miércoles, 11 de septiembre de 2019

NEGRA SOMBRA




Mientras mi cuerpo se cocía en el vapor de la brisa de Cabo Estay, cerré los ojos, y por un instante me pareció que te echaba de menos. El aire aquí me confunde, es fácil dejarse llevar por el ambiente, ya sabes que yo oigo cantar a las sirenas, que desde sus malditos agujeros la niebla se abre o se cierra para mí, los vientos dan la vuelta o las meigas me dejan hacer encantamientos, solo algunos, pocos… cada vez menos. En una de esas playas, adormilada por el calor,  me pareció que tus ganas me temblaban en la boca, algo salado me acariciaba la garganta y tus dedos se enredaban en mi pelo rubio como Gorgonas. Adoro la ternura que me produce sentirte tan indefenso.

No me gusta volver a los lugares donde fui feliz, pero a veces, como tú dices, no queda más remedio. “C’est la vie”. La playa me parece un lugar perdido, uno más, como tantas otras cosas que han muerto definitivamente para mí.

Mis amigas siguen igual que siempre, pero tristes. Siguen igual de listas, de guapas, de risueñas, su risa cantarina me recuerda a las burbujas de las fuentes, pero veo su tristeza a través de su risa y sus miradas. El tiempo no pasa igual para todo el mundo pero espero que ellas conserven el coraje que hace falta para seguir riendo a pesar de las sombras. No sé si es porque a todos nos está alcanzando de un modo u otro esta brutal depresión, esta forma de ir saliendo poco a poco de la luz para ir introduciéndonos en otro mundo que dejó de ser nuestro mucho antes de que nos diéramos cuenta. Quizá por eso sigo insistiendo en escribir historias de sexo, porque es de las pocas cosas luminosas de las que aún puedo hablar, porque cada vez que me siento a escribir sobre cualquier otra cosa me siento pequeña, miserable e inmisericorde, me siento lejana a la ternura, a cualquier cosa blanda y llena de luz, y solo siento un inmenso rencor hacia la gente que ha permitido todo esto. Todo el mundo estaba en otra parte, probablemente, yo también.

No estoy enamorada de ti, pero aún así detesto quererte, sí, un poco sí que te quiero, quizá porque eres mi pequeño resquicio de claridad. Me siento confusa, todavía no he decidido si el amor me hace fuerte o vulnerable. Hay que ser tan jodidamente duro para querer de verdad. Hay que ser tan inteligente y tan hábil que no me considero con ninguna de estas destrezas, pero sé que de alguna manera, de algún modo, te amo aunque no tenga nada que ver con el amor. Ya, ya sé que no hay manera humana ni divina de entenderme, por eso hablo tan claramente.

Ayer en la playa me acordé de ti, enfadado, liándote un porro, hablándome de tus cosas, con tus ojos negros como piedras de carbón inflándome desde algún lugar enigmático. A veces intento escucharte con todas mis fuerzas pero termino perdida en el fondo de esos pozos insondables. Entonces, digo una broma, o te provoco para sacarte de tus cavilaciones, te cantan los ojos, el brillo del hachis se asoma hasta ellos y me sonríes como nadie sonríe ya, con la confianza de que solo tú vives y solo tú eres solamente tú. Y, ahora mismo,  es la única puta verdad que tengo.

Ayer en la playa me acordé de ti y te eché de menos, eché de menos tu piel (eres el hombre más suave que conozco) y esa forma que tienes de respirar, fuerte e insurrecto mientras te como la polla. Ya nadie me respira así. Tus manos se movían en mi cabeza y tu pelvis se adelantaba hasta mis labios suspirándome. Te sentía por dentro, sentía una culebra de placer recorriendo tu columna y ardiéndote en los riñones. No sé cómo pero realmente podía sentirte. Mi boca se sumergía en tu verga y trataba de alcanzarte al milímetro. Ni siquiera pensaba en nada, solo me dejaba llevar por lo que sentías. Cada vez más puto, cada vez más loco, más fuerte, más tú. “Niña, me voy a correr…”  Te miré a los ojos, a tus negrísimos ojos negros, hiciste ademán de retirarte pero yo te recogí en mi boca. Tu esperma impactó sobre mi lengua mientras tus jadeos encerdaban mis oídos, un chorro intenso y cálido abrasándome el coño. Y sentí tu fluir dentro de mí retorciéndome de gusto. Me despertó una sacudida mientras musitaba mi orgasmo. A mi alrededor nadie pareció darse cuenta. Te busqué a pesar de que sabía que estabas a miles de kilómetros, en el mismo océano pero otro Atlántico. Y eché de menos tu luminosa sonrisa y esa forma que tienes de creer que puedes con todo.

Un transatlántico atravesaba la ría indiferente a nuestra pena, perdiéndose definitivamente tras las Cíes.



martes, 5 de febrero de 2019

SOLA




Estoy sola. Y estoy caliente. Esto no debería significar mucho más de lo que en sí lleva la frase. Millones de mujeres cada día se calientan estando a solas. Pero no son yo.

Me gusta sentirme cachonda. Incluso si estoy sola. Me gusta hacerlo cada día. Algunos días varias veces. Me gusta regodearme en todo el proceso. Absolutamente.

Hace apenas un rato he llenado mi bañera de agua caliente y sales de baño. He encendido una vela. He apagado la luz. No me apetecía oír música. He cerrado los ojos y he dejado que el ritmo de mi respiración creara esa atmósfera que deseaba. He atendido a los aromas que desprendía el agua caliente. Pero que va, olía a sexo. Su imagen ha aparecido ante mí. He mirado sus ojos negros, sus ojos subterráneos contemplándome fijamente, preguntándome, tratando de averiguar partes de mí que, a veces, ni siquiera yo misma conozco. Mis secretos más íntimos, la forma en que mi cuerpo destila agua, el misterio de mi mente sudando morbo, mis fantasías más retorcidas de mujer caníbal, las que ni siquiera cuento aquí pero que sí le cuento a él.

Me he dejado llevar por mis pensamientos tratando de no dirigirlos, permitiendo que se extendieran en mi instinto y ocuparan mi cuerpo. Él estaba entre mis piernas sentado, ha extendido una mano y la ha metido debajo del agua. Mi mano ha acariciado mis piernas guiando mi mano como un lazarillo trastornado. Ha subido por mi cintura hasta mi pecho y la he llevado hasta mis labios para mojarme los dedos. Me gusta chupar, lamer me pone increíblemente cachonda. Me lleva a un estado de lascivia manifiesto. El acto de introducir mis dedos en la boca , sacarlos, meterlo, lubricarlos con saliva, hacer girar mi lengua sobre ellos, apretar mis nalgas durante todo el proceso, volver a meterlos y sacarlos, en un mecanismo constante de chupar y salivar, aflojar el culo y encenderme es todo uno. Me hace deslizarme en ese estado obsceno, como una puta babosa que se fuera enloqueciendo por momentos. Cuando he empezado a jadear los he sacado y he pellizcado suavemente los pezones, me he mordido el labio. Mi coño se ha abierto como un molusco debajo del agua. Lo sentía caliente y tremendamente convulso. He subido el culo. También se ha abierto. Estaba irritantemente excitada. Lo he vuelto a bajar. Mis jadeos se dilataban desde mi boca como nubes de petróleo. He llevado mi mano nuevamente a mis caderas, he bajado por la ingle y he introducido un dedo levemente en mi coño, apenas nada. Algo inexactamente suave se doblaba entre mis dedos, una esponja abultada se relamía por dentro. La he tocado deprisa moviendo mi dedo arriba y abajo. Mi espalda se ha arqueado. He subido y bajado la mano, frotando suave o fuerte o fuerte o suave el clítoris. El clítoris, ese pequeño, jodido y perverso centro de mí. Ese minúsculo corpúsculo tan bien dotado para la felicidad. La imagen de él me ha venido a fogonazos. Realmente mi coño creía que era su dedo y trataba de apresarlo. Mis otros dedos han apretado más, si cabe, mis pezones. Mis gemidos han empañado la mampara.

Masturbarse en la bañera tiene un efecto especial. Es como caer en un emulsión maravillosa, sentir mi propia humedad confundiéndose con el agua caliente. Un calor inmensamente hermoso inundando todo mi cuerpo. Es regresar al acogedor seno del agua para deshacerme en él con mis sentidos. Mi coño pulsando dentro de mí, al ritmo de unos dedos que creo ajenos. Mi cuerpo derritiéndose igual que la cera se deshace al contacto con un foco de calor y gotas de mí coagulándose en algún lugar perfecto, dentro de mi sexo, que me van volviendo más y más zorra.

Todas esas gotas de lujuria derretida se han depositado en todos mis rincones recalentándose de nuevo para abrirme agujeros en la piel que no ha dejado de exudar vicio hacia el agua. Toda mi piel abierta y expuesta. Hasta querer gritar. Y mi organismo se ha expandido como una explosión en cadena que ha subido desde mi coño hasta mi boca reventando en lugares de mí desconocidos. Booom. Booom. Mi arrebato hacía salpicar el agua de un modo peculiar, en un irreal y demente chapoteo. Según han ido explotando, se ha acelerado el ritmo de mi cuerpo tembloroso. Ya no era mío. No era yo. He sido alguien que necesitaba moverse al son de esas deflagraciones, como una brutal muñeca que se fuera desmontando en gritos y conmociones de placer acuático.. Booooom. Booooom. Mi coño se ha roto en sacudidas infernales y mi boca se ha abierto a la profundidad de mis delicias. Gozo. Entonces su imagen se ha hecho clara. Diáfana. Él me ha sonreído desde dentro de sus ojos negros y se ha desvanecido sobre el agua tibia de la bañera.

Estoy caliente, deshecha, estremecida, inflamada, extremada y jodidamente sola.



lunes, 4 de febrero de 2019

MUCHACHA


La solidez de tu carne avanza, inflada, restando junturas a la mía. Parece que mi piel se remangue ante la elasticidad de la tuya. Casi ofende la firmeza con que pisas el suelo que te presto. ¿Acaso debes devorar mis primaveras en el frágil arresto de un invierno?

Bajo el sol, recuerdo que los días se comen a los meses degollando en mi epidermis el tiempo que le faltan a mis huesos para ser olvido.

Goteada en algas y bálsamos marinos, aparentas una sirena ungida en el reino del mar adolescencia con los abriles aleteando, alegres, alrededor de tu frescura. Tu boca es una anémona jugosa que se agita divertida en la grana de tus labios, el plano transversal del agua se arrolla a tu cintura describiendo un mínimo contorno, mientras tus efervescentes pechos resurgen, enhiestos, hirviendo en la voluptuosa naturaleza que los acoge.

Tu arrogancia es un accidente en un océano de nadas, que se pierden tras instantes estancados en la memoria de lo que ha de quedar a las espaldas y, en el fondo, sé que tú vives para que yo muera.

(Me ha apetecido mucho subir este texto tan veraniego en estos días de frío)

domingo, 25 de noviembre de 2018

CUANDO


A veces te siento dentro de mí cuando respiro. Es extraño quererte y no quererte ¿no? No. Al final es una patraña mía eso de que no te quiero, es sólo que no te quiero todo el tiempo, eso sí. Lo malo es que he llegado a un punto donde no sé explicar eso del amor. Y tampoco es necesario ¿verdad? No claro que no, contigo no lo es. Lo importante es que tú sabes que te quiero y yo sé que cuando estoy contigo todo lo demás desaparece ante ti, y eso me gusta, me halaga, me emociona, me revuelve.

Hoy te recuerdo en un cuartito en penumbra y un haz de luz, desde otra habitación, iluminándonos. Me parecía que tu cuerpo exhalaba algo mío. Es curioso que habiendo repasado tantos cuerpos tu piel me haya sabido siempre tan distinta, tan tú. Tienes un olor diferente, único. Porque toda tu cerdez es ternura y es pasión, y eres capaz de pasar de un extremo al otro con muchísima elegancia haciéndome sentir como el centro de un Universo concebido para nosotros, como una Diosa, como una elegida.

No sé en qué punto traspasamos esa frontera de “algo más que sexo”, no sé si fuiste tú o yo o esa especial complicidad que nos abrazó en aquel cuartito. No lo sé. No me importa.

Me embriagan los destellos de aquella noche. Tú comiéndome el coño con esa excelencia con que lo haces siempre. Lento, seguro, sabiendo hacia donde te diriges, agarrado a mis muslos, besándome, lamiendo mi coño delicadamente, pasando tu lengua una y otra vez, imparable, haciéndome tocar el cielo a través de tus labios y tus ganas. Recuerdo que temblaba de gusto, que jadeaba tu nombre, y tu nombre recorría mi cuerpo como un ente haciéndolo gozar doblemente.

Me recuerdo engulléndote como un parásito, devorándote los huevos, sintiendo todo tu calor en mi cara, todo tu olor dentro de mi boca, me recuerdo tuya e infinitamente mía, enroscada sobre ti, apretándote, salpicándome de ti, bañándome los labios en tu esperma, inundándome de tu sabor y tu placer.

Pequeñas memorias, apenas vislumbres, mínimas evocaciones de lo que fue. Quizá suena a lo de siempre y, en cambio, yo lo recuerdo tan distinto.

Tu polla dura todo el tiempo. No sé cómo lo haces... Me puso cachondísima sentirte tan cachondo. Lo sabes. Luego jugaste con mi culo. Tu rabo en mi culo, todo carne, todo dulzura, metiéndose en mí como el pan en el horno, inflándome, haciéndome blanda y maleable. Y mi culo cobrando vida ante tus ojos. Cada vez más placer, cada vez más caricias con tu verga, más calor, nuestros cuerpos resbalaban en nuestros sudores, tu pelvis pegadita a mi culo, tu polla empalándome de gusto. Mi culo moviéndose, atrás, adelante, arriba, abajo. Más. Recuerdo que quería más. Sí, quería tu polla acariciándome el culo. La quería y la quería toda. Gemidos. Tu respiración penetrándome casi tanto como tu polla. Te decía guarradas pero no recuerdo cuales. Tú también me decías cosas.

Me gustó que me dijeras cosas, que me narraras lo cerdo que te ponía y luego me besaras dulcemente. Entonces sí sentí un estruendo, una traca en mi cabeza, cohetes estallando dentro de mi pecho, mi coño hinchadísimo reventando extrañamente a través de mi culo, mi boca abierta, mis piernas temblando...

Luego seguiste follándome el culo. Tuviste cuidado. Pero yo ya no quería cuidados. Quería tu leche. Entonces fuimos más deprisa, cada vez más. Tenías miedo de hacerme daño. Lo sé. Pero yo quería todo, tu semen dentro de mi culo y el gusto, y esa sensación de presente cuando estás tan guarro. Y me volví loca. Te oí susurrar que te ibas a correr y ese susurro fue como un escalofrío dentro de mí, de mi columna, de mis nervios, de mi culo. Gemía, te suplicaba, creo que casi lloraba, te incitaba, te maldecía pero, sobre todo, durante un instante, joder, te amaba. O al menos amaba esa parte de ti con la que estaba flotando, sintiéndome a través de ti, de tu placer, del mío. Luego sí, es cierto, todo ese amor se disipa no sé cómo...se va borrando, se difumina, desaparece de algún modo.

Y sí, queda el cariño, quedan las risas, y las veces en que te echo de menos, furtivamente, como hoy que te me apareces, es entonces cuando te siento dentro de mí...cuando respiro.