomba de racimo, alcanza mis muslos, mis caderas, asciende por mi vientre, zarandea mi cabeza, baja por la espalda, grito tu nombre, jadeo incoherencias, alabo a dios y, por un instante, te sueño a mi lado, recuerdo tu olor, y la presión exacta de tus dedos en mi cuerpo. Un instante solo de ti.


lunes, 8 de octubre de 2018

LA MISMA HISTORIA





Photo by Maru Lombardo on Unsplash

A veces me parece que siempre estoy contando la misma historia. Quedo con un tipo en un sitio, me folla a saco y acabo sintiendo un gozo enorme. (Por supuesto, las historias que no molan no las cuento) Pero luego no es exactamente así, al final, puede que lo que cuente en realidad sea los matices. El escenario, los personajes, incluso la acción quedan relegadas a un segundo plano por el peso de esos detalles, por lo que me hacen sentir o por cómo siento a las personas que me los proporcionan…

Es difícil volver a explicar lo que se ha dicho. Lo que se ha contado tantas veces… Sutilezas matices, cosas pequeñas de las que estamos hechos, manos que nos tocan a menudo y, en cambio, nunca nos alcanzan, besos inconscientes, susurros ahogados en otra boca…nadas que suceden y pequeñeces que nos pasan todos los días, algunos días…

Voy a saltarme la parte del mensaje que recibo y que tan solícitamente atiendo, voy a dar por hecho que sabéis que nos vemos en un cuarto, que él me parece atractivo y que sus ojos negros parpadean ante mis ojos grises con la eficacia de un faro en la distancia.

Entramos en ese cuarto y todo mi cuerpo se tensa como un arco. Ya le he dicho que estoy ansiosa, o nerviosa, o como se quiera llamar a esa anticipación, a ese momento en que ya sabes que antes o después acabará hundiéndose dentro de ti, que su carne acabará confundiéndose con la tuya, que todo será arrebato y furia y que en ese cuarto crepitará nuestro deseo como eficaces elementos de algún potaje alquímico.

Le estoy mirando y necesito que me bese. No es que lo desee, no es por el deseo de su boca, es que ne-ce-si-to que me bese. Él me mira algo turbado como si acabara de desbaratar todos sus planes, pero acerca sus labios a los míos y yo me deshago en su aroma. Me revuelco en ese beso, quiero desnudarle, y precipitadamente me quito, me quita, nos arrancamos la ropa. Siento su olor envolviéndome de ganas, abarcando mis poros, encerdándome, diluyéndose en mi propio olor.

Su boca discurre por mi cuerpo como si fuera algo natural. Fluye. Sus labios colonizan mi coño y lo ocupa de besos y de lengua, de gusto, de un placer que crece y crece en torno a sus labios y a los míos, y este hombre de azúcar sigue su estrategia: esnifarme, succionarme, desintegrarme el coño en orgasmos. Mi coño se levanta, se zarandea, se agita por dentro, rezuma por fuera, lo desea, se vierte hacia su boca, se derrama... Siento mis gemidos sobre mí, como si fueran una manada de caballos desbocados pisoteándome el cuerpo, mientras su rostro se ha perdido en sus esfuerzos, en la hendidura por donde me pierdo, en este cuerpo que ha dejado de ser mío para ser parte de su voracidad, de sus fauces de lobo hambriento de mi coño. Palpito. Me estremezco. Abro la boca buscando oxígeno y me doblo sobre él buscando su polla. Apenas si puedo alcanzarle, luchamos retorcidos en una masa de carne y enajenación, abro la boca, aprieto mis temblorosos muslos,  mi lengua se agita en el aire hacia su polla, pero apenas consigo aprehenderle, me sujeta con la boca, atenaza mi coño, me disuelve, me inmoviliza el placer que me produce, quiero y no quiero alcanzarle. Lamo sus huevos, mi lengua se revuelve sobre el aire con el afán de recorrer su falo, chupo, su rabo se ajusta en mi boca, vuelvo a bajar, la cabeza va a estallarme…

Gimo. Sí. Gimo. Mi boca no alcanza el aire que necesito, porque aún necesito más su boca. Mis suspiros resecan mi garganta. Quiero más, quiero más de su boca, de su polla, de sus ganas. Se lo suplico: “Fóllame, fóllame, por favor, por favor”, no sé cómo hacerle entender que necesito, que preciso su verga llenándome de latidos y carne y gusto y todo lo que pueda darme. Necesito, necesito… solo sé que le necesito dentro de mí.

Me folla. Decir me folla es un eufemismo de su práctica. Su polla se hinca en mi agujero, busca mis escondrijos, me dibuja, me eleva, me rompe por la mitad. Noto su rabo dentro de mí, sumergiéndose en algún lugar que me traspasa, no sé cómo lo hace pero cuanto más me da, más quiero, más, más. Adoro su cuerpo caliente atravesándome, su sudor cayendo sobre mí como un gotero mágico y mi cuerpo recibiendo sus embates, su avidez, sus putas ganas. Me da la vuelta, me pone a cuatro patas, me perfora, siento sus manos agarrándome, sus dedos hundiéndose en mi carne, su follada golpeándome el culo. Me postra, cierra mis piernas y se sienta sobre mí sin dejar de follarme ni un momento. Siento mi placer creciendo desde mi coño hacia mi columna, siento como me agita y creo que digo algo, pero no recuerdo qué, lo noto en mi nuca, en mi boca, detrás de mis ojos, lo percibo bajando por mi cuello hasta mi vientre y entrando y saliendo de mi coño, exaltándome, sublimándome, haciéndome crujir. Me rompo de gusto.

Vuelve a mi coño. Vuelve como un peregrino a su tierra sagrada, como un hechizado a su delirio, como un alcohólico a su botella, vuelve a hundir su lengua, y sus dientes y su placer en mi carne, hace mía su boca y esa bellísima lujuria suya que aprieta mi sexo. Pasa su lengua por mi clítoris que se rinde a su habilidad, me penetra con la lengua, me engulle, me trastorna. Se vuelca en mi coño, empachado de sacudidas, y avanza hacia mi culo. Me come el culo. Advierto la calidez de su saliva impregnando mi ano, un escalofrío de caricias me sacude la cabeza. Mete un dedo, mete dos, los mete y los saca, suave, rozándolo, mientras sigue comiéndome el coño, o me folla con los dedos, o me folla con la boca o ambas cosas. Me gusta tanto que quisiera detener el tiempo, quiero quedarme en esa bruma de lascivia, en esa incontinencia tan real, tan irreal, tan mía. Me tiene muy loca y quiero hacerlo mío, quiero comerle yo, devorarle yo, darle el gusto…

Me giro hacia su polla. La agarro golosa, me gusta su tacto, es suave y rotunda; saco la lengua, hago ademán de comérsela, me gusta ese juego, me gusta ese gesto suyo de confusión. Lamo. Es un rabo delicioso, dulce, durísimo. Lo adoro. Me emputezco. Quiero más. La meto dentro, dentro, al fondo de mí, de mis ansias. La trago con fruición, muy lentamente, regodeándome en su tacto y en lo que sé que le hago sentir, le oigo gemir y musitar: “Mmmm qué bien la mamas…”, noto sus manos en mi pelo, le siento derritiéndose de gusto debajo de mi lengua y eso, eso me gusta más que nada. Siento respirar a mi coño al tiempo que le babeo la polla, la paso por mis labios como un caramelo, la vuelvo a engullir, sé que está a punto, sé que está a solo un paso de correrse, le pajeo, le miro, vuelvo a comerle, no dejo de mirarle y de lamer y desear su leche. Saco la lengua, la deseo, deseo el tacto tibio de su esperma, su pelvis avanzando hacia mí y esa explosión de hombre ante mis ojos, “vamos, vamos…dámelo, dámela, dámela toda”, y su polla revienta en gotas de lefa que escurren por mi mejilla hacia mis labios, gotas de él se derraman en mi lengua y relamo los restos de su placer, chupo su gozo y me siento una Diosa, una elegida… él gime, se estremece, no deja de hacerlo, exhala su prolongado orgasmo a trompicones y yo me dejó caer en él, en su placer, en el mío…

Luego todo vuelve a su sitio lánguidamente, nos vamos desencajando de ese placer, miro sus ojos y casi puedo verme, el olor de nuestros cuerpos flota sobre el aire, olemos a sexo, a eso que es un hombre y una mujer dándose gusto, nuestra respiración se va ajustando a un ritmo tolerable, hay una ternura blanda entre nosotros, apenas extraños, apenas amigos. Me diluyo en el silencio, me gusta sentir como mi cuerpo se deleita y se va apaciguando y distanciando de esta alegría de gozar. Cierro los ojos, apenas un instante. Me sonrío. Es difícil volver a explicar lo que se ha dicho. Lo que se ha contado tantas veces… Sutilezas, matices…