Mi hombre me mira desde la profundidad de sus ojos sonda y su negrura me recuerda lo abismal que puede ser un hombre, una mujer, un ser. Ser.
Hemos
venido a follar. Así de simple, así de diáfano, de breve, y así
de hermoso.
La
luz de Madrid se cuela por las láminas de los filtros solares de los
cristales del hotel. Madrid siempre es Luz. Las torres destacan sobre
los demás edificios como picas que atravesaran a sus congéneres. La
imagen me recuerda a la escena de “Las lanzas” de Velázquez.
Observo
las chimeneas de los demás edificios, el sembrado de antenas
parabólicas y los colores ocres del ladrillo en contraste con el
azul del cielo. Todo parece diseñado para que alberguemos la
esperanza de subir a esas Torres. Quizá, algún día. Yo de momento
aspiro a tocar el cielo.
Él
saca de su maletín negro un collar, unas correas, un pañuelo para
los ojos. Sé que toda esta parafernalia no es ni mucho menos
necesaria (Las cincuenta sombras de marras han hecho mucho daño,
creo) Nuestra imaginación y nuestra lujuria, la de todos, va mucho
más allá de límites, publicidad o marketing. El sexo es un juego
creativo continuo, y si no puedes verlo así no sabes lo que te
pierdes. Buscas lugares o situaciones nuevas y no sabes por qué
quieres probarlo. Quizá la curiosidad y la sorpresa sean algunos de
los detonantes de la lujuria más infalibles.
Yo saco de mi bolsa un negligé, algunos
vibradores, mi
incertidumbre y mi adorado gel de masaje
Además
me reservo “mi sorpresa”.
Toda
la habitación es de color blanco. La cama flota desde el techo con
vistas al ventanal en un equilibrio decorativo tan ponderado como
efectivo. Él me mira, mira a la cama y sonríe.
Me
desnuda con los ojos. Me besa. Acerca sus manos a mi ropa y mientras
me besa, me desnuda. Mi ropa cae al suelo y mi piel siente esa
conmoción extraña de lo conocido y lo ignoto. Porque follar es
siempre lo mismo y es siempre distinto.
Alcanza
la venda de los ojos y me la coloca sobre la cara. No puedo ver nada
y puedo sentirlo todo. Advierto sobre mi piel un objeto frío y
suave. No sé lo que es. Lo pasa por mis labios y comienza un
recorrido hasta el cuello, la espalda, la raja del culo, me acaricia
levemente los labios del coño y lo inserta entre ellos. Escucho mi
respiración agitada y siento la excitación de él. Pienso en que
quizá azote mis nalgas o me tire del pelo para besarme cerdamente.
Siento que me mira atentamente porque no le oigo moverse. Entonces
estruja mis pezones con suavidad y aprieto sin querer el objeto
metálico en mi coño. Me soba las tetas y vuelve a tirar de los
pezones. Los lame, los babea, mete mis tetas por entero en su boca.
Noto el frescor de su saliva y el ardor de mi cuerpo. Me coloca
sobre la cama a cuatro patas y luego me invita a sentarme sobre mis
piernas y estirar mi espalda para que mi cuerpo quede accesible y mi
ano expuesto ante él. Me doy cuenta de que la cama tiene la altura
perfecta para que me sodomice.
Advierto
el tacto acuoso y fresco del lubricante Durex, lo extiende y me penetra con un dedo
para hacerlo llegar bien al ano. Noto su mano resbalar hacia mi coño
y entonces el objeto insertado empieza a vibrar sobre mi clítoris.
Siento un chasquido de placer en la nuca. Su dedo entra y sale con
suavidad de mi culo. Me encerdo. Deseo su polla taladrándome. Me
siento una jodida zorra y él no me hace esperar. Coloca su polla en
mi agujero y la va introduciendo como a empujoncitos. Mientras tanto
el vibrador
hace su trabajo: relaja mis temores y me emputece. Su rabo va
entrando en mi culo hasta el fondo. Siento el gozoso movimiento del
vibra y mi culo relleno de su carne. No sé si es algo físico o, más
bien, mental, pero mi mente se retuerce en una pirueta de temblores y
estalla. Suele ser rápido. Algo entre mi coño y mi culo revienta y
progresa sobre mis células, a veces siento una especie de psicodelia
de colores por dentro. No es que la vea, solo la siento. Jadeo,
grito, retiemblo. Mi orgasmo recorre mi columna como el fogonazo de
un rayo y sale por mi boca como un trueno. No hay nada mejor en el
mundo que correrse por el culo.
Me
da la vuelta y me hace bajar de la cama. Me pone a cuatro patas.
-
Ven putita, que eres una putita bien guarra.
Y me
lleva hasta un sillón donde se sienta colocándome entre sus
piernas. Nunca entenderé como algo así puede ponerme tan
súbitamente guarra. Me agarra de la cabeza y me quita la venda de
los ojos.
-
Ahora cómeme todo.
Veo
su polla ante mis ojos y mi boca se acerca a su verga como si hubiese
sido creada para esto. La meto en la boca tan hondo como puedo. Me
excita muchísimo comérsela. El vibrador sigue entre los labios de
mi coño moviendo sabe dios qué elementos de impudicia. Sigo
cachonda perdida. Su rabo resbala sobre mi lengua una y otra vez, a
ratitos me detengo porque sé que adora que le lama los testículos,
así que se los chupo con fruición, los meto en mi boca o les doy
lenguetazos. Él está cada vez más cerdo. Su mirada vidriosa me
atraviesa los ojos. Los dos cachondos, ambos deseando el estallido.
Meto de nuevo su polla en la boca, siento su capullo acariciando mi
lengua, muevo la punta de la lengua sobre él, la saco, le pajeo,
saco la lengua invitándole a correrse. Meto más adentro su rabo
sitiéndolo casi en la garganta y me corro yo como una puta.
Sigo
pajeándole y comiéndole, estoy temblando de placer y de lascivia.
El barro donde nos revolcamos contrasta con la blancura impoluta de
la habitación. Siento que él está también a punto.
-
Sí, lo noto, noto que te va a subir la leche por la polla. Dámela,
dámela, cabrón.
Abro
la boca y un chorro de esperma impacta sobre mi rostro. Adoro esta
guarrería de llenar mi carita con su semen. Mis labios rezuman su
lefa y ambos nos apagamos lentamente. Mi cabeza descansa en sus
rodillas y él me acaricia levemente el pelo.
Nos recomponemos y nos damos un baño relajante. Él me lava el
cuerpo como si yo fuera su muñeca, con la misma suavidad y el mismo
cariño con que yo lo hacía con las mías de pequeña. Hablamos de
tonterías y nos masajeamos con el mismo gel
con que hace un rato me daba por el culo. Que bonito contraste.
Salimos
de la bañera y nos secamos. Llaman a la puerta. Creo que viene mi
sorpresa.
Él
abre la puerta y se encuentra una rubia preciosa que dice llamarse
Ela. Afortunadamente mis amigas nunca fallan.
Mide
casi un metro ochenta de estatura, me encantan sus ojos negros porque
disparan rayos de luz y sus pestañas son tan largas que parecen
mover el aire de la habitación. Hace un comentario gracioso sobre
las vistas. Tiene la voz profunda y oscura como nuestras mentes. Su
rostro suavemente anguloso la hace andrógina y, además, muy bella.
Él
la observa fascinado y me lanza miraditas requisitorias, en cambio se
dirige directamente a Ela.
-
Coño, eres muy bonita
Ela
me mira y me pregunta
-¿
Le has contado? Y yo niego con la cabeza.
Ela
se echa a reír a carcajadas así que él pregunta
-
¿Qué pasa chicas de qué os reís?- parece caer en la cuenta y sé
que está a punto de preguntar - “¿Eres un chico o una chica?”
pero se abstiene porque en última instancia, es una chica, sí,
seguro, así que sonríe. Me mira
Yo
también le sonrío.
La ambigüedad del placer... que no se sabe si se da... o se recibe... o ambas cosas.
ResponderEliminarExcelente relato, muy sensual y sobre todo claro, directo y excitante, que de eso se trata ¿verdad?
ResponderEliminarBesos Carnales.
Como tu dices, cuanto daño ha hecho el librito dichoso.
ResponderEliminarCreo que la sorpresa se antoja más perversa y caliente de lo que debe estar el capó de un coche negro hoy en la mitad de un parking al aire libre de Córdoba.
Besotes, te los mando refrigerados, que seguro que se agradecen.
Ufffffff... en este blog aun hace más calor que en la calle... y ya es decir a esta hora...
ResponderEliminarMenudo sorpresón... de los buenos...
Con tu permiso me quedo por tu blog...
Un beso