sábado, 18 de enero de 2014

EL MIRADOR





Desde este insulso mirador observo pasar bolsas de plástico, hojas secas, papeles arrugados, piernas hinchadas, mujeres henchidas, pasos dramáticos, abuelos místicos. Gente. Sonrisas pocas, que ya se ríen de sobra los “otros”. (Esos otros para quienes somos tan nimios como accesorios) La tristeza del mundo no son sus dramas, es su jodida apatía, su falta de pasión, su poca consciencia para sentirse vivo. Ahora.

 Todavía tengo en mis pezones el ardor de sus mordiscos, su boca hambrienta de mujer y de ternura. No necesito mucho más para ser feliz. Quizá esta sea la maldición que me persigue, poder sentirme a mí y a él. Me dice que exagero. Pero mi piel me grita desde dentro en ese instante, como si golpeara de gozo desde mi epidermis. Su lengua bordea las líneas rugosas de mi ano y humecta mis entrañas de luz y felicidad. Percibo mi cuerpo meciéndose en esta dulzura orgánica, en esta vitalidad tan imbatible, le oigo gruñir y su aliento inflama mi culo a bocanadas de él.

 Aún me recreo en el sabor salobre de sus huevos y exhalo su aroma a tierra removida en terrones. Todavía me tiemblan las piernas y me arden los riñones y puedo sentir la caricia fría del chirimiri encrespándome los rizos y oír un silencio hueco en mi pecho mientras la lluvia escurre gotas desde las hojas, sacudiéndolas sobre el techo de la furgoneta.

 Del mismo modo que siento la presión de su peso en mis rodillas y las maravillosas sacudidas de su pelvis removiendo mis nalgas, percibo el alboroto de mis gemidos asomándose a mi boca y el cálido salpicar de su esperma sobre mi espalda, todavía, cuando cierro los ojos, me siento magnífica y brutalmente hermosa.

 Creo que le gusta que sea tan puta. Creo que le gusta y le asusta. Seguramente la gente no sabe qué hacer con mi excedida excitación, con mi inflamada vitalidad, con mi extrema manera de sentirlo todo, quizá les impresiona y les confunde porque tal vez no sienten del mismo modo que yo cómo alguien se abre entero y te dice: toma. A veces, sin saberlo ellos mismos. Descubro su cuerpo y su deseo como una revelación, o como algo tan natural como asombroso, los siento gotear sobre mí como una fruta que hubiera exprimido con los dedos.

 A mí también me asusta él, porque adoro su olor a tierra mojada, a campo, a raíces. Me gusta el modo en que me escucha y calla y parece que mastica lo que digo. Me asusta su coherencia y su falta de miedo porque me gusta demasiado. Me gusta el modo en que me abraza, me acaricia, me cuenta mentiras que ambos conocemos o me azota las nalgas porque se lo pido o mete los dedos en mi culo y me habla de mi cuerpo como si estuviera recitando a Rimbaud. Y, joder, me gusta porque mientras estoy con él no soy feliz pero tampoco soy ese animal lanzándole dentelladas al destino y subiendo por una rampa con todas sus fuerzas hacia un jodido abismo.

 Quizá por eso, mientras veo pasar cada día a la gente desde el mirador sé que para mí las briznas de hierba son más verdes y la ceniza más plomiza, que logro sentir el vapor helado del frío agujereándome la nuca, que puedo amar las risas que suben saltando desde el instituto, o recoger sin remilgos los excrementos de una negra sombra y consigo advertir con la misma intensidad lo sublime o lo insufrible asumiendo desde mi propia incredulidad mi karma, mi agujero oscuro, mi puto ying yang, mi misteriosa consciencia.


sábado, 4 de enero de 2014

PROHIBIDO







Me metían en la sangre lo prohibido, en  forma de mantras escritos debajo de mis sueños, poco a poco, como una lluvia sempiterna de consejos que provenían de los labios de todas mis mujeres. Me enseñaron a medir mis esperanzas, a delimitar mis sueños, a cortar mis ilusiones en juliana para verterla en esa sopa boba de lo cotidiano. Ser una mujer parecía más un decálogo que un privilegio. Me prometieron certezas. Me ofrecieron protección. Y así mis madres se convirtieron en la mafia de mi alma y mis hermanas en las voces que me señalaban. Tú, eh, tú , no seas tú misma, sé otra, sé más recatada, más dócil, más decente. Sé el miedo de tu padre, la reputación de tu hermano, la moral de tu esposo… arrástrate de nadas, di sí a todo y salvarás tu nombre, aunque no signifique nada, aunque no te pertenezca. No mires tu cuerpo, no lo busques, no lo sientas, no sientas deseo, no tengas fantasías, no te conviertas en una buscona, una viciosa, una pervertida, una puta. Puta, guarra, ramera, zorra, sucia…

Me rompieron la boca, me enfundaron de silencio pero, finalmente, jamás me defendieron. Y clavaron mi voluntad de miedo y noche. 


Pero hay algo por hacer. Morirse, y si es posible, morirse muchas veces.

Luego seguir, aunque te detengan. Seguir, seguir ese impulso, esas ganas, esa vida que late por dentro.

Porque hay algo maravilloso en mi sangre. Algo que adoro. Mi Diosa.

Ella me lo susurraba en canciones, en voz baja, como una brisa pequeña. Baila, canta, ríe, escribe, grita, tiembla. Folla. Me lo suspiraba en esas pausas que da el llanto para respirar, para tomar aire, en esa confusión del dolor, cuando tratas de procesar o buscar una salida a los vacíos, cuando intuyes que hay algo debajo de tu propia piel, esperando, latente. Y llenaba mi cabeza de palabras prohibidas sin saber que hay algo dentro de mí que rebosa. Revienta.

Volar, gritar, reír, pintar, follar, comer…ser YO. Despierta. APASIONADA. Dándole por culo al frío.

No voy a rendirme. Aunque esté prohibido.


(Me parece últimamente tan adecuado este post...)

miércoles, 9 de octubre de 2013

AHORA MISMO




Aquí. Ahora mismo, escribo desde el salón de su casa. La decoración de la casa de P. se basa en una ausencia total de decoración, es más bien un antiestilo. Parece que algún demonio haya ido dejando caer un mueble aquí y allá, en plan “apáñatelas”. Ella se las apaña. Tiene el ordenador desde el que os escribo en un rincón. A mi lado F. apura su copa de whisky y a mí me parece estar mirándole desde la lente de un prismático de esos de un mirador turístico. Parece irreal.

Hace un momento yo divagaba con Z. sobre la realidad, está terminando Sociología y cree que lo sabe todo. Yo sé que no sé nada... Pero él no, así que le vacilo un poco. Es bonito acomodar la realidad, sentarla en un sofá, ponerle una copita y follártela dejándote hundir en el centro de la misma. La evidencia. La necesidad física. Tu instinto trepándote, haciéndote animal.
En fin,  en esta fiesta solo conozco a F. a Z. y a P. (Da igual, un nombre no significa realmente nada. Fernando, Federico, Fran... Zoilo, Zacarías, Zenón, Paula, Pili, Paloma. Da lo mismo.) Creo que Madrid me pone filosófica...

F. ha venido con más gente. No sé de dónde saca a la gente. En este salón hubiera jurado que no cabían más de veinte personas, apretándolas mucho. Pero uno nunca termina de entender las formas de apretarse de la gente. Somos de goma, somos capaces de apretarnos hasta el paroxismo, de apretarnos por necesidad o por puro vicio, de apretarnos en bares, en autobuses, en el metro, en la playa...todos en el mismo sitio, todos en el mismo jodido centímetro cúbico de oxígeno. Amar es compartir... ¿estaremos condenados a compartirnos?

Un morenazo apoyado contra el marco de la puerta no deja de mirarme. Me gusta el juego de miradas y sonrisas. Su forma de frotarse el mentón y mandarme una miradita mientras finge que conversa amigablemente. Me pregunto si se le pondrá dura la polla si me levanto y le susurro alguna guarrada al oído dejando arrastrar mis palabras en sus tímpanos, colándome dentro de él como una intrusa. Sí, tiene pinta de levantársele la polla.

Me río de las tonterías de P. No me gusta reconocerlo pero la adoro cuando bebe. Cuando fuma porros se pone melancólica y difícil pero cuando bebe está alegre y dicharachera. Me habla del consumo de farlopa entre sus amigos guionistas mientras yo me levanto dispuesta a sonreírle al morenazo. Me acerco a él, habla con alguien que no conozco pero actúo como si estuviera en mi casa. Que coño, estoy en mi casa. Le pido paso y hace como que no me oye mientras no deja de mirarme. Meto un dedo en su copa y la remuevo, saco mi dedo, lo chupo, le sonrío y le pregunto: “¿Es que no vas a dejarme pasar?” No me responde, pero me deja pasar y me sigue hasta el baño.

P. mantiene la incoherencia ornamental en el baño. Si hay algo de lo que realmente sabe es de desastres, no va a dejar nada así al aire. Tiene botes de todo tipo sobre el lavamanos, un espejo enorme frente a la bañera con un marco plateado, una banqueta forrada con tela de felpa en color rojo, dinosaurios de su hijo alfombrando el suelo aquí y allá.. pero el morenazo y yo no nos dejamos impresionar por semejante derroche estético.. Busca mis tetas por debajo de mi camiseta fucsia. Tampoco hace falta ser un gran explorador para encontrarlas. Las magrea, las pellizca, las acaricia suavecito, las descubre, las lame. Mi piel se abre como las puertas automáticas de un aeropuerto.

Me besa y yo me siento una mujer en el desierto y su boca como única cantiplora me surte de humedad y vida. Me llena la boca, se retuerce en caricias sobre mi lengua de regaliz rojo. Me sienta en el borde de la bañera. Me habla. Me habla de niñas malas que meten dedos en copas ajenas. Me baja el pantalón y lo saca por mis piernas. Me deja las sandalias. Me dice que le gustan mis tacones... Me aprieta los muslos, los muerde, los besa, los babea.

Mi coño empieza a hacer presión desde dentro, quiere desbordar su bravura. Se subleva. Es avaricioso y pide más. Su dedo pasa por el borde de mis bragas. Me roza levemente, cosquillea mis ingles. Baja lentamente mis braguitas y las deja a la altura de mis muslos. Entonces me mira. Me mira profundo y lascivo y sé que no va a follarme. Aún no. Quizá no.

Me pongo nerviosa y cachonda como una colegiala a la que aún no han besado nunca. Quiero que me toque y que me haga cosas, que juegue conmigo...

- ¿Quieres que te baje las braguitas, verdad?

Asiento con la cabeza sin decir nada, pero con la boca semiabierta, juraría que me tiembla el labio inferior y como temo estar poniendo cara de panoli me lo muerdo. Arrastra las braguitas por mis piernas. Acerca sus labios a mis labios. Saca la lengua y acaricia con ella mi rajita tan suave que apenas si le siento. Me llega su calor como una bocanada de aire tórrido, infectado de un virus libidinoso, oscuro, pegajoso y absolutamente embriagador. Sí, estoy a punto de salirme de mí misma.

Pega su nariz a mi rajita. Creo que va a esnifarme el coño. Aspira. Aprieta mis muslos. Elevo mi pelvis. Y su boca se incrusta en mi coño como una lamprea. Siento su lengua resbalando por mis labios, encajándose en mi agujero, entrando y saliendo de él en una caricia acuosa y extremadamente delicada. Su suavidad contrasta con mi salvajismo.

Me come el coño como nadie. Suave, lento, metódico, abandonado, habilidoso. Su boca se entrega a mí en un vasallaje extraño. Alguien llama a la puerta pero él continua consagrado a su tarea. Yo vocifero algo pero no se me entiende nada. Mis gemidos le han hecho un nudo a mis cuerdas vocales. Los regalos de su boca me abren el coño y la garganta. Me estremezco en el placer proporcionado. Me voy hundiendo en él. Su lengua activa de serpiente golpea mi clítoris buscando el ritmo perfecto, variando la cadencia, la intensidad como un alquimista que hallara las proporciones de su piedra filosofal, la “fórmula” de mi coño.

Gimo. Gimo cada vez más alto. Sé que todos me están oyendo y me da lo mismo. La música está alta aunque no sé si lo bastante. Gimo. Me estremezco. Le atrapo entre mis piernas, no quiero que se escape. Me corro en su boca mientras le sacudo con mi pelvis que se eleva y estremece. Me sonríe con los labios adornados de mis babas. Me sonrío...

Me sube las braguitas y vuelve a besarme.

- Vamos nos están esperando – me dice

Me termino de vestir. Volvemos al salón. Hay cada vez más humo y más olor a sudor y a alcohol, pero yo estoy segura de que a todos les llega el aroma de mi coño. Hay un gozo extraño en eso. Algo perverso y casi mágico. Vuelvo a mi sitio. El morenazo vuelve a sonreírme mientras se sirve otra copa. P. vuelve a descojonarse de no sé qué y me recuerda lo zorra que soy. Y yo me río con ella mientras no dejo de pensar si todo esto, el salón, los muebles de colorines, el humo, mi coño mojado, el ordenador desde el que escribo o tú que me lees, será también parte de la realidad...